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Carld:

Mi boda estaba casi lista, aunque no tuve tiempo de preparar una gran ceremonia como mi Maira se merecía. 

Ruido de objetos rompiéndose, seguido de gritos y gruñidos, venían de la que sería nuestra habitación.  

Tal vez mi futura esposa estaba algo nerviosa. 

Me serví un trago mientras oía el alboroto arriba y subí.  

Tres de mis mejores hombres se mantenían en la puerta mirando furiosos hacia dentro 

Entregue el vaso sin mirar quien lo tomo o si lo tomaron, ya que tuve que esquivar una nueva arma voladora. Y de pie sobre la cama con las manos en puño y mostrando los colmillos estaba Maira, lista para pelear. Su piel pálida resaltaba contra las sabanas y el dosel de la cama, que tenían el color de la sangre. La hacían parecer aun más irreal. 

Gruño al verme y se arrojo sobre mí. Mas rápido de lo que ella esperaría mis hombres se arrojaron sobre ella y al contuvieron antes de que llegara a mí. 

—no la lastimen. —advertí, tratando de tocarla. Pero ella fue más rápida y tomo lo último que quedaba entero en la habitación.  —esa lámpara ha estado en mi familia por tres generaciones, —la lámpara fue lanzada hacia mí pero cayó a mis pies —era muy valiosa aunque horrenda, debo admitir. 

—¿Qué hago aquí? —rugió con una voz que no era suya. 

—amor mío, estaremos juntos desde ahora y para siempre.  

Cuatro hombre hicieron falta para tenerla quieta por un momento. 

—¡¿Por qué no entiendes que te odio?!

Apreté los puños haciendo esfuerzos por calmar mi temperamento. 

—la que no entiende eres tú, tú no estás enamorada de él —me gusto la expresión confundida de su rostro —todo lo que tú sientes es por esto, —levante el medallón, ahora vacio, que guardaba el alma de Issá —es por los recuerdos que guardaba, ¿Cómo te podrías enamorar de un monstruo como él?

Sin ninguna expresión ella dijo: 

—por un tiempo pensé que te amaba. 

Le acaricie la mejilla y tome su rostro con fuerza.

—sé cómo hacer que lo hagas de nuevo.

y Maira grito ciega de ira, golpeando todo y a todos a su paso. Se abalanzo sobre mi haciéndome caer con ella a horcajadas sobre mi, tomo uno de los trozos de la lámpara rota y con el me corto el rostro. 

—enciérrala, tal vez unos días sola la ayuden. 

Olvídame  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora