Prólogo: Serendipia

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Yuri

—¡Ahora! —indiqué en voz alta.

Gira tan rápido que pierdo la cuenta después de dos, pero estoy seguro de que pudo hacer cuatro. Aprieto los labios cuando sus pies se van acercando más al hielo, temiendo porque le pasara lo de siempre. No quiero que se sienta frustrado; ha intentado el Loop cuádruple durante todo el mes.

Sin embargo, no ocurre. Él logra amortiguar bien y, aunque doble un poco la pierna, cae parado y se sigue deslizando.

—¡Wow! —corea el equipo.

—¡Bien hecho! —lo felicité con una sonrisa. Se me hace más fácil hacer ese gesto, ya que le da confianza a mis alumnos.

Dmitry también sonríe, irradiando una satisfacción tan grande y brillante que opaca el sol. Es buen patinador, tiene técnicas demenciales, aunque posee gran energía para intentar una y otra vez. 

Lo sabía: ese niño es un campeón, tal y como lo supuse 10 años atrás.

Recuerdo haberlo visto caer múltiples veces, pero se levantaba. Fue hasta que un día, cuando Saskia se fue a Alemania por su cumpleaños, que vi en sus ojos un deseo de rendirse, de no volver a hacer nada jamás; es inconfundible esa mirada de desesperación y cansancio de la vida misma. Yo lo ayudé a levantarse.

El tiempo ha pasado muy rápido. Terminé mis estudios en la Universidad Estatal. Quería dedicarme a ser un entrenador certificado, quería ayudar a formar más atletas y ganadores, así como lo hice con mi novia...

Y hablando de ella.

—Hola, Kätzchen (Gatito) —me dice desde la valla.

Patino hacia ella para saludarla. 

—Hola, карликовый (Enana).

—Oye, yo he sido cariñosa esta vez. 

—¿Quién dice que yo no?

Nos vemos a los ojos un buen momento. No ha cambiado mucho, ni siquiera ha crecido más de 2 centímetros en todo este tiempo. Ha de ser deprimente para ella tener 26 años y medir 1.54... Pero, ¿¡de qué me quejo yo!? También tengo 26 y sólo mido 1.75; incluso Dmitri es más alto que yo.

Sus ojos verdes pálidos atacan hacia los míos de forma provocativamente tierna. Sus labios se curvan en una sonrisa cuando me ve, como siempre lo ha hecho desde el día en que decidimos hacer oficial nuestra relación.

—¿Por qué no se besan? —irrumpe una de mis alumnas, quien sólo tiene 13 años.

—Galya —la reprende Sasha, la chica mayor del grupo, de 17 años.

—¿Qué? Se ven muy lindos juntos.

Saskia aprieta sus labios y hunde su cara en sus manos, tratando de ocultar el enrojecimiento de sus mejillas.

Sé que nos hemos besado enfrente de todo el mundo y, quienes no lo vieron en vivo y en directo, el video que subieron a YouTube ya tiene más de 17 millones de reproducciones. Pero, a pesar de todo, somos más resguardados frente a los menores de 20 años. 

—¿Por qué no entras, Saskia? —pregunta Galya.

—No seas tan informal —la regaña Sasha. Ellas dos son como hermanas. 

—Tiene razón —le digo a Saskia—. Entra para que te diviertas un rato.

—¿Por "diversión" te refieres a que te ayude con tus alumnos? —me pregunta medio riéndose.

Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora