Capítulo XI
Partida de rastreo
No sabría decir si es de día o de noche pero el caso es que despierto con el recuerdo de que me han drogado y pronto lo noto en las sienes en cuanto hago el esfuerzo de incorporarme. Aprieto los dientes y me alzo sobre mis patas y continúo sufriendo esta pesadilla de terror, hambruna y sufrimiento.
Y el tiempo continúa transcurriendo lentamente.
Ya que no puedo hacer nada, me dedico a pasar las horas durmiendo o descansando. También intento no ponerme nerviosa ya que eso supondría otra ración de sueño aplastante.
Llegados a este punto, noto incluso que el instinto animal vuelve a cobrar fuerza sobre mí, ayudado de la ansiedad y el hambre. Solo una parte de mí resiste y me advierte de algo que he echado a faltar desde que he abierto los ojos. Ya no me ensordecen los cañones de los cabiros. Es preocupante que ese silencio sepulcral no haya llamado mi atención hasta ahora pero más preocupante me resulta el silencio.
Es posible que hayan decidido hacer una tregua para planear un nuevo ataque. O quizá no quede nadie con vida que pueda seguir peleando.
Mi padre... Él podría haber estado entre las filas, luchando por mí. No puedo perderlo otra vez. Empiezo a hartarme de no poder hacer nada por él ni por nadie.
Me alzo sobre mis patas, cojo carrerilla y con todas mis fuerzas intento derribar la puerta, ya sin importarme las consecuencias, sin importar el plan. Quiero salir de aquí, ahora.
Quiero reunirme con Uriah, con Nibai y con mi familia. Mi padre, mi madre y mi querido hermanito.
No entiendo por qué pero me reconforta camuflarme en este cuerpo animal. Este es mucho más resistente que mi cuerpo humano, el cual dudo que hubiese resistido este periodo de batalla sin recibir la luz del sol o los placajes que recibo de una puerta cerrada. Y aún así el cansancio se apodera de mí cada vez más hasta que decido hacer una pausa para descansar. Miro la puerta con amargura y me resisto a decaer ahora.
Intento de nuevo con todas mis fuerzas derribar la puerta: vuelvo atrás para coger carrerilla y me lanzo. Antes de que mi cuerpo choque, veo como la compuerta empieza a abrirse y me detengo en seco, aparentando normalidad.
- El peligro ya ha pasado - informa en tono neutral la hydra que aparece tras la puerta, sin sospechar de mí en ningún momento.
Intento no mirarla a los ojos porque cuando lo hago veo a la posible asesina de mi padre o de cualquiera de mis seres queridos.
- Hoy saldrás y te encargarás de eliminar cualquier rastro del enemigo. Si quedan personas te encargarás personalmente de aniquilarlas. Toda Sjraevha espera que los mutantes cumpláis vuestro cometido aquí.
"No toda Sjraevha" pienso para mis adentros.
En cuanto la hydra se va, comprendo que no me va a llevar a la gigantesca sala en la cual nos reunimos todos los mutantes antes de recibir órdenes y salir al exterior. El exterior. Llevo muchísimo tiempo queriendo salir y ahora no sé si quiero hacerlo. La hydra me ha ordenado que elimine cualquier rastro del enemigo. De modo que... Solo quedan rastros de ellos.
Me encamino a toda prisa hacia la sala y busco a Uriah mirando en todas direcciones disimulando todo lo que mi miedo me permite. Para mi alivio, encuentro a Uriah y los demás mutantes en la fila de siempre. Uriah está bien. Una preocupación menos. Aunque parece tan preocupado como yo.
Me mira directamente a los ojos y sostiene la mirada, sin importarle quién nos vea. Le comprendo. Está tan preocupado como yo. Ahí fuera nos aguarda la realidad, la cruda realidad, así que prefiero dejar la mente en blanco.
La reina hydra de rostro cubierto por un velo y que suele dar las órdenes ha sido sustituida por otra, cuya voz en cambio no penetra en nuestras cabezas como una conciencia sino por nuestros oídos como una simple voz. Seguro que ahora se ha escondido en su cómoda alcoba a salvo de los ataques que reciben sus súbditas.
La nueva hydra repite lo mismo que solía decir la otra y, cuando acaba, se hace el silencio. Se respira la tensión en el ambiente.
Y la compuerta se empieza a abrir, chirriante de no haberla usado.
El viento sopla en nuestras caras y entrecerramos los ojos hasta que nos acostumbramos a la cegadora luz que resplandece de las nubes, iluminadas desde alguna parte por el sol. Uriah y yo nos miramos. Demasiado silencio. No sabemos qué encontraremos ahí fuera. A quién nos encontraremos ahí fuera.
La estampida comienza. El temor y la angustia hacen el resto. Me veo empujada por una marea de animales hasta que Uriah me empuja, estabilizándome. Salimos al exterior y el paisaje me golpea. Es aterrador, desolador, árido. Lo huelo. La muerte está presente. Sorteamos cientos de cadáveres y prefiero no pararme a pensar a quién han pertenecido en vida. O quizás tema reconocer el cadáver de mi padre. O el de Rose.
Cuando nos alejamos lo suficiente, Uriah y yo nos dirigimos hacia el lugar donde nuestras pertenencias esperan, separándose del resto de lobos al igual que yo.
Uriah corre mucho más rápido que yo y me adelanta unos cuantos metros. Me canso al poco tiempo de correr. Mis músculos se han acostumbrado a la vida sedentaria y no consigo alcanzar el ritmo de Uriah.
Echo la vista atrás por un momento. El campo de fuerza del fuerte ha quedado hecho trizas y las placas electrificadas caen como si fuesen trozos de papel. Han estado peleando durante todo este tiempo y lo único que han conseguido es destruir el campo de fuerza.
Sigo corriendo y al fin alcanzo a Uriah pero me detengo en seco al comprobar que él ha quedado paralizado, con el pelaje erizado. Pronto yo también lo hago. Se ha detenido frente a algo que está en el suelo, reclinado y con la palma de la mano en nuestra dirección, suplicando por su vida.
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Igneous
AdventureEn los cuatro reinos se avecina una guerra. Y Deianira, una joven alocada que vive sin preocupaciones en un pequeño pueblo a las afueras de una gran ciudad, no sabe que será la detonante de esa guerra. Sus decisiones la llevarán a dejar todo lo que...