Capítulo 10

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Saskia

Mi inquietud permanece hasta la noche. Miro el reloj de mi computadora, indicándome que ahora son poco más de las nueve de la noche. En Alemania deben ser las 7:25; mi madre y mi padre deben estar en casa, después de ver cómo las gimnastas van dando pasos cada vez más grandes.

Entré a gimnasia rítmica gracias a que mis padres eran entrenadores de gimnasia artística, inclusive fueron gimnastas. Se conocieron en los Juegos Olímpicos de 1988, en Seúl, cuando ambos tenían 20 años. Mi madre nació en Townsville, Australia, pero mi padre venía de Kassel. Ahí es cuando ambos empezaron a salir, y 4 años después, se casaron.

Richelle nació en 1993; para ese entonces, mis padres tenían 25 años, y ya eran entrenadores. Sin embargo, a pesar de que querían que Richelle continuara con la descendencia olímpica, decidieron que probara otro tipo de gimnasia: la rítmica. Entonces, ella empezó desde los 5 años.

Ahora, mis padres son directores de una escuela de gimnasia.

<<Supongo que tendrán tiempo para mí>> pienso. Mi padre suele revisar las noticias en su computadora. Y no los he visto durante un mes, tan sólo escucho sus voces por llamada.

Recurro a FaceTime para calmar mis ansias de sentir sus presencias conmigo.

—¡Saskia! —grita mi madre con emoción.

—Hola, mami —contesté.

—Hola, hija. —Mi padre me saluda.

—Hallo (Hola).

—¿Cómo has estado? —pregunta mi madre.

—Bastante bien —contesté, consciente de que estoy mintiendo en cierto modo. No les pienso decir lo que pasó con Yuri.

—¿Estás segura?

—Sí.

—Te ves cansada —apunta mi padre.

—Sí —concuerda mi madre—. ¿Está todo bien allá?

—Sí, no se preocupen —insisto, modificando mi tono de voz para que suene más convincente—. Es sólo que he estado entrenando mucho; el campeonato está cerca. Además, aquí ya son las nueve.

Pero mis padres no se ven tan convencidos. Se miran entre ellos, luego a mí, y sonríen. Por unos segundos, me detengo a imaginar a Richelle sonriendo ahí en medio de los dos, quizá ya con un anillo de compromiso en su dedo... Yo que sé, a Richelle le quedaba toda una vida por delante.

Siento unas cuantas lágrimas agolparse en mis ojos, las cuales reprimo mordiéndome la comisura de los labios. No quiero preocupar más a mis padres.

—Cariño, dinos la verdad, ¿te pasa algo?

Mi madre insiste más. Ella ve cada detalle de mí y conoce el significado de cada uno de mis gestos.

—No, mamá —aseguro.

Mi padre hace una mueca, demostrando lo insuficiente que fue mi respuesta.

—Por cierto, ¿ya les dije acerca de las nacionales de finales de invierno? —anuncio en un intento de cambiar de tema.

—¡Ah, no! —contestó mi mamá—. Cuéntanos.

—Yuri va a estar en ellas y, pues, será mi manera de subir de puntuación y entrar en la categoría Danza. Es decisivo para mí.

—¿Quién es Yuri? —pregunta mi padre, levantando una ceja.

—Es mi entrenador de técnica, me ayuda a hacer saltos. —Sueno extrañamente emocionada. Creo que ya han escuchado hablar de él: Yuri Plisetsky.

—¡No! —exclama mi madre con incredulidad—, ¿el chico que superó el récord de Viktor?

—Sí, él. También es la pareja que tengo asignada para la categoría.

—¿Pareja? —cuestiona mi padre.

—Bueno, mi compañero de baile y patinaje —aclaré, captando la broma.

—Aunque puede surgir algo después —dice, y hace que me ponga roja.

—¡Ni lo sueñen!

—No, no, claro que no. Eres muy pequeña para tener novio.

—Exacto. —Me cruzo de brazos, estando de acuerdo.

—Pero puedes probar con él —dice mi mamá—. Yo tuve varios novios antes de conocer a tu padre.

—¿¡Y lo dices tan descaradamente enfrente de mí!?

Ella se ríe. Me gusta la forma que tienen mis padres de manifestar su relación: se pueden hacer bromas subidas de tono el uno al otro y reírse sin ningún problema. Eso ha hecho que me sienta agradecida de ser su hija. Richelle debió sentirse así.

—Pero tú eres con quien yo me quedé.

Dejo salir un bostezo, que ellos han notado.

—Creo que ya es momento de que descanses —dice mi madre.

—Creo que sí —respondo.

Me estoy muriendo de sueño, pero no quiero terminar la llamada. Extraño parte de mi hogar.

—Saskia.

—¿Sí?

—¿Has podido relacionarte bien?, ¿no te ha dado tanto miedo como antes?

No quiero responder al principio. No sé si mis padres son capaces de deducir cuando he tenido problemas de ese tipo, aunque lo dudo, porque los he enfrentado sola y ellos no han levantado ni una sola sospecha. Quizá es otra de esas incriminatorias casualidades de la vida, como cuando tienes gripe y, "casualmente", pasan programas sobre influenza. Simplemente, es el destino queriendo molestarte.

—No —respondo, mordiéndome la lengua.

—Es extraño —dice mi padre—, nunca creí que los superaras tan fácilmente.

—Quizá es porque estoy ocupando mi mente en otras cosas.

Mis padres vuelven a mirarse insatisfactoriamente, pero antes de que digan una sola palabra más, un panel en mi computadora se abre: Viktor me está solicitando una videollamada.

—Perdón, Viktor me está hablando.

—Bueno —dice mi padre—, cuídate.

—Hasta luego, te queremos —concluye mi madre.

Muevo mi mano frente a la cámara y acepto de inmediato la llamada de Viktor. En cuanto veo sus ojos azules y su cabello plateado aparecer en la pantalla de mi computadora, empiezo a hablar:

—Lo siento, hablaba con mis padres.

Breaking the iceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora