Conejos

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Si la lujuria fuera un idioma, todo tendría sentido. Sin hablar, sin decir absolutamente nada, él y yo nos entendíamos con movimientos, con roces, con besos, con miradas. Era el idioma del placer. Me había desnudado tan pronto llegamos al baño, recargué mi peso sobre la pared, a decir verdad... estaba recostado en la pared. Espasmos y arcadas se oían, sus dedos y su lengua trabajan de una forma en la que mi cuerpo me exigía parar. Abría y metía únicamente dedos, pero yo sentía un dolor tan intenso que se asimilaba a una penetración. Sin embargo no era así. Podía excusarnos este estado de lujuria diciendo que hemos descubierto el paraíso, hemos descubierto el placer que es tener sexo de esta forma. No tenía miedo, no tenía miedo de que Samuel me tocara de cualquier forma, me importaba en lo más mínimo, estaba calmado, era él. Sus manos se apartaron de mi trasero al igual que su lengua, mis manos temblaban, estaba rogando prácticamente porque siguiera con lo que había comenzando, sus ojos lascivos me observaron por un momento, yo había volteado tan siquiera un poco y me tope con esa mirada, esa mirada que quemaba, me ponía nervioso, me hacía temblar. Era él, no importan las excusas, estoy así porque es él.

—Ya te limpie lo suficiente, estás bien ahora —Se puso de pie, había estado de rodillas todo este tiempo. Me miró sonriendo, se llevó uno de sus dedos a la boca, y eso, sin duda, provocó en mí uno de los sonrojos más intensos desde hace mucho tiempo.—¿Qué pasa? ¿Por qué tu rostro está tan rojo?—Fruncí el ceño, me daba mucha vergüenza pedirlo, pero en realidad quería hacerlo.

—Por na-...—Acarició mi mejilla, bajó sus manos hasta mi retaguardia y comenzó a acariciar lentamente. Mi rostro se sonrojaba a cada roce, sus manos eran tan grandes y cálidas que la temperatura en mi cuerpo comenzó a aumentar.—Samuel...

—Ts...—Dejó escapar un sonido de sus labios, escondí mi rostro en su hombro mientras él seguía jugando con mi cuerpo, sus manos dejaron de tocar hacia atrás, ahora jugaban adelante. Mis gemidos comenzaron a salir sin yo quererlo, sus labios lamían mi oreja, y lentamente... mi cordura se estaba yendo. ¿Vergüenza? No creo que exista, no ahora que siento que lo único que falta es pedirlo.

Pídelo.

—Ya casi estás... —Escuché, mientras cosquillas comenzaron a subir por mis piernas y llenaron mis caderas, en ese momento, me corrí.—Eso fue verdaderamente rápido

—Silencio, idiota —Cuando la temperatura de mi cuerpo comenzó a volver a la normalidad, la vergüenza comenzaba a llegar a mí.—Eres... bastante bueno con tu lengua —Comenzó a reírse como un maniaco, me vestía mientras veía su rostro rojo y sus manos apretar su estómago.

—Ay... Verdaderamente eres elocuente —Cuando abrió los ojos y me vio medio vestido frunció el ceño, sin quitar la sonrisa de su rostro.—¡Eh! ¿No pensarás vestirte ya?

—¿Qué...? —Me tomó de la cintura, acariciando mi piel y dejando un beso en mi cuello.—¿Si lo haremos?

—Claro que lo haremos —Comencé a escuchar como su cierre se bajaba, sus labios y los míos jugaban, mis manos se metían dentro de su bóxer, jugando dentro de la tela fina, la temperatura volvía a aumentar. Sus labios bajaron hasta mi cuello y comenzaron a lamer mis clavículas. Mis manos se impacientaban, querían hacer algo ya. Y lo hicieron.

—Bajemos esto... —Quité su bóxer de sus piernas mientras él se quitaba la camisa, lo miré, era verdaderamente atractivo. Justo ahora que la calentura ha subido de esta forma, puedo admirarlo de una manera diferente. Una manera más... lujuriosa. Sus miradas eran completamente tentadoras, su manera de tocar mi trasero lo hacía todo más lascivo. Comencé a mover su miembro dejando de lado los gemidos, que ahora, ambos, comenzábamos a dejar salir. ¡Joder con este chico!

FISURASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora