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Cuando se saco la casaca, no me alarme. Me dije; solo trata de ponerse cómodo. Entonces se quito la camisa también, entonces me puse alerta.

—¿Qué haces? —trate de que mi voz no chillara.

—debes alimentarte. —dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca de mi —no quiero que estés débil para lo que sea que pase hoy.

Se sentó frente a mí.

Él me estaba ofreciendo su vena. Sentí un dè jávu y me aparte tanto como la estrecha cama me lo permitió.

—no. —dije rotundamente.

Carld rió. ¡Rió!

—siempre tan testaruda. —tomo mis manos —me he desecho de mis amuletos, no te hare daño. Lo prometo.

Él tenía miedo de hacerme daño. Ahora yo reía.

—no me preocupa que me hagas daño. —me mordí el labio nerviosa —tengo miedo de dañarte. —añadí en un susurro.

—¿Tan hambrienta estas?

No quería admitirlo porque eso me haría menos yo ante sus ojos.

—Maira, —dijo suavemente —aun que ahora no me recuerdes, te conozco.

Tomó mis manos y las coloco alrededor de su cuello. Podía sentir el pulso bajo mis manos. Estaba realmente hambrienta, jadeaba solo de pensar en el dulce manjar que estaba aquí.

—confió en ti.

Fue lo último que necesito decirme. Lo mordí lo mas suavemente posible pero aun así lucho, instinto.

—relájate —mi voz sonaba ronca y perezosa —duele menos con el tiempo —sus ojos buscaron los míos y sabia por cómo me miraba que mis ojos rojos lo asustaban —y puede que hasta te llegue a gustar.

Mordí el otro lado de su cuello y sisee de placer.

Me obligue a soltarlo antes de tomar demasiado de él. Lo abrace cuando trato de alejarse de mí.

—quédate, por favor.

Cerré los ojos satisfecha.

—solo me pondré la camisa. —rió.

Cuando regreso a la cama me acurruque contra el ronroneando y al instante me quede dormida.

—¿Qué se supone que haga ahora? —él se paseaba de un lado al otro. La tristeza amenazaba, no solo con consumirlo a él también a los que lo rodeaban.

Frente a él, sus mejores amigos se miraban sin saber que responder.

—venguémonos. —dijo uno de ellos —ellos te quitaron a quien mas amabas, devolvámosle el favor.

La idea se fue abriendo paso demasiado rápido.

—¿Quién?

—la hija de su líder. —sonrió mostrando los colmillos —es joven y por lo que se sabe esta demasiado protegida.

—es la única hija que su líder tiene. —dijo otro, su tono de voz dejaba ver que estaba en desacuerdo.

—tanto mejor, es la única y es valiosa.

Una discusión que fue ganando fuerza como el fuego alimentado con gasolina. La voz de él los callo a todos.

—mi mujer también era única, también era especial. —sus ojos se veían fríos, distantes, sin emoción —y ellos acabaron con ella.

—venganza. —se volvió a decir.

Él asintió convencido. Su odio hacia sus enemigos no lo dejaba pensar con claridad.

—eso es, venganza es lo que ellos necesitan para dejarnos en paz de una vez.

Se enderezo.

—prepárense, al caer la noche atacamos.

Olvídame  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora