Apenas habían pasado unos días desde aquel día en el que Sherlock fuera condenado al exilio. En un día soleado, Sherlock y Cora habían sido citados por Mycroft para comparecer en una vista formal con el consejo de ministros Británico, quienes decidirían de forma unánime la suerte del detective. Una vez entraron a la habitación, observaron a tres personas que estaban sentadas en una mesa, presidiendo la estancia: Lady Smallwood, quien conocía de antemano a los detectives y había decidido que la de ojos escarlata estuviera presente, Sir Edwin, a quien Magnussen hubiera amenazado anteriormente con la discapacidad de su hija, y una secretaria, quien trabajaba para Lady Smallwood. Sherlock se sentó en una silla frente a la mesa y junto a Mycroft, quien se mantenía de pie, al mismo tiempo que Cora optó por apoyar su espalda en la pared de cristal, sus brazos cruzados bajo el pecho en una actitud serena pero interesada. La joven se percató de que tras la mesa de los ministros había cuatro grandes pantallas, por lo que frunció el ceño, pues claramente aquella reunión podría no ir tan amena como esperaban.
–Lo que están a punto de ver es confidencial. De máximo secreto –indicó Mycroft, una mando en su mano derecha–, ¿queda claro? –inquirió, los televisores comenzando a mostrar la escena de la muerte de Magnussen desde distintas perspectivas–. Que no conste en acta –recalcó con un tono serio, lo que hizo que la secretaria se quitase las gafas, dejándolas colgadas con la cuerda que llevaban, a su cuello–. Fuera de esta sala no volverán a hablar de ello. Los medios tienen prohibido tratar el incidente. Solo los de esta sala--nombres en clave Antártida, Langdale, Portland y Love--llegaremos a saber la verdad. –mencionó en el mismo momento en el que Cora se percató del sonido de un tecleo incesante, lo que la hizo observar a su prometido, quien se encontraba enfrascado en su teléfono móvil, lo que la hizo sonreír de forma sarcástica–. Por lo que respecta a los demás, incluidos Primer Ministro y superiores, Charles Augustus...
"Tres, dos, uno,...", hizo la cuenta en su mente la de ojos rubí, pues estaba a punto de carcajearse en cuanto Mycroft se percatase de que Sherlock estaba tuiteando.
–... ¿¡Estás tuiteando!? –exclamó Mycroft, claramente hastiado del comportamiento de su hermano, quien parecía no poder guardar decoro alguno incluso en esa situación tan tensa.
–No. –replicó Sherlock con un tono inocente, como si se tratase de un niño al que acababan de pillar metiendo la mano en el tarro de las galletas.
"Bingo", pensó la joven de cabello carmesí con una sonrisa, antes de decidir intervenir en la conversación: –Pero cariño, eso es lo que parece.
–¿Tuiteando? No digas bobadas, querida. –sentenció el detective, aún el tono de inocencia ligado a sus palabras. En ese momento Mycroft puso los ojos en blanco y se acercó a su hermano.
–Dame eso. –exigió, extendiendo el brazo para coger el teléfono del de cabello castaño.
–¿Qué? ¡No! ¿Pero qué haces? –preguntó el sociópata mientras forcejeaba con Mycroft por el teléfono.
"Y aquí tenemos a los hermanos Holmes. Los hombres más listos del país, forcejeando por un simple teléfono móvil", pensó Cora con ironía, haciendo un gran esfuerzo por no soltar una carcajada.
–Trae –volvió a exigir de forma severa, logrando al fin arrebatarle el teléfono a su hermano–: De Nuevo en Tierra.
–No los leas. –murmuró Sherlock con un tono molesto, mientras que Cora se acercaba a ellos para poder leer los tuits.
–Libre como un pajarito. –continuó Mycroft.
–Mira que eres aguafiestas. –comentó el detective, que hizo reír por lo bajo a la joven de ojos rubí.
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Mi Hilo Rojo del Destino (Sherlock)
FanfictionSiempre apartada de la gente corriente, ella pensó que jamás encajaría en ninguna parte... Él siempre pensó que los sentimientos eran un veneno, una desventaja, una debilidad,... ¿Seguirán ambos pensando eso tras llegar a conocerse? ...