| -Debilidad- |

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Alternativamente, la joven de cabello pelirrojo que se encontraba postrada en la cama del detective, se había levantado debido al sonido seco de algo golpeando contra el suelo, por lo que hizo un gran esfuerzo por levantarse, caminando a la sala de estar, encontrando al detective inconsciente. Aquella visión hizo que su ya por consiguiente--cansado--cerebro, comenzase a provocarle migrañas y fiebre alta debido a la ira y decepción que comenzaron a apoderarse de ella.

¿Morfina o cocaína? ¿Qué ha sido? –preguntó, su voz rasgada y agotada por la enfermedad, pero en gran medida por la tos sanguinolenta. La joven cerró la puerta de la habitación de Holmes con la mayor fuerza que pudo, observando con cansancio cómo Holmes comenzaba a recuperar la consciencia–. ¡Contéstame, por amor de Dios! –exclamó, su voz casi rompiéndose debido a la fuerza que tuvo que emplear, apoyándose con una mano en la pared.

–Moriarty ha estado aquí. –comentó el detective, despertándose de golpe.

Moriarty está muerto, Holmes. –rebatió ella con un tono enfadado por la actitud del joven de ojos azules-verdosos. La mujer de ojos escarlata caminó como pudo hasta quedar frente a la chimenea, apoyándose en el borde de ésta, mientras que el joven de cabello castaño daba un leve saludo con la mano izquierda, antes de darse la vuelta sobre su espalda.

–Yo iba en un avión. –mencionó, lo que hizo arquear una ceja a la joven.

–¿Un qué? –preguntó Cora, confusa por ese nuevo término.

–Estabais tú, Watson y Mycroft. –replicó, alzando su rostro. A los pocos segundos se apoyó en su codo, mientras que la joven comenzaba a hablar.

–No has salido de este piso, Holmes. No... Te has... Movido. –negó ella, luchando por mantenerse de pie, pues estaba muy débil–. Ahora dime: ¿morfina o cocaína? –preguntó, su respiración comenzando a ser agitada.

Cocaína. –replicó el pasando su mano por su pelo, antes de colocar la jeringa en la caja y levantarse, con ésta en las manos–. Una solución al siete por ciento –comentó, observando a la joven, que de pronto se veía extremadamente pálida–: ¿Quieres probarla? –inquirió, extendiendo sus brazos hacia ella.

–No. Ni hablar. –negó ella, sintiendo que poco a poco sus fuerzas desaparecían–. Pero me encantaría encontrar hasta el último gramo que tienes en tu poder y tirarlo por la ventana. –indicó, logrando encontrar las fuerzas necesarias para emitir un tono airado.

–Mi reacción sería impedírtelo. –replicó él con una sonrisa en sus labios. Cora no pudo contener más su cansancio, por lo que sus piernas fallaron, cayendo al suelo completamente exhausta–. Izumi... –murmuró el joven, percatándose en su estado de juicio nublado por las drogas, del lamentable estado en el que se hallaba ella, el cual él había agravado por su estúpida decisión. Con calma, dejó la caja con la jeringa en la mesa, cogiendo a la joven en brazos y sentándola en su sillón, cerca de la chimenea.

–Holmes... ¿Hay una lista? –preguntó ella, su rostro palideciendo poco a poco. Al no recibir respuesta por parte del detective, quien la observaba con los ojos apenados, volvió a hablar–. Dime dónde están. Dime dónde las has escondido. –pidió, sus ojos abriéndose con un esfuerzo máximo.

–Cora... Yo...

–¿Dónde están, Holmes? –insistió, su tono de voz ahora muy bajo.

–¿Por qué debería decírtelo, Izumi? –su tono se volvió serio–, ¿Para culparte por no habérmelo impedido?

Cora cerró los ojos con lentitud, su respiración pesada y agitada. Por unos segundos a Holmes le pareció que había dejado de respirar, como si se tratase de una muñeca, hasta que volvió a hablar.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora