Parte 2: Capítulo 7

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Capítulo VII

Polizón a bordo

A la mañana siguiente, unos jóvenes terrarios nos despiertan.

Alanis y yo nos quedamos ayer dormidas a la intemperie y, cuando me incorporo, me crujen los huesos y siento un agudo dolor en las cervicales. Miro hacia atrás: Symmus no se ha movido de la tienda y Uriah no está. Me vuelvo de nuevo y me pongo en pie de un salto.

- ¡¿Ya han llegado?!

- Aún no - me responde una sílfide de cabellos negros - pero podéis estar tranquilos, volverán victoriosos.

- ¿Cómo puedes estar tan segura? - pregunta Alanis y por un momento parece que esté plantando cara a la chica sílfide. Por unos instantes logro ver a la Alanis que defendía a su tribu con uñas y dientes y desconfiaba incluso de su sombra.

Unos jóvenes sonríen con picardía detrás de la chica.

- No les ha rozado ni una sola gota de lluvia - nos explica al fin satisfecha.

Alanis la mira fijamente con los ojos entrecerrados y luego los abre de par en par.

- El viento de ayer... ¡Fue cosa vuestra! - responde alegre Alanis.

Suspiro aliviada. Estuvimos toda la noche en vilo, atentos ante cualquier señal de lluvia y al final resulta que los sílfides alejaron las nubes y las empujaron en otra dirección con su viento. Desde luego lo hicieron en la clandestinidad, ya que la participación, directa o indirecta, en la batalla, ha de ser aceptada en acta. Me gusta ese acto de rebeldía y su forma de reír con socarronería. Me hacen sentir a gusto y me hacen recordar aquellos tiempos en los que decenas de niños volaban por los tejados de Vëersoyahr y hacían maldades y vivían sin normas...

- ¿Estás bien? - pregunto a Uriah, que aparece por detrás de la tienda, pálido como el mármol.

- Lo estaré.

- Los volveremos a ver.

Nos miramos por un momento y le sonrío.

- Eso ya me lo decías cuando íbamos de camino hacia aquí.

- La verdad es que sí, pero esta vez será cierto - le bromeo.

Pero pronto la pena y el nerviosismo nos enmudece.

- Buenos días, mis pequeñas - nos saluda Symmus incorporándose repentinamente.

Uriah niega la cabeza repetidas veces y sonríe ante el comentario de Sym pero luego se vuelve y se aleja.

- ¿Mis pequeñas? - le reprocho - Creo que has dormido demasiado.

- Lo sé...- reconoce avergonzado.

- Deia, hazme el favor y acompaña a Uriah a vigilar si los cabiros regresan - me pide Alanis mientras empieza a desmontar la tienda.

- Ya te ayudo - se ofrece Symmus.

Ambos empiezan a deshacer nudos en silencio y yo me vuelvo y corro en dirección hacia Uriah, que está sentado en un peñasco esperando el ansiado retorno de las tropas. Me quedo de pie mirando a sus espaldas y me siento en la arena. Uriah se percata de mi presencia y se hace a un lado para dejarme un hueco en la roca para sentarme.

- ¿Por qué no nos acercamos a la cima para ver si llegan? - le propongo mientras me sacudo la arena de la ropa.

- Los veremos antes desde aquí si llegan en barcos.

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