Tercos

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Recuerdo perfectamente todo. El silencio de aquella llamada en los momentos donde mi voz ya no salía. Me costaba tanto imaginarme a Willy con otra persona que mi cabeza parecía bloquear la imagen por su propio bien. Y entonces, me cansé.

No era como si me hubiera rendido, pero me hizo recordar el porque me quemaba por dentro todo. El amor que tengo no es algo a lo que pueda renunciar fácilmente, olvidar, dejar en la fogata a que arda completamente. Simplemente no puedo hacerlo.

Pero ¿perdonarlo? Tampoco me veo haciéndolo.

He guardado todas las canciones que me escribiste, las he dejado en un cofre pequeño de madera que compramos juntos una de las tantas veces que fuimos a la ciudad. Y cuando me pongo triste las leo, y escucho tu voz. Escucho tu guitarra fuera de mi habitación, la escucho susurrando en mi oído. Me sonrío, me doy la vuelta, y no hay nadie. Y ahora que he estado triste y la razón no es más nadie que tú, me doy vuelta, observo el cofre, y rezo por no quemarlo, por mantenerlo, por limpiar mi consciencia de mandarte al infierno.

Y me dueles, tanto. Que no he podido dormir bien desde que esto pasó. William ha estado a mi lado desde entonces, y nunca antes había odiado tanto tu nombre como ahora. Verlo a él es saber que tengo a alguien a mis pies sin siquiera esforzarme por ello, verlo a él me hace entender que podría estar mejor con otra persona que contigo, pero llamarlo a él, se siente como si estuviera siéndote infiel, así como tú lo hiciste conmigo.

Esperaba que te quemes, y ahora espero apagarte para que vuelvas a casa. Soy un desastre.

He estado leyendo las canciones en mi habitación junto con Confi. Tu habitación sigue intacta, y me harta. Me levanto al baño y veo la puerta cerrada, me harta. Grito frente a ella que te quiero devuelta, que quiero que estés aquí. Esme y Amet me han intentado explicar una y mil veces que debe ser un enorme mal entendido. Y dentro de mí yo también lo pienso.

—¡No hay manera de que me hagas esto! —Grito, frente a esa puerta que esconde tus guitarras y tus incontables palabras—. Explícame y no me digas que fuiste débil... dime algo... dime otra cosa... —Que me hacen deslizar por la puerta, tus poemas que pareces recitar incluso a horas de aquí—. Dime otra cosa... dime algo que me haga entender... por qué fuiste débil

Entonces me miro, me miro al espejo que reposa en el baño mientras noto, roto, que he vuelto a ser el mismo Samuel que antes—. ¡Maldita sea! —Y vuelvo a gritar.

Y vuelvo a quemarme pensando en tus palabras y en esa llamada. ¿Cada sacrificio que hicimos no significó nada? ¿O es que ser mártir no te queda y va en contra de tu palabra?

Respiré hondo para escuchar la puerta sonar y, pese a que mi existencia pesaba, era consciente de todo el ruido que había hecho. No sería noticia que el señor Gabriel llegara y me pidiera que desalojara de inmediato y que me llevara mis problemas a otra parte. Cosa que ciertamente ya había pasado anteriormente.

Me puse de pie con todo el pesar de aquella alma rota, y, limpiando mis lágrimas, abrí. William estaba ahí, con sus ojos grises cansados posando sus lentes nuevos y una enorme bolsa en sus manos—. ¿Santa?

—Algo así —Contestó sonriendo, para yo moverme un momento y dejar que pasara—. Has estado llorando... —Susurró al dejar la bolsa en el sillón, para Confi volar a ella y olfatear un sinfín de veces—. Es inevitable —Dije algo avergonzado, por saber que mi aspecto no se podía esconder.

—Samuel... —Suspiró, para caminar hacia mí—. Eres incorregible —Me abrazó para yo quedarme estático con él en brazos. Su cuerpo era muy delgado y en efecto, siempre era cálido.

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