Kendrew se encontraba recostado en el prado, dejando que la hierva raspase su espalda y permitiendo a las fuertes rachas de vientos que despeinasen su cabello y moviese su ropa. A Kendrew le encantaba aquella colina pues bajo ella solo había páramos, varias vacas, más páramos y al final, a varios kilómetros, la ciudad de Edimburgo, con su castillo en el centro.
La noche estaba a punto de caer por lo que la paz de Kendrew se vio truncada de forma salvaje. Se levantó del suelo y dando media vuelta se dirigió a su casa. Era una gran mansión que de piedra gris y negra que ocupaba varias hectáreas, escalofriante a la vista. Tenía tres pisos y las paredes eran adornadas con columnatas y algunas esculturas de santos, demonios bíblicos y seres de oscura naturaleza, una terrible visión para cualquiera. Las ventanas eran grandes en la planta baja mientras que en las superiores eran pequeñas y exiguas. El tejado era adosado y con tejas grises.
Kendrew entró a la casa. El salón principal era amplio, de muros grises recubiertos con una pared de madera de pino de la cual colgaban diversos cuadros y retratos familiares. El suelo era también de madera, numerosas alfombras escarlatas y amarillas recubrían dispar el suelo y ante la mirada del niño una amplia escalera subía al piso superior.
Él se dispuso a subir pero un carraspeo llamó su atención.
El pequeño miró a su derecha, al salón de la casa. Avanzó. Las paredes y el suelo eran el mismo que los de la sala principal pero los muebles eran más abundantes, numerosos retratos en la paredes ,con sillones de cuero y lana, algunos estantes con objetos antiquísimos y libros. Los dos ventanales de la estancia dejaban ver la cada vez más menguante luz del día.
Su madre estaba sentada en una butaca frente a él. Era una bella mujer escocesa de unos cuarenta años, muy alta y de cuerpo atractivo. Su rostro era hermoso, de tes pálida y tersa, salvo en las bolsas bajo sus ojos azules donde un ejército de arrugas se acumulaban de forma prominente. Su cabello era castaño oscuro y rizado, con rulos que caían desordenadamente por su espalda. Vestían un traje de lana escocesa, negro como el azabache.
-¿No te despides de mamá antes de ir a la cama?- Inquirió con una sonrisa cínica.
-Perdón- Masculló Kendrew.
-Ya que mañana empiezas tus clases en Hogwarts, careceré de tiempo para estar contigo, para controlarte y que no hagas nada que traiga el oprobio sobre tu noble apellido- Su madre se encorvó sobre su butaca y escudriñó los oscuros ojos verdes de Kendrew- Sabes que cuanto te pase en Hogwarts repercutirá en nosotros, en este familia, así que como llegue a mi que has provocado algún percance...la maldición cruciatus será tu recompensa.
Kendrew asintió, temeroso
-Ahora...dame un beso.
El niño acercó sus labios a la mejilla de su madre y los besó, la piel de la mujer estaba fría como el hielo, al igual que la de Kendrew.
-A la cama- Ordenó ella.
El niño masculló un hola y salió a paso apresurado del salón para dirigirse a su lúgubre habitación.
Era un cuarto amplio a la par que oscuro, con dos pequeños ventanales, muchas estanterías llenas de libros y una amplia cama doble con un colchón mullido.
El niño se puso el pijama y se echó en su cama.
A la mañana siguiente unas manos huesudas le despertaron.
Era Claudle, el elfo doméstico de la familia McAlvey, la familia de su padre. Era un ser pequeño y con unos vidriosos y santones ojos grises. Vestía una pulcra prenda blanca.
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Magia en Hogwarts [Saga de Kendrew McAlvey]
FanfictionLa vida de Kendrew McAlvey siempre fue de todo menos normal. Era un niño especial, un mago en la familia más odiada de toda Gran Bretaña, una familia cuya larga historia siempre estuvo salpicada de criminales, asesinos, nigromantes y...magos oscuros...