Capítulo 1

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­­—¡Saskia!

¿Qué es esto?

Vuelta. Haz puntas. Rueda de carro con una mano. La pelota pasa por tus hombros y la sostienes con la mano izquierda. Aguja. Rodada al frente y lanzas la pelota. Tres giros. Arabesque ruso y la atrapas. Te tiras al suelo y abres Split con la pierna derecha. Pones la pelota en la espalda y tocas tu tobillo izquierdo, arqueando, aunque te duela. Y así giras hacia un costado para quedar sostenida sobre tu pecho. Tomas la pelota con una mano y la sacas, y haces un arco normal para después pasar tu cadera al otro lado. Te levantas, giras una vez más, arrojas la pelota, la atrapas por última vez y te quedas como una estatua frente a todos, con una pose extravagante a pesar de que tengas sólo 9 años.

Ese día gané otra medalla de oro. Una más.

­­—¡Saskia!

Diciembre del 2010. Alguien se fue: mi hermana. Alguien dejó una carta. Alguien quería cumplir un sueño.

Ella me vio ganar un día antes.

­­—¡Saskia! ¡Hey, Tierra llamando a Saskia!

Siento que camino, pero no avanzo. Hace frío, lo siento por la temperatura del viento que me pega en la cara, haciendo que algunas hebras de mi cabello se salgan de su sitio; es un poco corto.

Avanza, no pares. Pero no vas a llegar a nada.

Trato de pensar en algo para inspirarme y seguir. Y lo único que se me ocurre es una canción de Justin Bieber.

We both know it's a cruel world...

No, eso me está distrayendo.

Veo miles de personas bailando esa canción. Todas traen el mismo el mismo vestuario. Son las personas con las que solía compartir parte de mi tiempo. Las que aspiraban a ganar un concurso.

­­—¡Cuidado!

De pronto, todo me da vueltas y ahora sé a qué he llegado: al suelo. Impacté contra el hielo recién pulido de la pista y mi columna es quien recibe el golpe.

­­—¡Saskia! ­­—Ernest Spitz, mi coach, entra en la pista para ayudarme­­—. ¿Qué demonios te pasó? ­­—Bien, creo que no lo va a hacer­­—. Ibas muy bien y, de pronto... ¡Argh!

Ernest es demasiado joven para ser tan cascarrabias, pues sólo tiene 26 años, pero una lesión en la clavícula durante un programa corto hace tres años lo dejó sin inspiración para continuar. Ganó varias competencias entre los 17 y 20 años; creo que ha sido uno de los pocos que ha logrado estar en el mismo pódium con patinadores reconocidos como Jean-Jaques Leroy, de Canadá. Por eso, en parte, no lo culpo de ser tan estricto a veces: quiere entrenar a los mejores patinadores.

Soy mala patinadora. Antes era gimnasta rítmica. Mi cuerpo está entrenado para la gimnasia rítmica. Pero decidí cambiar por algunas cuestiones.

Entré a patinaje hace seis años, cuando tenía 9 (entré en enero de 2011; yo cumplo años en octubre). Era una niña ingenua, creyendo que por ser gimnasta los ejercicios de patinaje se me harían fáciles. Falso. Por suerte, ya sabía estar parada sobre el hielo, cuando mis padres nos llevaban a mi hermana y a mí a patinar. Mi padre solía agarrarme de las manos, pero al soltarme, me caía. Aunque, luego de unas cuantas caídas, aprendí a deslizarme. Sin embargo, el patinaje no sólo se trata de deslices, sino de saltos y movimientos artísticos.

­­—No te concentraste, ¿verdad? ­­—me preguntó Ernest.

­­—Sí, perdón ­­—respondí, bajando la vista hacia mis patines; se me está quemando el trasero.

Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora