Parte 3: Capítulo 10

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Capítulo X

Gritos, explosiones, bombardeos y muerte

Pasan los días como las páginas de un libro. Ni siquiera recuerdo cuánto tiempo llevo en el fuerte. Ni tampoco cuántos días han pasado desde que no veo la luz del sol. En cuanto retumbaron los primeros cañones, las hydras acudieron raudas a nuestros compartimentos y cerraron nuestras ventanas. La espera me eloquece cada vez más aunque a veces logro escuchar a través de la compuerta de mi habitación ciertas conversaciones que logran entretenerme y asesorarme de lo que ocurre en el exterior: al ver que nosotros, lo que éramos la tropa de reconocimiento, no volvíamos y al ver que el número de sirenas y gillmans se reproducía, cabiros, sílfides y terrarios decidieron proceder a la hostilidad.

Nuestros guerreros han intentado de todas las maneras irrumpir en el fuerte para salvarnos a todos, incluidos a los mutantes. Pero el fuerte es prácticamente inexpugnable. Cabiros, terrarios y sílfides mueren cada día.

No consigo dormir. No con los gritos que propinan mis aliados al morir. Gritos de terror. Gritos de dolor. Su último aliento.

Los días continúan pasando y mi sufrimiento se agrava por momentos. ¿Cuánta gente habrá muerto ya? ¿Cuánto hace que estoy encerrada en este cuarto?

Gritos, explosiones, bombardeos y muerte. Eso es lo que hay ahí fuera. Eso es lo que les espera a los que intenten salvarnos. La situación nos atribuye la culpa a mí y a Uriah sin pretenderlo. La victoria y la salvación son dos puntos muy diferentes a las afueras de este lugar maldito.

Una punzada de dolor corre por mi garganta. Yo aún no he hecho nada por evitarlo. No he intentado poner a los mutantes de nuestra parte, hacerles entrar en razón. Tampoco habría podido hacerlo estando encerrada en la habitación en la que no hace mucho me sentía a gusto. Ahora la veo con otros ojos y comprendo que nunca ha dejado de ser una carcel.

También llevo tiempo sin ver a Uriah y a Nibai. Realmente debería preocuparme más Nibai, puesto que él no tiene la armadura de "mutante" ni suscita interés militar en las hydras. ¿Qué habrá sido de Nibai? Temo que al querer los nuestros atacar Sjraevha las hydras hayan decidido eliminar a los rehenes. Mi madre, en sus cuentos de Salvajes, me explicaba que estos, cuando eran atacados por otras tribus, asesinaban a los rehenes y presos para evitar revuelos oportunistas. Espero que las hydras desconozcan sus métodos.

También temo por las hydras que no quieran esta guerra, las lealistas a la primera reina. Muchas de ellas habrán muerto a manos de mis camaradas. Quizá otras hayan intentado escapar. En cualquier caso, siempre estarían en constante peligro.

Me detengo en cuanto me doy cuenta de que estoy caminando en círculos en la árida habitación y miro hacia la compuerta.

Durante todos estos días solo la han abierto para darme de comer. La comida escasea y mi ración mengua a medida que los días pasan. Y lo que me traen es siempre lo mismo: ancas, vísceras de pescado e incluso anguilas. Al principio, al recibir mi ración de comida me dedicaba a tirarlo por la ventana o esconderlo en algún rincón de la habitación y ahora, con la ventana cerrada y con tan solo una pequeña rendija para el oxígeno, ansío el momento en el que me lanzan con desgana un plato reducido de esa porquería. Porque lo que realmente es porquería me está empezando a gustar. Es lo único que me da fuerzas, lo único que es diferente a lo largo del día.

El miedo y la incertidumbre me invaden por completo y empiezo a aullar con todas mis fuerzas. De pronto se abre mi compuerta y al ver que una hydra está tras ella me siento y dejo de aullar.

La hydra lleva otro cuenco en las manos con comida dentro. ¿Otro? No me importa el motivo por el cual me traen otra ración en el mismo día. El hambre es también una de mis preocupaciones últimamente y cada vez se hace más presente en mi estómago, de modo que no rechazaré otro cuenco, por asqueroso que sea su contenido.

Olisqueo el recipiente mientras la hydra lo posa en el suelo y en cuanto se cierran las compuertas empiezo a comer olvidándome de respirar. A medida que como, los párpados empiezan a pesarme cada vez más y más hasta que no tengo fuerzas ni tan siquiera de mantenerme en pie y caigo de lado. Ahora entiendo porqué se han tomado la molestia de ofrecerme otra ración de comida. Solo espero que lo que he ingerido con tantas ansias sirva solo para dormirme y no para matarme.


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