| -Enfrentamiento- |

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La lluvia caía de forma incesante, colmando todos los lugares con su frio toque. Los truenos resonaban en el cielo, su resplandor cegando a unos pocos cuando el rayo aparecía. Una figura encapuchada se encaminó hacia una puerta de madera con un cartel de NO PASAR escrito en él. La figura abrió la puerta y entró al lugar, cerrando de nuevo la puerta tras ella. Una vez caminó hacia el interior, se encontró con que el lugar había sido amueblado de forma hogareña, disponiendo de un sofá, unas sillas de plástico, y varias mesas, en una de las cuales había un portátil encendido. Las luces del lugar eran pocas, lo que provocaba que la estancia se mantuviese en una ligera penumbra.

–Soy un idiota. No sé nada. –dijo Sherlock al ver que la figura encapuchada revelaba ser Mary. Su mujer por su parte estaba sentada a su lado.

–Yo llevo siglos diciéndotelo. Menudo mensajito me mandaste –replicó Mary, observando a los dos detectives–: ¿Qué ocurre, Sherlock, Cora?

–Estaba convencido de que era Moriarty. Tanto, que no veíamos lo que teníamos delante de las narices. –le indicó Cora con un tono sereno, lo que hizo que la sonrisa de Mary se borrase de golpe, apareciendo una expresión preocupada en su lugar.

–Esperaba una perla... –comentó Sherlock antes de mirar el pen-drive que sostenía en su mano derecha.

–Dios mío, eso es... –comenzó a decir Mary, en sus ojos una expresión de horror, acercándose rápidamente a los dos detectives.

–Sí. Es un pen-drive de AGRA, como el que le diste a John, solo que este es de otra persona... ¿quién? –la interrumpió Cora de pronto, levantándose del lugar en el que se encontraba sentada.

–No lo sé. Todos teníamos uno, pero otros fueron –comenzó a decir–, ¿ni quiera lo habéis mirado aún?

–Por encima, pero preferimos que nos lo cuentes tú. –sentenció el de ojos azules-verdosos.

–¿Por qué?

Porque sabremos la verdad cuando la oigamos. –contestó la pelirroja con un tono severo. Mary caminó lejos de ellos antes de darse la vuelta y mirarlos.

–Éramos cuatro. Agentes.

–No agentes cualquiera. –apostilló Sherlock, mirándola con una leve sonrisa irónica.

–En término formal. –corrigió la rubia–: Alex, Gabriel, yo, y... Ajay. Entre nosotros había plena confianza. Los pen-drives lo garantizaban. Todos teníamos uno, que contenía seudónimos, antecedentes... Todo. Nunca podríamos traicionarnos, porque teníamos lo necesario para destruir a los otros.

–¿Quién os contrataba? –inquirió la de ojos escarlata, su mirada algo interesada.

–Quien pagara bien. Durante años fuimos los mejores, y luego todo acabó. Hubo un golpe...

–En Georgia. –apuntó Cora–. Recuerdo que tomaron la embajada británica en Tiblisi con muchos rehenes.

–Así es –afirmó Mary, sorprendida porque la pelirroja supiera esa información–: ¿cómo...?

–Ten en cuenta Mary, que estuve mucho tiempo trabajando en Japón. –indicó la mujer del detective, cruzándose de brazos–. No trabajé exactamente de profesora en primera instancia. Por ello Mycroft me pidió ayuda hace un año. Trabajé en una operación que se clasificó como El Dragón del Caos.

–Dadas tus habilidades no es de extrañar que trabajases en ese campo, querida. –apuntó el detective.

–Como tú has dicho, Cora, hubo un golpe en la embajada. Nos encargaron intervenir y liberarlos. Hubo un cambio de planes... Un arreglo de última hora.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora