Capítulo 3

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Yuri

—¡Eso es un asco!, ¡salta más alto! ¡Estira las piernas! ¡Un pato tiene más gracia que tú!

Los gritos y constantes regaños de Lilia Baranovskaya me tienen traumado. En cada desliz, cada salto, cada centímetro que avanzo sobre el hielo, su voz se estanca en mi cabeza.

—¿Quieres el primer o segundo lugar? —Esa pregunta es la que me hace rabiar, pero no en contra de ella, sino conmigo mismo, porque sé que puedo hacerlo mejor, incluso si eso implica hacer lo imposible.

¡Joder, Viktor! Me hubiese encantado que él fuera mi coach. Aunque me sirvió de mucho que se fuese a entrenar al cerdito japonés. La presión que Lilia y Yakov me han dado me ha funcionado de maravilla.

Tomo el impulso para un Axel triple y pierdo un poco el equilibrio al aterrizar. Tengo suerte de que ni Lilia ni Yakov, ni ningún patinador a excepción de mí, está aquí; me hubiesen gritado al ver que fallé un salto.

Es domingo, y hoy Yakov me dijo que saldría con Lilia para ver los trajes de las nacionales, que son en los últimos días de invierno, en marzo. Sólo me dejó la llave del club para que entrenara un poco. Me dijo que no tardaría mucho, pero llevo patinando cuatro horas y ninguno de los dos sigue sin aparecer.

Siento un leve cosquilleo en la espalda cuando el filo del patín raspa violentamente el hielo cuando pierdo el salto. En una competencia, eso se vería y se escucharía horrible.

Hago un Toe Loop y termino. Estoy un poco agitado. Escucho mi respiración en el eco de las paredes vacías.

No he estado dando lo máximo ahorita, lo cual me produce ira. Sin embargo, talvez no deba sentirme así: el año pasado superé el récord del arrogante de Viktor Nikiforov, en Barcelona. Ha de sentirse derrotado al pensar en que un chico de 15 años le haya quitado el título del "mejor patinador del mundo". Y no sólo eso: gané en mi primer año como senior el Grand Prix.

Pero creí que Viktor era mi amigo. Y no, él prefirió irse a Asia para entrenar a un japonés que sólo vio durante el banquete del Grand Prix y en un video de YouTube haciendo su programa. No prefirió quedarse conmigo, quien lo conoció desde pequeño. Al menos no fui yo quien llegó ebrio y sin pantalón a pedirle que fuera mi coach.

Debería sentirme orgulloso, satisfecho; sin embargo, siento que algo me hace falta. Ese día lloré en la pista sin razón alguna. Sólo porque quería hacerlo.

Aun así, ¡odio a Viktor! Y lo odio aún más por haberme confundido con ese abrazo en Barcelona. ¿Qué habrá querido decir?

Creo que fue suficiente entrenamiento por hoy. Así que me acerco a la valla para colocarle la cubierta a mis patines e ir por mi celular (necesito hablar con alguien, quien sea), pero me sobresalté un poco cuando vi a alguien observándome en el borde de la pista. Y hablando del rey de Roma.

—Yuratchka —dice sonriéndome y guiñando un ojo. Sabe que me molesta ese nombre, que mi abuelo es el único que tiene derecho a llamarme así. Tiene los brazos en la espalda.

—Viktor. —Hago un puchero.

—Nunca cambias —dijo entre su irritante risa.

—Nunca —contesto—. ¿Por qué has venido?, pensé que te ibas a quedar en Hasetsu por el resto de tu vida.

—¿No puedo venir a verte? —respondió, sonriendo con mucha más amplitud—. Pero no, no he venido por eso. ¿Tienes algún campeonato designado para este diciembre?

—Hasta ahora, no.

—¿Te gustaría tener uno?

No respondo de inmediato; desconfío de él.

Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora