Capítulo 50

20 3 1
                                    

Yuri

Entro, pero me he quedado en las escaleras. Siento que el corazón se me ha subido a la boca, haciéndome sentir mareado. El número de escalones parece multiplicarse.

Usualmente visto con una playera de estampado cualquiera y una sudadera; sin embargo, el cambio de hoy es muy notorio: llevo pantalones en gris oxford y una camisa Levi's oscura, cuyas mangas he subido a la altura de mis codos. Incluso me até el cabello en una rara especie de bun, el cual sólo ha terminado por salirse de su sitio; se ve bien de todas formas. Y rematé con unos lentes sin aumento, para tratar de distorsionar mi imagen y no ser interrumpido.

Pensé en traer ropa negra, como de costumbre. Había escuchado mi arsenal de canciones de Green Day y My Chemical Romance, y me sentí inspirado para vestirme como mi emo interno me lo pedía. Pero no, creí que no era lo mejor.

El regalo está mis manos, que mantengo detrás de mi espalda. La otra parte del collar está en mi bolsillo. No se lo daré a Saskia hasta que regresemos a su apartamento. Ya pensaré en dónde esconderlo mientras.

Hoy es el día. Hoy le diré lo que he sentido desde meses atrás. Tiemblo un poco (nervios, frío... quizá ambos) y, al parecer, se refleja en mi rostro lo inquieto que estoy. Veo gente pasar, que me miran como un niño perdido. Ninguno de ellos se imagina lo que estoy a punto de hacer.

Trago saliva; me parece una mezcla de pegamento con hierro oxidado. Es asqueroso e incrementan mis deseos de retroceder. Jugueteo con la caja y la carta detrás de mío.

—привет (Hola).

Levanto la vista, percatándome de la presencia de la señorita Vólkova frente a mí. Es una mujer de mediana edad que vive en el apartamento que está en frente del de Saskia. ¿Cómo lo sé? Me ha tocado escuchar personas en los pasillos agradeciéndole por algo.

—Uh, привет (hola) —respondo, tenso.

Ella tiene una cara muy amigable, de facciones suaves, y es casi como si sus comisuras estuvieran grapadas a sus mejillas para tener siempre una sonrisa, aunque eso está mal visto en Rusia: la seriedad es preferible.

—¿Esperas a tu amiga? —me pregunta, bajando lentamente unos escalones. Yo soy incapaz de moverme.

—Sí. —¿Cómo es que puede reconocerme?

Su dulce sonrisa no se borra conforme se acerca. Entonces, cuando siento su calor corporal a menos de diez centímetros a mi izquierda, ella abre la canasta que estaba cargando, y saca un ramo de cinco flores: cuatro de alelí y un clavel blanco en medio.

En casa de Lilia he observado las fotos de su boda, en las que carga con un ramo de claveles blancos. Me explicó que a Yakov le gustaban esas flores y que eran perfectas para el día en que ambos decidieran unirse, debido a que representaban el amor puro. Por eso es que Lilia sigue poniendo alguno que otro clavel de ese color.

—Son bonitas, ¿no?

Me temblaron un poco las manos al recibir el ramo, pero encontré la coordinación necesaria para tomarlo firmemente. La señorita Vólkova siguió caminando, dirigiéndose a la salida. No reaccioné al momento, me limité a ver las flores, sintiéndolas con el peso de mil piedras.

—Eh, no —articulo.

Sacudo la cabeza y bajo corriendo las escaleras, cruzo el umbral de la puerta principal y comencé a gritar:

—¿Qué se supone que...

Pero había desaparecido. Ya no tenía caso. La señorita Vólkova sí que camina rápido.

Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora