| -Charles Augustus Magnussen- |

881 54 414
                                    

Más tarde, en el Hospital de Barts, Molly estaba finalizando el análisis de orina de Sherlock, para comprobar si realmente había vuelto a recaer en su adicción a las drogas. El detective se encontraba de pie, apoyado en una mesa cercana, con un gesto molesto. En el otro extremo del laboratorio, el joven que habían llevado con ellos estaba siendo atendido por Mary, quien le vendaba el brazo en el que John había provocado un esguince.

–¿Y bien? ¿Está limpio? –preguntó John.

Limpio. –sentenció Molly mientras se quitaba los guantes de látex. Se giró hacia Sherlock, colocándose frente a él y abofeteándolo con su mano derecha en la mejilla, para después repetir el gesto con su mano izquierda. Mary, Isaac y el joven la observaban con los ojos como platos, mientras que Sherlock pestañeaba y gruñía de forma leve por el dolor–. ¿Cómo tiras a la basura los preciosos dones con los que naciste? ¿Cómo te atreves a traicionar la confianza y el amor de tus amigos? ¡Pide perdón!

Siento que hayas roto tu compromiso--aunque agradezco mucho que no lleves anillo. –sentenció Sherlock mientras se sujetaba el rostro.

–Para. No sigas. –amenazó ella.

–¿Por qué no nos habías dicho que habías vuelto a recaer? ¿Acaso Cora sabe esto? –inquirió el joven–. ¿Es por eso que habéis roto? ¿Porque has vuelto a las andadas? ¿O es ella la razón por la que has recaído de nuevo?

–¡Mira que eres pesado! ¡Si Cora y yo hemos roto no es asunto tuyo! –exclamó el sociópata.

¿¡Qué!? ¿¡Has roto con Cora!? –inquirió Molly con los ojos en shock.

¿¡Queréis dejarme en paz de una puñetera vez!? ¡Joder! –exclamó el detective, ganándose otra bofetada por parte de Molly.

–Ahora responde, Sherlock: ¿que hayas roto con Cora es la razón de que hayas recaído? ¿O que hayas recaído es la razón de que hayáis roto? –insistió John.

–Como te he dicho antes, John. No-te-incumbe. –recalcó Sherlock con un tono frío–. Te lo he dicho: todo esto es por un caso.

–Un caso... ¿Qué clase de caso puede requerir que hagas esto? –preguntó John.

Antes de que el detective pudiera siquiera responder a esa pregunta, la puerta del laboratorio se abrió, entrando la pelirroja de ojos carmesí por ella, llevando en sus manos unas pruebas de un caso en el que estaba trabajando. John se fijó en que tenía sus manos tapadas con guantes negros.

–Vaya... Esto si que es una situación incómoda. –sentenció Cora tras suspirar de forma pesada. Resignada, comenzó a caminar hacia Molly–. Sherlock... –saludó la joven con un tono indiferente mientras pasaba a su lado, sin tan siquiera mirarlo a los ojos.

Cora... –saludó el sociópata, tampoco mirándola a los ojos.

Aquella situación provocó que Molly, John, y Mary intercambiaran miradas sorprendidas e incómodas, debido a la tensión que podía palparse en el ambiente. La estancia estuvo sumida en un intenso silencio hasta que el teléfono de Sherlock sonó.

–¡Ah! ¡Por fin! –exclamó el detective.

–¿Por fin, qué? –preguntó Molly, quien acababa de coger la bolsa de pruebas de las manos de Cora.

–¿Buenas noticias? –inquirió Wiggins, mientras se observaba el brazo vendado, quien al mismo tiempo que Molly hacía el análisis de la orina, se había presentado como uno de los irregulares de Baker Street, a quienes Sherlock pedía ayuda de vez en cuando.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora