| -Visita a la morgue- |

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Lestrade comenzó entonces a describir lo que había sucedido: una mujer vestida enteramente de blanco, como en una boda, con el velo retirado del rostro, su rostro adornado por una palidez considerable, y sus labios rojos como el carmín, se encontraba en el balcón de una residencia. La mujer la había emprendido a tiros con dos pistolas de cañón largo que portaba contra los transeúntes que pasaban por la calle, perturbando la calma de los Londinenses. Mientras disparaba, la mujer repetía una y otra vez la palabra tú.

–Un momento –indicó Holmes, deteniendo al Inspector antes de preguntar–: ¿De cuándo hablamos?

–Ayer por la mañana. –replicó el Inspector de Scotland Yard.

–El rostro de la novia. Descríbalo. –le ordenó el detective, siendo observado por la pelirroja, pues ésta sabía a ciencia cierta que Holmes estaba escenificando lo sucedido en su Palacio Mental.

Pálida cual muerta. La boca como una herida carmesí. –replicó Lestrade tras leer lo que tenía escrito en una libreta que siempre llevaba consigo, mientras que el detective se levantaba de su asiento, acercándose a la ventana de la estancia.

¿Poesía o realidad? –intercedió Cora, curiosa por las palabras del Inspector Lestrade, ya que éstas no parecían provenir de su boca, dando a entender que se había dejado influenciar por los testigos.

–Eh... Muchos dirían que son lo mismo.

Sí. Idiotas. –apostilló Sherlock tras suspirar y cerrar los ojos–. ¿Poesía o realidad?

–Yo le vi la cara. –indicó, su rostro atemorizado–. Después.

–¿De qué? –indagaron el detective y la dama de cabellos cobrizos.

Tras esa pregunta curiosa, Lestrade indicó a los jóvenes que la novia de hecho se había pegado un tiro en la cabeza, tras colocar uno de los revólveres en su boca.

–Pero bueno, Lestrade. –sonrió con sorna Sherlock–; ¿Una mujer se vuela la tapa de los sesos y necesita ayuda para identificar al culpable? –inquirió con palpable ironía, volviendo a sentarse en el sillón que había dejado vacío–. Scotland Yard cada vez cae más bajo.

–No he venido por eso... –discutió el hombre.

–Me lo figuro. –replicó Sherlock.

John observó la escena y tras sacar su libreta, comenzó a tomar nota del nuevo y potencial caso que habrían de resolver.

–¿Cómo se llamaba, la novia? –inquirió, posando su mirada en Lestrade.

Emelia Ricoletti. Ayer era su aniversario de boda. Se avisó a la policía, y el cadáver fue llevado a la morgue.

–Protocolo estándar –sentenció Cora, alzando sus ojos para mirar al Inspector–, ¿por qué nos cuenta lo que se puede dar por hecho? –indagó, intrigada por la razón del nerviosismo del hombre frente a ella.

–Por lo que pasó después. –replicó éste–. Thomas Ricoletti, el marido de Emelia, salió anoche tarde de Lamehouse, solo unas horas después.

–Presumiblemente de camino a la morgue para identificar sus restos. –intercedió Holmes, mientras que Lestrade asentía, dando un trago al vaso de whiskey.

Resultó que le ahorraron el viaje.

Cora miró al Inspector con una renovada curiosidad, ante la cual el hombre continuó su relato. Por lo visto, Emelia Ricoletti seguía con vida, encontrándose con su marido a la salida del Lamehouse, donde lo acribilló a tiros en presencia de un joven policía. Cuando la novia se dio la vuelta para marcharse, el policía pudo ver que su cabeza estaba reventada, desapareciendo entre la niebla a los pocos segundos sin el menor rastro.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora