| -Confesión de sentimientos- |

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Sherlock había estado peinando las calles más cercanas al apartamento, puesto que sabía que no habría sido posible para Cora el recorrer muchos kilómetros, dado que llevaba tacones, y aquello la ralentizaría, además de agotarla.

-(Ya he buscado en todas las calles que conozco... ¿¡dónde puede haber ido!?) -pensó el joven detective, mientras seguía recorriendo las heladas calles llenas de nieve. Aquella mañana era demasiado fría... era uno de los días más helados del mes.

Holmes preguntó a varios indigentes de su red de vagabundos con el fin de encontrarla, dando una descripción de la joven pelirroja lo más precisa posible. Algunos de ellos lograron darle la pista significativa que andaba buscando: Cora había recorrido varias veces el tramo desde el apartamento de Baker Street hasta el puente más cercano, pero en uno de sus recorridos... no volvió del puente. Sherlock anotó ese dato en su memoria, comenzando a encaminarse hacia el puente, millones de pensamientos aglomerándose en su mente.

-(¿Por qué el puente?) -pensó Sherlock mientras caminaba, observando el puente en la lejanía -. (¿¡Es posible que ella...!?) -cuando esa posibilidad emergió en su mente, sus piernas comenzaron a correr, su aliento volviéndose más rápido, pues de ser cierto lo que pensaba, debía llegar al puente lo más pronto posible. Corrió y corrió, sus piernas doliendo por el esfuerzo, hasta que al final logró llegar hasta allí, inmediatamente buscando pistas acerca de Cora. Sus ojos verdes escanearon todo el entorno cercano al puente, logrando hallar al borde de este unos zapatos negros de tacón: los que ella llevaba. Aquello, hizo que su corazón diera un vuelco al darse cuenta de que esa horrible corazonada que había sentido podía tomar un cariz completamente real. El Detective Asesor se acercó hasta la barandilla del puente, cerca de dónde había encontrado los zapatos. Allí, colgada de uno de los adornos de la barandilla, estaba el abrigo que la pelirroja había cogido la noche anterior. Sherlock, sintiendo su corazón latir desbocado, asomó la parte superior de su cuerpo hacia el rio que corría helado aquella mañana. Lo que vio heló su sangre: en una pequeña parte del río, en la que había un leve tramo de tierra, estaba Cora. La pelirroja había saltado desde el puente, cayendo al agua helada, pero por suerte esa misma agua la había arrastrado hasta la leve orilla, dejándola allí. Por lo que Sherlock podía deducir desde aquella distancia, ya llevaba mucho tiempo en el agua, dejando poco tiempo hasta su muerte. Comprendió que nadie la hubiera visto, pues a pesar de estar visible, ese día helado hacía a la gente más reacia a asomarse al helado rio, corriendo apurados por llegar a sus cálidos hogares. Sherlock cortó sus deducciones de pronto, pues si no corría a auxiliar a su compañera,... ella moriría congelada. Bajó las escaleras que había para bajar a la orilla del río (a las cuales tuvo que acceder a la fuerza, pues estaba vedado), y corrió hasta su pelirroja, cogiéndola en brazos, sacándola de las heladas aguas.

-¡Cora! ¡Cora! ¡Abre los ojos! -gritó el sociópata con un tono completamente histérico -. ¡Despierta!


Los gritos de Sherlock fueron creciendo en preocupación, puesto que la joven no abría sus ojos, ni hacía ningún gesto de estar consciente. Desesperado, la abrazó a él, susurrando su nombre, rogando que abriera sus ojos, que dijera su nombre una vez más... que no lo dejara solo.

-Por favor... No me dejes solo. No de nuevo... -musitó el detective entre pequeños susurros y lágrimas saladas.

-¿Sherlock...? -preguntó una voz muy suave, pero casi en un susurro, haciendo que Sherlock abra los ojos como platos y observe el rostro de esa joven que lo hacía preocupar de esa manera.

-¡Idiota! ¿¡Qué pretendías hacer con esto!? -exclamó Holmes, una vez hubo recuperado el control de su voz -. ¿¡No has pensado en nosotros siquiera!? ¿¡En lo preocupados que estaríamos si desaparecías así!?

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora