| -Un nuevo caso- |

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En cuanto el Inspector de Scotland Yard y la detective de cabello carmesí llegaron a Baker Street subieron rápidamente al 221-B, para comunicarle al detective el nuevo y potencial caso que tenían entre manos. A los pocos minutos de haber llegado los dos al piso, John subió las escaleras hacia el 221-B con una sonrisa, encontrándose a Sherlock sentado en su sillón con las manos en posición de rezo bajo la boca, sus ojos cerrados. Lestrade se encontraba justo al lado de la puerta de la sala de estar, mientras que Cora estaba de pie junto a la mesa de la sala de estar.

–Buenas, John. –lo saludó la joven detective con una sonrisa amable.

–Buenas tardes, Cora –la saludó él–. Dice Greg que tenéis algo bueno.

–Oh, sí. –replicó la de ojos escarlata, caminando hacia los sillones, cuando de pronto Sherlock, aún con los ojos cerrados, extendió su mano izquierda hacia ella, sentándola en el reposa-brazos de su sillón, para acto seguido, rodear su cintura con su brazo.

John sonrió al ver aquel gesto de complicidad entre ambos detectives y suspiró, antes de sentarse en su sillón, para que Lestrade, ahora sentado en la silla de los clientes, les diera los detalles del caso. El Inspector explicó que el Sr. Welsborough estaba celebrando una fiesta por sus 50 años, rodeado de todos sus amigos. En algún punto de la noche, recibió una llamada de Skype de su hijo, Charlie, quien se encontraba en el Tibet y lastimosamente no pudo llegar a tiempo para celebrar su cumpleaños. Durante la llamada, de pronto se congeló la imagen, achacándolo a la altitud, por lo que el Sr. Welsborough únicamente podía escuchar la voz de su hijo. Charlie le dijo entonces a su padre que saliera de la casa y se acercara a su coche, para comprobar si había un Power Ranger azul en el capó de éste, puesto que había hecho una apuesta. El Sr. Welsborough obedeció con entusiasmo y encontró el Power Ranger del que Charle hablaba, mandándole una foto. Tras haberlo hecho el Sr. Welsborough preguntó a su hijo si la había recibido, ante lo cual, la llamada se cortó.

–Una semana después... –continuó Lestrade.

–¿Sí? –inquirió John, visiblemente interesado.

–Pasó algo rarísimo –replicó el de Scotland Yard, provocando que Sherlock sonría–. Conductor ebrio--pedo perdido--es perseguido por la policía, y gira hacia la casa de los Welsborough para despistarlos. Por desgracia, impacto de lleno contra el coche de Charlie, causando una gran explosión en éste. El borracho sobrevivió; pudieron sacarlo, pero cuando apagaron el incendio y examinaron el interior del coche... Encontraron un cadáver.

¿De quién era el cadáver? –preguntó John, inclinándose hacia delante.

Charlie Welsborough, el hijo. –replicó la detective de ojos escarlata, provocando que John la mirase con los ojos como platos.

–¿Qué?

–Y estaba en el Tibet. El ADN concuerda. –le aseguró Lestrade.

–Esa noche el coche estaba vacío, y una semana más tarde el chaval aparece al volante. –comentó la pelirroja con un tono de misterio, lo que hizo que Sherlock, aún con los ojos cerrados, diera una carcajada satisfecha–. Sí. Pensé que te haría gracia, cariño.

–¿Hay informe del laboratorio? –inquirió John mientras Lestrade asentía, colocando su maletín sobre su regazo, sacando un fichero de su interior.

–Sí. Charlie Welsborough era hijo de un ministro, y tienen prisa con los resultados. –replicó el Inspector, abriéndose de golpe los ojos del detective de cabello castaño.

–¿Y eso qué más da? Háblame de los asientos. –pidió, lo que hizo que su mujer sonriese, pues aún a pesar de haberse casado, Sherlock seguía con su actitud algo fría, cosa que ella adoraba, aunque de vez en cuando tuviera que reprenderlo.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora