Capítulo 55

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Saskia

Me despierto de golpe, inquieta y con el rostro cubierto de lágrimas. Las voces de mis compañeros de clases resuenan en mi cabeza con un horrendo eco.

"¿Qué le pasó a tu hermana?"

"¿Estás bien?"

"¿Te pasa algo?"

Me negaba a responder en ese entonces. No tenía deseos de recordar lo que había pasado.

Me toma unos segundos recuperar el aliento. El reloj marca las 5 de la mañana.

Abrazo mis rodillas, sin dejar de derramar lágrimas. Eso no fue un sueño, sino un recordatorio de la promesa que hice con mi hermana. Yo tenía 4 años, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer.

Hacía mucho que sentía esa sensación de ser aplacada por miles el peso de otras personas. Parece que la ansiedad me atacará de golpe.

—No debo permitirlo —susurro, sorbiendo por la nariz.

Aunque mi cuerpo se siente duro y cansado, me obligo a levantarme y caminar. No me basta con dar pasos en mi habitación, como tigre enjaulado: dar un paseo por la casa sería la mejor opción. Creo que iré al estudio a leer algo, cualquier sea, así sean los deteriorados periódicos de mi padre.

No quiero tomar pastillas otra vez.

Abro y cierro la puerta, procurando no emitir sonido alguno. Mis padres duermen en la habitación de enfrente. Respiro hondo.

Uno. Dos. Tres. Cuatro...

Un escalofrío me recorre cada vértebra. Se siente como si un dedo me tocara la espalda de abajo hacia arriba.

De esa promesa estaba hablando, por la que me presionaba a ser la mejor en todo lo que pudiera. Después del suicidio de mi hermana, supe que ella ya no competiría en nada, que se había ido junto con el trabajo duró que ejerció en esos 17 años de vida. Sin embargo, mi parte de la promesa seguía en pie; aunque la de ella parecía haberse anulado, yo todavía podía hacer algo: competir por ella en lugar de en contra.

Prometió llegar a los Juegos Olímpicos, mas no en qué deporte. Tal vez estar luchando por algo que no quería la llevó a hartarse de vivir.

Mi pulso se regulariza, pero yo ya no me creo capaz de volver a dormir. Mi vista apenas enfoca bien en la oscuridad del pasillo que separa las habitaciones. Me reclino sobre la pared cerca del dormitorio de Richelle. No he entrado ahí desde ese día de diciembre; mis padres, por su parte, han tenido qué entrar para sacar su cadáver y, quizá, limpiar los residuos de sangre que escaparon de su garganta.

Si no he sido capaz de entrar, mucho menos de leer su carta. Todavía tengo la duda de qué es lo que dice, si me mencionó ahí siquiera. Sólo sé que mis padres cambiaron después de leerla: me preguntaron si me sentía bien estando en gimnasia. Se hicieron menos insistentes.

<< ¿Y por qué no vas a ver? >> Una estúpida sugerencia ronda por mi mente. Niego; debería regresar a dormir. << ¿Y si Richelle trató de darte una señal? >>

El afán de abrir la puerta se incrementa. La curiosidad impertinente del ser humano. Joder, enserio quisiera entrar. Siento como si Richelle estuviera ahí dentro, durmiendo como la princesa que parecía.

—Algún día tenía qué hacerlo —divago, teniendo la impresión de que el corazón me pulsa hasta en la punta de los dedos.

Mi mano vacila y tiembla sobre la perilla, similar al día en que ella murió. Cierro los ojos y los mantengo apretados. Tengo el presentimiento de que no puedo, que lo mejor sería retractarme y regresar a mi dormitorio..., pero ya no tiene caso: abría la puerta.

Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora