Mientras sus compañeros hablaban, reían y discutían diferentes temas, Ayame solo mantenía la vista fija en el suelo. Una solitaria lágrima paseó por sus mejillas, pero rápidamente la alejó de allí.
La maestra trataba inútilmente de explicar la clase del día, pero los estudiantes solo la ignoraban de manera cruel. La mirada de Ayame cayó sobre el chico que iluminó en unas semanas atrás su vida, pero que ahora solo causaba que su corazón doliera. ¿Cómo podía cambiar alguien tan fácilmente? La pregunta la materializaba día tras día sin poder tener una respuesta correcta. Mordió distraídamente el lápiz que tenía en su mano.
Los ojos de Koga, aquellos azules que tanto le gustaba observar en las noches mientras se acurrucaba a su lado para descansar. Aquellos que le gustaba admirar, aquellos que la miraban fijamente transmitiendo todos los sentimientos que mantenía hacía aquella peli-roja.
Sus miradas batallaban mientras que ninguno se quería rendir. Ayame sin poder aguantar más volteó su rostro maldiciendo por dentro el no poder conseguir odiar a ese sujeto. El timbre que daba acceso a otras clases sonó y ella salió en cansadas de ese lugar donde se sentía acorralada y asfixiada.
Los pasillos se inundaban de alumnos y ella se alejaba tratando de buscar un lugar solitario donde permanecer mientras todos rotaban a sus clases.
Como fue que se marchó sin darme cuenta
Cómo fue que me dejo promesas sueltas.
Una canción desconocida al oído de Ayame se escuchaba, pero esta le hizo recordar algo.
Recordaba una tarde normal. Ayame se encontraba en su casa mientras un Koga feliz apareció. La llevo a un lago hermoso y pasaron la tarde más estupenda que cualquier persona puede tener.
—Prometo estar en todo momento para ti—la sonrisa de Ayame era tan espléndida y pura que iluminaba a cualquier persona que tuviera la oportunidad de verla.
—¿Prometido?—preguntó ella acercándose a sus labios.
—Prometido hermosa—susurró él dándole un casto beso.
Ayame regreso a la realidad mirando a las personas acercarse y alejarse buscando su salón correspondiente.
Me creí mejor con él
Me hizo ser lo que soñé
Y en un segundo se acabó.
Los ojos de Ayame se llenaron de lágrimas. Ahora se daba cuenta de cuán grande fue el error que cometió. Vivió una fantasía sin ser consciente del mundo alrededor, de la cruel realidad que la hizo golpear fuerte.
Y ahora vuelvo a ser quien era ayer
Nadie solo alguien del revés.
Las lágrimas no aguantaban más ser retenidas y caían suavemente sobre aquella piel delicadamente hermosa que tenía la chica de cabellos rojos. Los pasillos se encontraban desiertos y eso era algo que ella agradecía interiormente. No quería a personas hipócritas fingiendo que ella le importaba solo para conseguir el cotilleo de lo que le pasaba.
Ahora sé
Que ya no contarás lunares en mi espalda
Sé
Que ya no escribirás te quiero en mi ventana
Y sé
Que todo se me fue