Capítulo 6

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Yuri

Tener la valentía suficiente para enfrentarse a la mirada asesina de Lilia Baranovskaya. Increíble.

<<Saskia>> repito mentalmente mientras doy patadas al aire. Saskia Rockefeller.

—Lilia ha sido amable contigo —le dije.

—¿Tan estricta es?

—Sólo puedo decirte que no acostumbra a tratar a la gente con tanta calma.

Bajo a Spagat y me llevo mi pecho al suelo.

Lilia es como una madre para mí, ya que vivo con ella. Es una mujer sola. Me pregunto si se habrá dado cuenta de que prefiere la soledad al estar casada con Yakov.

En más de una ocasión, he llegado a llamar a Lilia "mamá" por error. Hace mucho que no digo eso. No estoy tan relacionado con esa palabra, ni siquiera con "papá". En cualquier caso, ambas palabras significan algo inexistente para mí, lo cual me causan repulsión. El concepto de "familia" no representa, en mi caso, una madre, un padre y dos hijos, sino que hay una sola palabra que representa mi todo:

—Abuelo —se me escapa de los labios.

—¿Dijiste algo? —pregunta Saskia. No me di cuenta de que tengo una conexión fuerte entre lo que pienso y lo que digo.

—¡No! —respondí nerviosamente—. Tú sigue estirando, Gomita. 

Esta chica no tiene columna vertebral. Se estira de la manera que ella quiere y parece no dolerle. Me gustaría tener esa capacidad suya.

—¿Gomita? Te gusta poner apodos, ¿verdad?

—Más a ti.

Enarca una ceja. Sus ojos verdes brillan con el reflejo de la luz blanca, dando la impresión de que tienen purpurina o algo así.

—Okay —concluye, devolviendo su vista al espejo.

No sé por qué me pone nervioso estar con ella. Tal vez sea porque sé que voy a tocarla, que voy a bailar con ella muy, muy de cerca. Aunque los levantamientos no me van a costar, ya que supongo que pesa poco.

Me acerco a Saskia y, mientras ella está distraída haciendo mariposas, la jalo por la espalda rápidamente. Primero, la pongo en pie, luego la tomo por las piernas y las subo a mi hombro, en donde las sostengo; ella queda de cabeza. Creo que la levanté de forma un poco violenta.

Sin embargo, ella no se mueve. Escuché un pequeño quejido, como si se le escapase el aire, cuando le apreté la cintura, pero yo esperaba que gritara. Creo que la asusté.

—¿Saskia? —la llamo.

No responde.

Ella queda lívida en el suelo, donde decido dejarla. Sus ojos están observando al techo, con un semblante de derrota.

Saskia

Me falta aire. Siento que el corazón se me ha subido a la garganta, como si fuese en una montaña rusa.

Yuri me ha dado un susto. No estoy tan acostumbrada al contacto físico, y menos me lo esperaba de él. No sé cómo reaccionar a eso, ante la excesiva libertad que se tomó él para tocarme.

—Saskia.

Lo único que sé es que eso no me ha gustado. Lo único que sé es que estoy enojada y roja como una maldita cereza.

—¿¡Por qué lo hiciste!? —le grité.

—Sólo quería practicar —repuso él, molesto—. Fue una simple broma, no tienes por qué ponerte así.

—¿¡Una broma!? ¡Ja! —Estoy histérica. Hacía mucho que no lograba controlar mi cabreo con alguien.

No tuve esa experiencia. Nunca pude vivir el momento en que mis compañeros me hicieran entrar en hacer bromas con ademán amistoso, porque no fui a una escuela secundaria. Estuve tres años sin socializar con personas que estuvieran atravesando la misma etapa que yo.

Lo que hizo Yuri me parece inapropiado.

—¡No juegues así conmigo! —le dije.

—¡No fue para tanto! —responde él a la defensiva.

Se me tapa la garganta y no puedo hablar. Ahora noto un líquido con sabor amargo bajar por mi tráquea. Tengo la impresión de que podrían encender un cerillo con lo caliente que están mis mejillas.

Dejo a Yuri en la sala de baile y llego al baño con las manos temblorosas y la cara roja. Al fin soy libre de derramar unas cuantas lágrimas.

¿Por qué no me puedo acostumbrar? Tengo esa sensación de que he desperdiciado mi vida de nuevo. Por mucho tiempo, no tuve a alguien con quien hablar. Sólo quiero empezar nuevamente, pero me cuesta.

Tal vez el cambio de país me ha dejado un poco aturdida.

—Ya, ya —me digo, mirándome al espejo—. Todo estará bien.

Respiro hondo las veces que sean necesarias.

Quiero rasguñarme con algo.

Le doy una patada a la pared. Y luego otra. Y otra. Y lo vuelvo a hacer hasta que se me dañe la punta del pie.

Me hace sentir mejor.

Mojo mi cara con agua fría hasta que ya no esté roja y salgo del baño.

Camino con más tranquilidad.

No sé qué me ha pasado. Solía sentir una profunda inquietud sólo cuando me encontraba en lugares demasiado abiertos con mucha gente.

Cuando mi hermana murió, me quedó una huella que me impedía hablar con las personas sin tener que atormentarme porque ellas estuvieran vivas y mi hermana no. Por lo que me han dicho mis padres, es ansiedad social, en parte; es el no saber cómo salir de una situación tan fuerte.

Tuve que ir con un psicólogo dos semanas después de la muerte de Richelle. Él me daba actividades para mantener mi mente ocupada. Sin embargo, no funcionó por mucho tiempo, ya que ese desasosiego me envolvía nuevamente y me hacía imposible que yo volviese a hablar con las personas sin que, de la nada, mi actitud se volviera despreciativa.

Todo se convirtió en un círculo vicioso, lleno de pesadillas tanto de noche como de día. Por veces, se iba, y en otras regresaba en momentos inoportunos.

Supongo que he desencadenado algo, algo que me impedirá seguir patinando. Si esta situación se llega a salir de mis manos, regresaré a Kassel. Ya he dicho.

Abro la puerta y veo a Yuri dando un Tour en l'air, y a Lilia con el ceño fruncido. ¿Qué le habrá dicho?

—¿Fuiste al baño? —me preguntó Lilia.

Asentí con la cabeza.

—Tardaste más de diez minutos —dice—. ¿Por qué no los aprovechaste desde que me fui?, eso es no tener disciplina.

—Pe-perdón —balbuceo—, es que...

—Yo la distraje —me interrumpió Yuri—. Le estaba enseñando un par de cosas para que se acostumbre a las reglas.

Lilia levanta una ceja. Es obvio que no se ve a tragar esa historia.

—Bien —dice—. Yuri, continúa. Saskia, tú vas después.

Yuri me mira rápidamente antes de seguir haciendo saltos. Ni siquiera soy capaz darle las gracias.



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