Parte 3: Capítulo 6

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Capítulo VI

Amarga victoria

Al día siguiente, los focos blancos y parpadeantes de luz me despiertan, aunque no abro los ojos del todo.

- ¡Arriba! - ordena una hydra de cuya presencia no me había percatado hasta que dio la orden.

Me levanto de inmediato y con la vista al frente. El gesto hace que me duela la columna pero ignoro el dolor.

- Para demostrar tu lealtad has de matar a tu contrincante - me explica.

Asiento con la cabeza. Espero que la hydra no haya entrado hace mucho y me haya quedado dormida.

En la sala, entra un ave de plumaje marrón claro y de una estatura muy rebajada respecto a la mía. Entre dos hydras lo sujetan con unos arneses mientras este se revuelve y forcejea empujando todo su cuerpo en mi dirección. Arrugo la nariz y enseño los dientes. Las hydras sueltan rápidamente los arneses liberando al ave que, sobre sus dos zarpas, empieza a andar en círculos midiéndose conmigo.

El ave grazna amenazadoramente abriendo las alas en posición de ataque y antes de dejar que se abalance sobre mí, escondo mis orejas puntiagudas para no perderlas en el combate y me lanzo directamente hacia sus piernas . No me cuesta atraparlo entre mis garras. Pero él abre sus alas y choco de espaldas contra el suelo. Gruño de dolor y pero sé que debo levantarme de inmediato.

Rujo con todas mis fuerzas para intimidar al ave y así conseguir distraer su atención para atacar. Y lo consigo. Me abalanzo de nuevo sobre sus espaldas y le arranco un ala con los dientes. El ave grazna ferozmente, aleteando con su única ala y un muñón de plumas sangrantes.

Entonces ejecuto el golpe final. Un preciso mordisco en su largo y fino cuello pone fin a su vida.

Mi contrincante cae. Y yo, victoriosa, tras comprobar que ese pájaro está muerto, me vuelvo hacia la hydra.

- Bien - me felicita la hydra cuando el ave cae muerta al suelo.

Dos o tres hydras apuntan muchas cosas con sus manos biscosas y sus plumas descontroladas en un cuaderno.

Entonces todos se retiran y me quedo sola con la hydra que ordenó mi ataque.

- Ahora estas en fase de prueba. Unos días más y ya formarás parte del gremio - asegura con voz tenue y segura.

Asiento y se retira. Dejan al animal muerto en la sala y, aunque me incomoda, decido arrastrarlo hacia un lado para que no ocupe tanto espacio. Pasan las horas y no ceso de caminar en círculos. Durante el día y en muchas ocasiones, las hydras chafan sus narices picudas sobre el cristal y me observan. Mis oidos se mueven y escucho sus comentarios.

"Es un bonito ejemplar" aseguran muchas. "Es la hija de Darrenbrase" aseguran otras. Algunas hacen muecas de asco cuando ven al ave al que me he enfrentado. Empieza a molestarme su presencia. No entiendo lo que dicen así que me enrosco de nuevo en el suelo e intento conciliar el sueño.

Un golpe me despierta. Alzo la cabeza, pero no veo nada ni a nadie. Las luces están apagadas.

Un recuerdo venenoso asalta mi mente, como si hubiese despertado de una pesadilla.

He matado a Yeray.

Le busco en la oscuridad y voy corriendo hacia él. Ahora ha vuelto a su forma humana, completamente desnuda, y le falta un brazo.

- ¡Yeray! ¡Nooo! - grito a su lado, cubriendo con mi pelaje su cuerpo desmembrado y frío al tacto - Yeray...

Me doy cuenta por el sonido de mi voz de que no hablo, rujo. Ladro el nombre de Yeray. Aullo.

Recuerdo la explicación que Sina nos dio en el bosque: "Solo servía para recordar lo que había hecho durante el día. Y al día siguiente, volvía a ganarme el instinto. Y así contínuamente".

Todo lo que haga durante el día, lo recordaré por las noches. Es una tortura. Cierro mis ojos azules y felinos y los pego en el costado de Yeray intentando darle la vuelta sin éxito.

Yeray... Si Sina me viera ahora...

De pronto entran las hydras y recogen el cuerpo de Yeray. Han estado esperando a que recobrase el sentido y me diera cuenta de lo que había hecho para llevárselo. No hago nada por impedirlo. No quiero que su cuerpo esté aquí, conmigo, junto a su asesina.

Me esfuerzo por conciliar el sueño de nuevo y así olvidar. Pero... ¿De qué sirve olvidar si mañana volveré a recordar?

Al día siguiente me levanto a la orden de la hydra que me despierta.

- Hoy saldrás por primera vez de aquí - me explica - Debes montar guardia con tus compañeros en los calabozos de la sección este del fuerte. Y recuerda: en caso de conflicto, seréis severamente castigados.

Asiento.

Me guían a través de los pasillos hacia una cámara en la que se encuentran más mutantes como yo. Un par de rinocerontes, corpulentos y duros como la roca, con un amenazante cuerno que lucen en sus frentes, entre sus pequeños ojos; un lobo de pelaje cobrizo que llama mi atención debido a nuestra similitud y un gato montés que eriza su pelaje ante la presencia de dos lobos gigantescos.

Me pongo en fila junto al lobo de pelo cobrizo. Mi corazón bombea con fuerza, aunque no estoy nerviosa. Ansío oír las órdenes de mi superior.

Distingo una luz parpadeante en uno de los pasillos. Lo miro con detenimiento y me rasco una oreja con la pata trasera, cuando me sobresalta la voz impetuosa de una hydra.

- Vigilad las mazmorras - ordena una hydra cuyo rostro no logro ver con claridad debido al velo que lleva puesto en la cabeza. Su voz también me resulta extraña, distorsionada.

Mi grupo se dirije ordenadamente y a paso firme hacia las mazmorras y yo les sigo.

Después de atravesar innumerables pasillos blancos, llegamos a un lugar donde rebosa una gran cantidad de celdas blancas como la niebla.

- ¡Deianira! - grita uno de los presos - ¡¿Qué le habéis hecho, brujas?!

Ignoro al viejo que grita desesperadamente.

Continúa gritando durante horas y decido esconder mis puntiagudas orejas bajo el tupido pelaje blanco de mi cabeza.

Me paso la lengua por los dientes y los colmillos que exhibo como sables y me siento. Los dos rinocerontes juntan sus cuernos repetidamente. El gato montés no para de arañar el suelo con sus uñas, haciendo un ruido que al cabo de un rato me resulta irritante.

El lobo de pelo cobrizo que se encuentra a mi lado, reposado en el suelo, se humedece el hocico con su larga lengua y luego vuelve la vista hacia mí.

El corazón me late muy deprisa y sigo sin entender por qué. Los nervios incrementan mi desesperación y decido rugir al gato montés para que pare de arañar el suelo.

Éste obedece intimidado y esconde la cola entre sus piernas.

Pasa el día y pronto nos vienen a buscar para llevarnos a nuestras respectivas salas.

- ¿Se han reconocido? - pregunta la hydra que me guía a la que guía al que es como yo.

- No. El chip funciona correctamente. Tampoco ha reconocido la voz de nuestra señora.

De nuevo me conducen a la sala blanca y, al anochecer, mi mente cobra vida como una llama prende una mecha.

Uriah. Y Nibai. Están bien.

Uriah no sabrá que yo soy Deia, puesto que se convirtió antes que yo. Me alivia saber por lo menos que está bien.

Aunque eso no cambia nada. Estoy condenada a servir a las hydras. Cierro los ojos y me duermo en seguida, debido al cansancio.

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