Parte 1, capítulo 4: Una baraja de cartas

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Capítulo IV

Una baraja de cartas

- Otra vez no...

No estoy segura de si hablo en sueños o he pensado en voz alta pero de nuevo mis padres me miran fijamente. De nuevo una fuerte corriente de agua me arrastra fuera de casa y ni siquiera se ha molestado a esperar que abriese la puerta. Aún habiendo vivido esto antes y aún siendo consciente de que se trata tan solo de un sueño no puedo evitar pedir auxilio. De nuevo esa sensación asfixiante, aunque, en vez de escuchar aquel estruendo lo único que oigo es mi ahogada voz pidiendo ayuda.

Miro hacia arriba con la esperanza de encontrar a mis padres y salvarles antes de que se ahoguen como la última vez. En lugar de a ellos, veo como un grupo de Salvajes sin rostro como los que vi unos días atrás saltan por los tejados para salvar sus vidas como gatos negros. Saltan con grandes zancadas y pronto llegan a un tejado lo suficientemente alto como para salvarse del fuerte torrente de agua. Mientras tanto yo me hundo, solo que esta vez no permito que la imagen de mi familia muerta aparezca de nuevo.

Despierto esta vez con un grito que emana de lo más profundo de mi garganta.

- Uff... - bufo llevándome una mano a la cabeza.

"La próxima vez que tenga esa pesadilla me escabulliré por los tejados, como esos Salvajes" pienso. Me ha hecho gracia la idea, pero ni eso me hace olvidar la terrible sensación de impotencia que sentía durante el sueño.

Aprendí a nadar desde pequeña. Mi padre me enseñó. Puede que un poco de oleaje consiga que nadar sea inútil pero siempre sabré mantenerme a flote. Pero esa agua es distinta. En mi sueño, el agua es muy espesa y cuanto más me muevo más me hundo.

Mamá entra por la puerta de mi habitación de un portazo.

- ¡Deia! – me llama arrimándose a mi cama - ¿Sucede algo?

- Solo una pesadilla – logro decir entre jadeo y jadeo.

- ¿Estás bien?

- Sí – afirmo – siento haberte despertado mamá.

- No importa – dice mientras me empuja hacia atrás y me acaricia la frente – intenta volver a dormir. Ya casi amanece.

Asiento con la cabeza y cierro los ojos. Mi madre sale de la habitación y escucho como baja la escalera hasta su dormitorio.

Yo me esfuerzo por volver a conciliar el sueño pero, después de probar con diversas posturas acabo por rendirme. Me desperezco y me incorporo. He de tantear con los pies sentada en el borde de la cama para encontrar mis zapatillas, que se encuentran a dos metros de mí, tiradas en el suelo de cualquier forma como de costumbre.

Miro mi reloj de pared. Son las seis de la madrugada. Me froto los ojos con el puño del camisón y me dirijo a mi ventana arrastrando los pies por el suelo entarimado. Abro la ventana y me apoyo en el marco de esta con los brazos, colocando mi cabeza entre ellos. Inspiro profundamente y mis pulmones se llenan de oxígeno limpio. El sol empieza a salir en el horizonte, pero las montañas de Rhycund cubren su destello, recibiendo los primeros rayos de la mañana en su otra cara. Adoro este momento del día. La gente empieza a salir de sus casas para empezar a trabajar y Babule aulla al cielo como de costumbre despertando a aquellos a los que se le han quedado pegadas las sábanas. Hace un frío inusual para esta época del año y la humedad inunda de rocío todas las ventanas y superfícies de las casas, convirtiéndolas en pequeñas piedras preciosas incrustadas en un valle cubierto por la niebla, que avanza rasa sobre el suelo.

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