Capítulo 36. follar tu culo...

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—Dilo —susurró él.

—Te amo...

Él sonrió ampliamente.

—Estoy loco por ti. Haré cualquier cosa por ti. Tomaré el mundo entero. Te rescataré. Siempre, Anastasia. Tú me dices, y lo haré.

Ella vació, luego presionó suavemente sus labios a los de él.

Esta vez no hubo fuerza ni desesperación.

Fue un beso tranquilo, hecho para mostrarle que ella entendió la gravedad de sus palabras.

Una bendición.

Y una promesa de su misma
devoción.

—¿Estás lista? —preguntó él cuando ella se apartó de su cara.

Ella asintió.

La llevó hasta el sillón y la sentó.

Le quitó las bragas antes de abrirle las piernas, dejándolas colgando sobre cada brazo.

—¿Cómo puedes hacer eso? —respiró él, mirándola.

—Soy flexible —respondió ella.

—Y lo amo.

Él hundió el rostro entre sus piernas y pasó la lengua sobre su raja.

Ella siseó luego gimió suavemente.

Él tentó su abertura con su lengua, deleitándose con su jadeo.

Ella lo hacia todas las veces, incluso cuando ya sabía qué esperar.

Todas las veces.

Como si fuera la primera vez experimentando su boca sobre ella.

Él quería que siempre fuera así, cada vez que hicieran el amor, algo extraño y nuevo.

Quería seguir redescubriéndola.

Él retrocedió y la contempló.

—Esta. Esta es la razón de todo. ¿Sabías eso?

Él levantó la mirada a su rostro.

Ella estaba sonrojada y brillante, apoyándose sobre el cojín del sillón con su cabello dorado extendido como un velo. Estaba tendida ahí brillante bondad, resplandeciendo como un santuario sagrado.

Abierta para él.

Lista para recibir su oración, y para responderla.

Y se arrodilló ante ella en reverencia, su cabeza inclinada, las manos juntas en súplica. Dijo una oración silenciosa, que ella siempre lo amara, que siempre se abriera a él y confiara en él completamente.

—Voy a dejar que me cures —susurró él.

Y luego la besó entre las piernas,
escuchando sus gritos suaves mientras su boca la chupaba gentilmente, tentó su clítoris, la lamió una y otra vez hasta que la mandó en espiral hacia el cielo.

Ella se quedó allí jadeando, irradiando calor.

La sacó de la silla y arrancó su
camiseta.

—Estoy sensible —dijo ella.

—Oh, lo sé —respondió él, arrancando su ropa—. Y no seré gentil al respecto.

—No dije que tenías que serlo.

Él dudó por un momento antes de empujarla al suelo.

Se tumbó sobre ella y empujó, largo, duro y profundo.

Grey El Profesor 2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora