1. Lechuzas, Dumbledore y una varita de cerezo

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-¡Abbado! ¡Deja de dibujar en tu libreta, y responde a la ecuación!

No suelto la pluma; en realidad no me importan las ecuaciones y prefiero emplear mi tiempo en algo más interesante que escuchar a un gilipollas contarme un cuento chino que no me va a servir para nada fuera de una cárcel con nombre intelectual para camuflar las rejas.

Así se lo explico al maestro sin levantar la vista de la libreta, y su reacción es inmediata:

-¡Ailey Nymphadora Abbado! ¡Sal de mi clase ahora mismo, y no quiero volver a verte en dos días!

-¡No digas mi segundo nombre!- espeto. Odio mi segundo nombre, pero me lo pusieron porque así se llama mi madre, así que no me puedo quejar.

Bueno, quizá sí.

-Es tu nombre, y todos lo conocen. Ahora haz el favor de salir de mi clase.

-¿Todos? A ver si hay otro retrasado que se atreve a llamarme Nymphadora- reto, y la clase guarda silencio-. ¿Nadie? Ah, bien. ¿Cómo te quedas, eh?

El profesor pasa de mí olímpicamente, y lo agradezco. Estoy bien en silencio, gracias. De veras no tengo ganas de aguantar otra gilipollez más antes de la riña de mi padre.

Me cuelgo la mochila de un hombro, pero no salgo de la clase aún. Con la libreta en la mano, me apoyo en el marco de la puerta, desafiante, pero sólo un alumno se da cuenta.

Por suerte o por desgracia, ese alumno es Tom el Chivato.

-¡Profesor, profesor, Ailey sigue en la puerta!

Resulta que ha sido por desgracia. Ahora mismo le odio con toda mi alma, ojalá se caiga por un puente y caiga en un río de lava con pinchos en vez de lava.

-¿Algo que añadir a mi clase, Abbado?- dice el profesor con frialdad.

-Sí- grito, y cuando todo el mundo mira, le hago un corte de manga al profesor-. Esto es lo que todos opinamos de sus ecuaciones.

Me doy la vuelta y cierro, y aún en medio del pasillo oigo los gritos furiosos del profesor. Riendo, salgo de esa prisión llamada instituto y camino hacia mi casa.

-¡Ailey, qué haces aquí tan pronto!- grita mi padre, cuando me ve entrar.

-Ese calvo cabrón que tengo de profesor me ha echado por hacer un dibujo.

-Ese calvo cabrón que tienes de profesor me ha llamado y me ha explicado todo- rebate mi padre, pero se cree que me voy a quedar callada.

-Ese calvo cabrón que tengo de profesor morirá entre terribles sufrimientos.

-Ha mandado deberes para tí- dice mi padre, pero por su tono de voz sé que no le importa mucho.

-Bien por él- digo, y subo a mi habitación.

Hay veces en las que mi padre suelta frases con segundas, como si fueran órdenes, y hasta se espera que las cumpla. «Tu cuarto está muy sucio» «Falta pan». Que cumpla las órdenes, ¡ja!

"la leonera", como le dice mi padre, está llenísima de ropa. Lo curioso es que toda la ropa está en el suelo, esparriada, y forma una capa de un palmo de alta. No sé de qué color es el suelo, ciertamente. Y tampoco las paredes, pues están repletas de posters de One Direction, Shawn Mendes y Meghan Trainor. Mi habitación es algo así como un collage, de mil colores y medio. El techo es blanco, eso sí. Es lo único que no he sido capaz de cubrir, nunca. Puede que las paredes y el suelo sean del mismo color, o a lo mejor tengo una alfombra...

Abro el armario; está vacío, pero mi único propósito era meterme dentro. Entro, y saco el móvil en seguida. Sí, me gusta meterme en mi armario para coger el móvil, costumbres más raras habrá. Por cierto, soy una grandísima fan de la magia, y de todo lo que tenga que ver con ella. No de los trucos de magia, de esos con cartas y una chistera, esos que todos comprenden en seguida que no son reales, sino de la magia auténtica. Sí, hablo de las pociones en calderos, unicornios, hipocampos, varitas mágicas y trols. Sé que la magia existe, sé que no es nada raro, y algún día aprenderé a dominarla, a hacer pociones y a montar en unicornio. Estoy segura.

Hija De Nymphadora TonksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora