| -La despedida de Sherlock- |

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Los tres amigos corrieron por las calles solitarias y nocturnas de Londres, en un esfuerzo por escapar de los agentes de policía que andaban en su busca. Sherlock dejó caer la pistola, pues sentía que ya no la necesitarían para nada.

–¡La pistola! –exclamó John.

¡Déjala! –exclamó Sherlock mientras los hacía girar a la izquierda, corriendo en esa dirección, a los pocos segundos encontrándose con una verja de metal de considerable tamaño que bloqueaba su ruta de huida.

Ay madre... –musitó la pelirroja, pues la verja parecía difícil hasta escalarla.

Sherlock observó el pequeño entorno en el que se encontraban, encontrando de forma rápida y fácil varios cubos de basura que podrían servirles como punto de apoyo para pasar por encima de la verja.

–Por aquí. –les indicó a sus dos compañeros, subiéndose al cubo de la basura y pasando al otro lado junto a John, dejando a la pelirroja en el otro lado, a quien a causa de su altura y sus tacones, le había sido imposible seguir el ritmo de los hombres.

–¡Sherlock! –exclamó la joven pelirroja, mientras su brazo colgaba del metal que estaba encima del barrote de la verja–. Cielo... –musitó ella con un tono algo severo y serio, agarrando a su novio por la solapa de su gabardina, acercándolo a su rostro–. Vamos a tener que coordinarnos.

–Bien... –dijo el sociópata analizando la situación–. Ve a la derecha, querida.

Cora hizo lo que Holmes le había rogado y se movió hacia la derecha, logrando encontrar otro punto de apoyo, saltando la verja y reuniéndose con ellos. Tras aquello, los tres inquilinos de Baker Street corrieron de nuevo hasta una leve intersección en forma de T. Cora giró a la derecha, pues ella era ahora la que los estaba guiando, pero al escuchar los sonidos característicos de un coche patrulla saltó hacia atrás, resguardándose del vehículo tras la pared, al igual que sus compañeros. Éstos aprovecharon para recuperar el aliento tras aquella leve carrera.

Todos quieren creerlo--por eso es tan inteligente. –comentó Sherlock mientras observaba a su novia y a su amigo, su voz endureciéndose a cada palabra–. Una mentira que es preferible a la verdad. Mis brillantes deducciones han sido una farsa. Nadie se siente un inepto--Sherlock es mortal.

–¿Y qué pasa con Mycroft? –inquirió John con un tono esperanzado.

–Podría ayudarnos... –intercedió la joven de ojos carmesí, mientras ella y Holmes observaban ambos lados de la intersección.

–¿La reconciliación familiar...? –inquirió Sherlock de forma retórica e irónica–. Aún no es el momento.

En ese momento, John observó hacia el lateral por el que habían visto pasar al coche patrulla (siendo este la derecha del lugar por el que habían entrado a la intersección): en la otra esquina de la pared había un rostro tímidamente asomado, espiándolos a los tres.

–¡Sherlock, nos están siguiendo! –musitó la pelirroja en un tono ligeramente alarmado, pues ella también se había percatado de la persona que los observaba.

–¡No podremos burlar a la policía! –comentó John algo desesperado.

Holmes observó al hombre que estaba en la calle contigua antes de volverse hacia sus compañeros.

–No son ellos. Es uno de nuestros nuevos vecinos de Baker Street. A ver si puede darnos respuestas... –comentó Sherlock antes de correr en la dirección izquierda de la intersección, colocándose en la esquina para observar la carretera que había justo delante, donde se podía ver un autobús de dos pisos acercándose.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora