Capítulo 2

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Saskia

—Esto no es Moscú. —Arrastro mi maleta por el pasillo del aeropuerto—. Viktor, estamos en San Petersburgo.

—Mmm... —Se lleva una mano a la barbilla—. Ya sé. Supuse que si te decía a dónde iríamos realmente, no querrías venir.

—Habría venido contigo a donde fuera sin importar qué.

—Eso se escuchó muy comprometedor, ¿no crees?

Eso no fue muy gracioso, pero él se premia con una risa un poco fuerte, la cual suena fluida. Bajo mi vista hacia mis tenis, con la esperanza de que no note mi sonrojo; no me había fijado que mis Vans tienen una pequeña marca de Minnie Mouse en la punta. No soy muy buena con los detalles.

—Sólo tienes quince años —continuó.

—Cumplo dieciséis en octubre —repliqué.

—Estoy un poco mayor —bromeó—, pero vas a tener oportunidad con tu coach y pareja de patinaje. Ambos tienen la misma edad; te aseguro que se van a llevar muy bien.

Escucho el hablar de las personas a mi alrededor, y los llantos de algunos niños. Por lo que mi familia me ha contado, yo solía ser muy sensible a las situaciones: podía hacer que una pequeña chispa de felicidad se convirtiera en un interminable ataque de euforia. Eso cambió hace seis años. Me pregunto cómo se verá una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro ahora. Una real.

Sacudo la cabeza y no puedo apartar la mirada de Viktor: está leyendo algo en su celular, algo que lo hace sonreír y ponerse rojo. Es atractivo, bastante atractivo. ¡No! Tiene 28 años, ¡acéptalo!

Pero mi coach tiene mi edad... ¿¡Un niño va a entrenarme!?

No creo que alguien que tenga 15 años quiera retirarse, mucho menos si ya ha participado como senior en un Grand Prix. Él también va a ser mi pareja de patinaje. Hay muchas cosas que no encajan aquí.

—¿Y a dónde vamos? —me pregunta Viktor.

—No lo sé —respondí—, a donde tú quieras.

—Son las once con cuarenta y tres —anuncia mirando su reloj.

Hemos llegado hace apenas unos minutos. Viktor abre la puerta de salida y deja que yo pase primero. El cielo está oscuro, con algunas estrellas dispersas por ahí. La nieve se precipita a la calle y la cubre, tan sólo dejando una capa lo suficientemente gruesa como para que no me llegue a los tobillos.

—Creo que iré a algún hotel —dije; una nube de hielo seco sale de mi boca conforme el salir de mis palabras.

—O puedes quedarte en mi casa —me sugiere.

—¡No, no! —Agité las manos—. Mis padres me dijeron que me hospedara en un hotel.

—Qué lástima —dice, riendo—. Supongo que te quieren cuidar. Pero bueno, hay uno a unos cuantos minutos de aquí. —Me toma de la mano; no me gusta que haga eso—. Vamos, no quiero que sea más tarde.

Al llegar al hotel, dejo caer mis cosas en una esquina de la habitación. No estoy tan cansada, pero sé que debo obligarme a dormir.

—Vendré por ti mañana a las 10:00, ¿de acuerdo? —me dijo Viktor antes de que yo subiera al cuarto.

Me quito los tenis, los calcetines, el abrigo, el pantalón, la sudadera y la playera, y comienzo a ponerme el piyama; se me pone la piel de gallina en cuanto mi cuerpo entra en contacto con el frío. En la habitación hay menos frío que afuera.

No creo que pueda dormir, así que me dirijo a la ventana y miro hacia la calle vacía. Es poco más de media noche.

En mi cabeza, escucho Love me like you do de Ellie Goulding. Muevo mis manos conforme el ritmo de la canción. E, inevitablemente, empiezo a cantarla.

Esta es la primera vez que me siento independiente, aunque desprotegida por la ausencia de mis padres. Me siento sola, como si yo fuese la única persona dentro del hotel.

La interrogante en mi cabeza tiene que ver con lo que va a pasar hoy, qué quiero para el resto de mi vida. Como lo he estado pensando desde mi último cumpleaños. ¿Y si esto no es lo mío?

He dedicado casi 13 años de mi vida al deporte porque estaba segura de lo que yo quería. Sólo puedes escoger un camino, y el mío lo elegí desde pequeña.

Iba en una primaria normal, con niños normales, pero tuve que recibir clases particulares al concluirla. O sea, nada de "amigos" de la escuela.

Por veces me he preguntado qué se siente ser una estudiante normal de preparatoria, con compañeros de clase y un pretendiente en la escuela. Sin embargo, yo no elegí ese camino. Yo escogí esto: estar entrenando en lugar de hacer tareas en equipo.

He hecho mi elección y ahora debo asumir las consecuencias.

Tengo la duda de si los niños con los que estudié tendrán esa misma preocupación, aunque, quizá, no por el deporte.

Puedo recuperar mis estudios el año que viene, con otro maestro particular, y concluir en dos años. Será un poco apresurado, pero no tengo alternativa. No puedo darme segundas opciones.

No obstante, ahora lo que me preocupa es saber si estoy en el camino correcto, si no es que dejé escapar para lo que era buena y me uní a lo que mi hermana tuvo aptitud y deseos desde pequeña. Yo no soy Richelle.

Esa noche sólo dormí dos horas; la angustia me mantuvo despierta.





Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora