Kagome sonrió con gracia a lo que Sango y Miroku le decían. Fingir frente a ellos a pesar de ser sus mejores amigos era fácil, eso la llevó a cuestionarse qué tanto podía fingir. Sango la abrazó y felices sonrieron de la boda de la misma. Sería dentro de unos días.
Miroku se despidió con un beso de ambas y al quedar sola Sango miró a su amiga.
—¿Estás bien Kag?—Kagome sonrió.
—Por supuesto—respondió—¿por qué no iba a estarlo?—Sango suspiró.
—Nada—respondió sin cuestionar la mentira de su amiga.
Ya no hablamos, ya no hablamos,
ya no hablamos, como solíamos hacerlo.
Ya no amamos,
¿de qué sirvió todo aquello?
Ya no hablamos, como solíamos hacerlo.
Bankotsu miró a la chica frente a él que hablaba sin parar. Sus labios se movían con un toque provocador, pero las mejillas sonrosadas lo hicieron reír. El alcohol la hacía ver más chispeante de lo que era regularmente. Observó su teléfono. Lo desbloqueó y marcó el número de Kagome, pero antes de llamarla negó y borró todo para centrarse en la morena que hablaba.
Me he enterado de que encontraste al que andabas buscando,
al que andabas buscando.
Ojalá hubiera sabido que ese no era yo,
porque incluso después de todo este tiempo,
me lo sigo preguntando.
Por qué yo no puedo pasar página
igual que has hecho tú tan fácilmente.
Acostado en su cama miró la fría habitación. Negó tratando de sacar la hermosa sonrisa de esa azabache de su mente, pero era como si cada vez que lo intentaba su mente le jugaba una mayor y se negaba. Kagome era muy hermosa.
La conoció dos años atrás cuando golpeó su cabeza con un libro pensando que era su mejor amigo Miroku. Sus ojos. Eso fue lo primero que cautivó su corazón. Luego de aquello sus encuentros fueron más constantes y las conversaciones, los momentos, las risas y los abrazos pronto se convirtieron en besos y promesas de un futuro juntos. Solo ellos dos.
No quiero saber
qué clase de vestido llevas puesto esta noche,
si él se abraza a ti con fuerza,
como lo hacía yo antes.
Me he pasado
debería de haber sabido que tu amor era un juego.
Ahora no te puedo sacar de mi cerebro,
oh, es una pena.
Ni Bankotsu, ni Kagome sabían exactamente qué había pasado. Eran muy unidos y de pronto las llamadas eran menos frecuentes, los mensajes duraban días en ser contestados y de pronto ya había una pared entre ellos que con el tiempo acabó por marchitar lo que tenían.
Kagome pensaba que Bankotsu solo había jugado con ella y Bankotsu pensaba lo mismo de ella sin saber que fueron sus pocas atenciones lo que los separó.
Como cada noche su mente recreaba escenas de ella compartiendo con otro hombre. Uno que la abraza como él lo hacía, la besa como él no hacía. Le dice Te amo como él no hacía. Una tortura que Bankotsu no podía evitar.