Odio que no te odio

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—Deberías salir—comentó su hermano mirándolo. Inuyasha lo ignoró y simplemente siguió fingiendo que leía muy concentrado. Sesshomaru suspiró—bueno, me iré. Ella no merece que estés así—palmeó su hombro y salió. Inuyasha se quedó mirando el espacio solitario de su departamento.

Odio que tu olor de mi almohada no puedo quitar

Odio la canción que pedíamos siempre en el bar

Odio tu lunar, tu forma de hablar

Pero no es lo que más odio (aah)

Dejando el libro de lado buscó el álbum de fotos que había escondido. ¿Desde cuándo su departamento se veía tan solitario, tan callado... Apagado? Nunca necesitó la compañía de nadie, pero desde que esa joven se marchó todo era tan... Insípido.

Abrió el álbum y la vio. Sonreír, ser feliz, arrasar con todo como solo ella podía hacerlo. Se encontró sonriendo sin evitarlo, ella era tan preciosa.

—Vamos Inuyasha, anímate—su risa se escuchó junto al sonido de la música que la hacía bailar como loca.

—No creo que pueda seguirte en esos pasos tan... Exóticos—comentó para no hacerla sentir mal.

—Vamos, ven, yo te enseñó—le guiñó un ojo.

Odio que al salir te solías vestir sin combinar

Odio que mentir te hacía reír hasta llorar

Odio tu humor, tu ropa interior

Pero no es lo que más odio

Parecía que fue hace años esos recuerdos. Donde ambos parecían tan unidos al otro.

—¿Dónde están mis zapatos?—preguntó buscándolos bajo la cama. La azabache sonrió.

—Se los comió un ratón—Inuyasha se levantó y la miró sonreír desde la cama.

—Vamos Kag, iré tarde al trabajo—ella comenzó a reír sin control dejando salir lágrimas porque no paraba. Señaló el techo. Inuyasha miró—¿qué carajos buscan mis zapatos ahí?—ella paró de reír.

—Lo logré con cinta—dijo feliz mientras Inuyasha buscaba bajarlos.

—Estás loca—comentó sin poder evitar sonriendo.

Odio tus ojos, tu boca y tu voz

Odio que nunca dijeras adiós

Odio que pelearas hasta que no estabas

Odio tus besos, tu pelo y tu piel

Odio lo mal que defines ser fiel

Pero lo que más odio es que no te odio

Y nunca lo haré (aah, aah)

Él no sabía en qué momento esos recuerdos felices se fueron esfumando. Tan rápido, sin explicaciones. Simplemente se marchó sin decir adiós, sin decir un por qué lo hacía.

Los recuerdos que las fotografías en sus manos le hicieron cerrar los ojos.

Trató de no reír cuando ella apareció con una combinación digna de un premio. Un abrigo amarillo chillón junto a unos pantalones morados. Se veía tierna, aunque su ropa solo lograba que quiera reír.

—¡No te burles!—lo señaló y él levantó las manos.

—No lo hago—ella suspiró.

—¿Nos vamos?—él se acercó y la abrazó.

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