Capítulo 13: El Detective Mentiroso | -Un mes después- |

786 47 245
                                    

Había pasado casi un mes desde lo sucedido en el Acuario de Londres. John se encontraba sumido en una vorágine de auto-complacencia, aún resentido con los detectives por la suerte que había corrido su esposa. Aquel día soleado, el primero desde hacía semanas, se encontraba en la consulta de su nueva psicóloga, la cual tenía el pelo rubio corto, ojos azules, y gafas cuadradas. Vestía con ropas holgadas de un estilo hippie.

–Hábleme de esta mañana. –le pidió la mujer a su paciente–. Desde el principio.

–Me desperté. –replicó John con una sonrisa forzada y tensa.

–¿Durmió bien? –inquirió, observándolo, ante lo cual John desvió la mirada, centrándose en la moqueta granate del suelo.

–No. –replicó John simple y llanamente–. No duermo.

La habitación era de pared blanca, suelo de madera, las cortinas que eran azules como el océano, estaban recogidas dejando entrar la luz natural por las grandes ventanas de la sala de estar, las cuales dejaban ver un hermoso jardín trasero.

–Ha dicho que se despertó. –apuntó la psicóloga algo confusa.

–Dejé de estar tumbado. –se corrigió el doctor rápidamente.

–¿Solo?

–Por supuesto.

–Me refería a Rosie, su hija. –recalcó la rubia de ojos azules.

–Eh, está con amigos. –replicó John algo nervioso por cómo iba encaminada la conversación.

–¿Por qué?

–A veces me faltan fuerzas –admitió–, y había pasado mala... Noche. –apostilló, recordando que había pasado la noche anterior en vela, bebiendo para olvidar sus penas.

–Es comprensible. –se sinceró con un tono amable la psicóloga, observando al doctor tras los cristales de sus gafas.

–¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Por qué es comprensible? ¿Por qué todo tiene que ser comprensible? –inquirió con una sonrisa amarga, antes de dar una carcajada irónica–. ¿Por qué no puede haber cosas inaceptables, y que no de reparo decirlas? –reflexionó, haciendo un leve gesto de dejadez, antes de colocar su mano sobre la otra, golpeando su dorso con el dedo índice.

–Me refiero a que no pasa nada.

–Dejo de lado a mi hija, ¿cómo que no pasa nada? –inquirió en un tono algo brusco.

–Acaba de perder a su esposa. –indicó en un tono suave.

Y Rosie a su madre. –apostilló John antes de suspirar de forma pesada, para después carraspear.

–Lo que se exige no es razonable.

–No. Que va.

–¿Y no tiene a nadie con quien hablar? ¿En confianza? –cuestionó en un tono apenado.

–A nadie. –replicó John tras pasar por su mente la imagen de cierta joven de ojos escarlata y cabello carmesí.

–¿Me está ocultando algo? –indagó la psicóloga, obviamente notando que la conducta de John era de pronto defensiva.

John se mantuvo en silencio. Era cierto que le ocultaba algo a su nueva psicóloga: el hecho de que veía y escuchaba a su mujer fallecida en todo momento, en cada sitio en el que se encontraba. Incluso hablaba con ella como si aún siguiese viva. El doctor de cabello rubio miró a su psicóloga antes de observar a Mary detrás de ella, a quien ahora le caían lágrimas por las mejillas.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora