Parte 3: Capítulo 9

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Capítulo IX

Aberración

A la mañana siguiente el sol se cuela por una pequeña rendija y me da los buenos días. Un dulce despertar que anhelaba desde hacía ya mucho. Me hace recordar a las mañanas en casa, cuando solía despertarme la última después de que papá me hiciera levantar con un estruendoso grito y un golpe de almohada. El olor a tostadas se materializa en mi aparato olfativo. Parece casi real. Solo a los mutantes que forman parte del ejército les permiten tener ventana. He escuchado decir a las hydras innumerables veces que notan la diferencia de un mutante encerrado y un mutante con ventana. Piensan que la luz del sol nos apacigua. No piensan erróneamente aunque yo ya no soy una mutante. He dejado de serlo aunque físicamente no sea así.

Una hydra entra por la puerta.

- Hoy no hay nada que hacer. Debes asistir al comedor principal para recibir tu ración diaria de mediodía - explica.

Intento mantener la mirada perdida... Como haría un animal cualquiera. La verdad es que tampoco me resulta tan dificil ya que, después de todo, solo mi mente de lobo debe recordar dónde se encuentra el comedor.

- ¿Entendido? - pregunta como esperando una reacción por mi parte.

La hydra se aproxima a mí con los ojos entrecerrados y yo ladro. Supongo que mi otro ser hacía eso para asentir.

- Se te abrirá la compuerta en cuanto llegue la hora de comer.

Una vez acaba de hablar se vuelve, se dirige a la compuerta y al salir se cierra con un golpe seco y a continuación se escucha un leve "clic" de cerrado. Pensé que hasta entonces podría deambular por los pasillos y averiguar el paradero de Uriah, Nibai o, por lo menos, del comedor. Recuerdo el lugar pero no cómo llegar a él. Cuando salga de la habitación haré ver que sé hacia dónde me dirijo aunque realmente no pare de dar vueltas, hasta dar con otros mutantes que me guíen allí. Espero encontrarme con Uriah. A pesar de haber conseguido liberarnos del subyugo de nuestras mentes de lobo, las hydras son muy avispadas y una simple muestra de mi sangre podría delatarme. Aunque consigamos averiguar cómo enseñar al resto de mutantes a convertirse, será difícil seguir el papel de loba sumisa. Y si ordenan que mate a otro mutante... No. Ya no.

Es extraño volver a sentir tan nítida la voz de mi conciencia. Es como una vieja amiga a la que he añorado sin darme cuenta. Apenas he tenido tiempo de estar a solas conmigo misma, reorganizando mis ideas y demás. Y ahora que puedo, algo inhibe mi voluntad. Todavía noto un ligero peso de lobo y soy consciente de que, aunque ahora lo controlo, no me ha abandonado del todo.

Como no se me ocurre nada en que pensar, decido matar el tiempo mirando por la pequeña ventana que hay en el cuarto. Al asomar el hocico, el sol acaricia mis facciones y respiro profundamente. Es extraño que salga el sol aquí, en la tierra de las hidras. Se nota por la estructura del fuerte y de las otras bases de Sjraevha que intentan evitar el sol a toda costa.

Mi hocico se va secando lentamente y no lo escondo hasta que el sol empieza a quemarme. De un salto vuelvo mis patas delanteras al suelo y miro a mi alrededor. Es una habitación mucho más cómoda que la anterior. Humedezco mi hocico con la lengua y me sobresalto. Arde demasiado. De hecho, conozco ese calor: es el que siento cuando uso el fuego como elemento. Sacudo la cabeza y meto el hocico en el cuenco de agua metálico que encuentro en una esquina de la habitación. Un fino hilo de humo asciende y me estremezco. No puede ser.

Me sobresalta el ruido de la compuerta al abrirse y golpeo con el hocico el cuenco, que se estremece y deja ir algo de agua al suelo. Supongo que ya es la hora de comer.

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