| -Verdad- |

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Tras recordar en un lapso breve de tiempo a la persona que fue a su piso de Baker Street, comparando a la Faith que estaba en la morgue con la que él vio, Sherlock se percató de que eran diferentes tan solo en su apariencia, pues sus medidas eran exactamente las mismas... Como si su propia mente alucinando por las drogas hubiese creado una imagen falsa de la hija de Culverton. Su mirada aún se encontraba fija en la mesa con instrumental quirúrgico, la cual se veía perdida en el horizonte, como si intentase dar sentido a sus recuerdos y al hecho de que la hija de Culverton no había ido a su piso.

–¿Sherlock? ¿Cariño? –apeló a él Cora en un tono suave, pues su comportamiento ahora parecía errático, llegando a asustarla y a preocuparla a partes iguales.

–Sherlock, ¿estás bien? –le preguntó John al detective, observando con un ojo crítico cómo las manos del detective temblaban, frotándolas contra sus labios, bajo su nariz... Un claro síntoma de que estaba drogado casi por completo. En ese momento, Sherlock señaló a Culverton, quien no había parado de carcajearse.

–Vigílalo: ¡tiene un arma! –le exhortó a John, éste y la pelirroja desviando sus miradas hacia el hombre.

–¿Que tengo qué? –inquirió Culverton aún entre risas.

–¡Tiene un bisturí que ha cogido de la mesa! –espetó el sociópata, señalando la mesa con el instrumental quirúrgico–. ¡Lo he visto!

–Qué bisturí ni qué puñetas...! –exclamó Culverton en un tono sorprendido pero algo indiferente.

–¡Mírale la espalda! –exclamó una vez más Sherlock, señalando con sus temblorosos dedos al hombre, mientras miraba a su mujer y al doctor viudo.

Culverton volvió a carcajearse antes de encogerse de hombros, alzando sus manos vacías, demostrando que no tenía nada en ellas.

–¡Le vi cogerlo! ¡Le vi! –gritó con furia y algo de locura Sherlock, dejando sus dos manos al descubierto, en su derecha el bisturí, apuntando hacia Culverton.

–¡Woah! ¡Woah! ¡Woah! ¡Woah! –retrocedió el magnate algo acobardado por el detective. John abrió los ojos como platos, mientras que Cora apenas reaccionó, pues aquella situación la había dejado en un leve shock, del cual se recuperó para intentar calmar a su marido.

–Sherlock, cielo, ¿quieres dejar eso? –le pidió la de ojos escarlata en el tono más suave que pudo encontrar en aquella situación. Al escuchar la voz de su mujer, el detective de ojos azules-verdosos bajó su vista a su mano derecha, donde sujetaba el bisturí. A los pocos segundos, el joven negó con la cabeza de forma violenta, lo que hizo retroceder a Cora y John.

–¡No se ría de mi! –gritó, ahora siendo evidente el nerviosismo y la paranoia inducidas por las drogas.

–No me rio. –sentenció Culverton con sus manos aún alzadas, en su rostro una enmascarada expresión de disfrute e interés.

–No se está riendo, Sherlock. –trató de razonar John con él, su tono bajo y contenido, claramente listo para intervenir.

–Sherlock, por favor, cariño, cálmate. –le pidió Cora en un tono ahora ya realmente asustado.

–¡QUE NO SE RIA DE MI! –gritó su marido en un ataque de furia y locura transitoria, abalanzándose sobre Culverton, aún con el bisturí en la mano.

John, quien estaba tenso debido a la situación, se había preparado para intervenir de ser necesario, colocándose frente a Sherlock, logrando interceptar e inmovilizar su brazo derecho, antes de golpearlo rápidamente en la flexión del codo, logrando que soltase el arma. Segundos después, John, rebosando de ira, logró empujar a Sherlock contra uno de los armarios que guardaban a los cadáveres, sujetándolo por el cuello de la gabardina.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora