| -Sueño adictivo- |

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Tras haber presenciado los sucesos de la mansión, Sherlock subió a un carruaje junto a la joven de orbes rubí, a quien se preocupó de dejar en Baker Street al cuidado de la Sra. Hudson, quien la acompañó hasta la habitación del detective para que descansara. En cuanto se hubo asegurado de que Cora se encontraba a buen recaudo, el detective no perdió ni un segundo en dirigirse al Club Diógenes, donde su hermano Mycroft lo esperaba.

–¿Es así? –preguntó el mayor de los hermanos con un tono irónico, lo que provocó que el menor se girase hacia él.

–¿Qué? –inquirió Sherlock con un tono serio.

Su hermano sonrió y extendió su mano izquierda, donde se encontraba la nota que habían encontrado en el cadáver de Sir Eustace: ¿ME ECHABAS DE MENOS?

–¿De dónde has sacado eso? –le preguntó el detective tras exhalar un suspiro pesado, señalando a su hermano–. Lo dejé en el escenario del crimen.

¿"El escenario del crimen"? –se rió Mycroft con sarcasmo–. ¿De dónde sacas tan extraordinarias expresiones? ¿Le echas de menos?

–Moriarty está muerto. –sentenció Sherlock con un punto de dureza en su voz.

–Y sin embargo...

...Nunca recuperaron su cadáver. –terminó el detective, su rostro contrayéndose en una expresión dubitativa y enfadada.

–Lo que cabe esperar cuando se empuja a un profesor de matemáticas a una catarata. –mencionó Mycroft–. La razón pura desbancada por el melodrama. Tu vida, en pocas palabras.

–¿De dónde sacas tan extraordinarias expresiones? –rebatió Sherlock con dureza, comenzando a hastiarse de los comentarios de su hermano. Observó un cuadro de la catarata de Reichenbach antes de dar un suspiro y girarse hacia él–. ¿Has engordado?

–Me viste ayer... ¿Te parece posible?

–No.

–Pero aquí estoy: más grande. –indicó con una sonrisa–. ¿Qué le dice eso al mejor investigador criminalista de Inglaterra?

–¿De Inglaterra? –inquirió Sherlock de forma dubitativa.

–Estás metido hasta el cuello. Más involucrado de lo que pretendías. –señaló su hermano–. Y tu querida pelirroja ha sufrido y sufrirá aún más las consecuencias de todo esto... –mencionó, lo que provocó que Sherlock lo observase rápidamente.

–No la metas a ella en esto. –recalcó el de ojos azules-verdosos con seriedad, su mirada habiéndose tornado peligrosa.

–¿Que no la meta en esto? Sherlock, has sido tú quien la ha metido en todo este asunto. –replicó con un tono sereno el mayor de los hermanos–. Si alguien tiene la culpa de que su vida corra peligro, ese eres tú.

El joven de cabellos castaños se quedó en silencio por unos cuantos minutos, sopesando las palabras de Mycroft, recordando a la convaleciente mujer que había dejado en Baker Street. A los pocos segundos de que la imagen de Cora en tan pálido estado se proyectase en su mente, su hermano decidió hablar de nuevo.

–¿Has hecho una lista? –preguntó, lo que hizo que un casi imperceptible tic apareciera en el ojo del joven detective.

–¿De qué?

–De todo. Nos hará falta una. –comentó su hermano con una indescriptible sonrisa plasmada en su rostro, antes de observar cómo su hermano menor se giraba hacia él, sacando una nota de su chaqueta. Mycroft extendió la mano hacia la mano que sostenía la nota–. Buen chico... –dijo con deleite, antes de ver cómo Sherlock lo guardaba de nuevo en su puño.

Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora