| -Juicio- |

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A las pocas semanas, casi apenas dos, los tres compañeros de Baker Street se encontraban preparándose con sus mejores atuendos para asistir al juicio que tendría lugar a las puertas del Old Bailey, pues Moriarty había logrado atraer mucha atención al haberse colado en El Banco de Inglaterra, El Penal de Pentonville y la Torre de Londres al mismo tiempo. Se había acordado que Sherlock y Cora acudirían como testigos de la acusación para testificar, y así dar al jurado toda la información de la que dispusieran acerca de Moriarty. A la joven pelirroja no le agradaba nada la idea de volver a ver el rostro de ese maníaco, pero mientras daba unos últimos retoques a su maquillaje trató de guardar la calma. John por su parte, estaba arreglando su corbata frente al espejo de la sala de estar, mientras que Sherlock lo observaba. En cuanto vio que estaba listo, Holmes decidió comprobar cómo estaba la joven de ojos rojos, por lo que se dirigió al aseo.

–Todo saldrá bien, todo saldrá bien,...

Eso fue lo que Sherlock pudo escuchar salir de los labios de su novia, en un fútil intento por calmar sus inquietudes. Con calma se acercó a ella por la espalda y la abrazó con cariño mientras daba un beso en su sien.

–Estás preciosa. –le dijo el detective con una sonrisa tranquilizadora a la mujer.

–¡Oh! –exclamó ella, sobresaltándose por un instante–. Sherlock... Tu tampoco estás mal. –comentó tras voltearse, y observar la figura del hombre que más amaba en el mundo.

–Intenta calmarte. –le sugirió el joven de ojos azules mientras le sonreía y acariciaba su rostro–. Moriarty no te hará nada, no estando yo delante, porque te juro que si veo un solo indicio o gesto suyo hacia ti, nada ni nadie, ni siquiera el juez, podrán detenerme antes de que le de un puñetazo o algo peor.

–Sherlock... –musitó Cora con una voz suave y muy cariñosa, antes de abrazarlo y apoyar su cabeza contra su pecho, escuchando el fuerte latido de su corazón–. Gracias.

–Cora, yo te-

–¡Vamos pareja! ¡Ya hablaréis luego! –exclamó John desde la sala de estar, interrumpiendo al sociópata de golpe.

–Si, es mejor que vayamos. –coincidió Sherlock tras carraspear.

Ambos jóvenes se tomaron de la mano y salieron del aseo, encaminándose a las escaleras. Tras bajar y llegar a la entrada del piso, ambos se pararon y dejaron paso a John, quien posó su mano en el pomo de la puerta.

–¿Listos? –preguntó John mientras los observaba.

–Sí. –replicaron ellos mientras asentían.

John procedió entonces a abrir la puerta, dejándolos expuestos a los exaltados reporteros y periodistas, que en cuanto los vieron, comenzaron a aglomerarse para poder acercarse a ellos mientras los bombardeaban con preguntas. Los policías que estaban apostados en la entrada hacían todo lo que estaba a su alcance para evitar que molestaran a Sherlock, John y Cora, pero era bastante tedioso y difícil, sin embargo, lograron abrirles camino hasta el coche que los estaba esperando. Cora se aproximo lo máximo posible a Holmes mientras caminaba, pues detestaba ser el foco de atención. Ante la señal de John de que entrara en el coche por la puerta más cercana, la joven pelirroja sintió la mano de su novio en su espalda, como si intentara darle confianza mientras la ayudaba a entrar al vehículo. Tras ver que Cora entraba sin problemas al coche policial (pues era un coche de la policía), Sherlock entró pocos segundos después, seguido de John, que había entrado por el otro lado. Al comprobar que ya se habían metido en el coche, los dos policías entraron y arrancaron el vehículo, para después encender la sirena y encaminarse a su destino.

Mientras el coche se aproximaba a Trafalgar Square, John se giró hacia Sherlock.

–Recuerda...-

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora