| -La verdad sobre Mary- |

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Esa misma noche John condujo a Lestrade a través del hospital, subiendo las escaleras a los pocos minutos.

–No sé si conseguirás que diga algo coherente: está sedado y desvaría mucho. –le explicó John al Inspector de Scotland Yard, notando que sacaba su teléfono móvil–. ¿Aquí no te van a dejar usarlo, sabes?

–No, no voy a llamar por teléfono. –negó el hombre–. Quiero grabar un vídeo. –añadió con un tono satisfecho, provocando que John se carcajee ligeramente. El Dr. Watson abrió la puerta de la habitación de Holmes, encontrando que la estancia estaba vacía.

Oh, madre mía... –se lamentó John, percatándose de que la ventana de la habitación estaba abierta. A los pocos segundos, cogió su teléfono móvil y marcó un número–. Mary, escúchame: Sherlock se ha fugado del hospital.

–¿¡Qué!? –exclamó Mary, sorprendida-. ¿Has llamado a Cora? –preguntó, pues de pronto la mujer tenía la horrible sensación de que la pelirroja aún debía jugar su as en la manga, y eso le traería problemas.

–Por supuesto que la he llamado, pero no contesta. –replicó su marido–. Está claro que ha sido ella la que lo ha ayudado a fugarse. –reflexionó John tras unos segundos.

–¿A dónde habrán ido? –preguntó Mary con un tono sereno.

–Vete tú a saber... Como para buscar a Sherlock y Cora en Londres. –le contestó su marido antes de colgar el teléfono, saliendo del hospital junto a Lestrade.

Tienen tres escondites: Parliament Hill, Camdem Lock y Dagmar Court. –le comentó el Inspector al doctor mientras colocaba su teléfono en su oreja. El hombre tardó poco tiempo en llegar al despacho de Mycroft Holmes, pidiéndole consejo para localizar a su hermano.

Cinco escondites: está el invernadero de Kew Gardens y el panteón del Cementerio de Hampstead. –le indicó el Gobierno Británico, justo momentos antes de hacer un breve gesto con su mano derecha, pidiéndole implícitamente que se marchara.

Entretanto, John había decidido acercarse a Baker Street en caso de que los dos detectives hubieran decidido volver.

Tras el reloj del Big Ben. –le comentó la Sra. Hudson.

–Creo que lo decía en broma. –dijo John.

–Oh, no me refiero a Sherlock, John. –interrumpió ella–. Me refiero a Cora. Cuando necesitaba pensar siempre iba allí, lo recuerdo, porque hizo lo mismo cuando Sherlock fingió su muerte.

¿En serio? –preguntó el doctor.

Sí. –afirmó la casera–. Estoy segura de que fue allí en más de una ocasión con la idea de... –la Sra. Hudson se interrumpió–. Oh, Dios, no quiero ni pensarlo.

–Pero no lo hizo. –comentó John–. Por fortuna... Ahora debemos concentrarnos en encontrarlos.

Al cabo de un rato, John se encontraba en la sala de Baker Street junto a la propietaria del piso y el Inspector de Scotland Yard.

Sherlock sabía quién le disparó. –reflexionó el rubio–. La herida de bala estaba aquí, luego estaba de cara al autor. –dijo John mientras señalaba su pecho–. Además, por la forma en la que Cora también ha desaparecido, y que probablemente haya ayudado a Sherlock a fugarse del hospital, me da por pensar que ella también sabe quién es la persona que disparó el arma. –pensó el doctor en voz alta–. De hecho, ella ya se encontraba en la habitación cuando yo llegué, por lo que debió al menos ver el disparo...

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora