XXIX

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El Verano fue una completa mierda, al menos el mes que ya había pasado. Kendrew lloró durante días, encerrado en su habitación. Nadie en su familia sospechó nada, de todas formas el no solía salir de su cuarto para absolutamente nada. Tenía una terraza, un baño, un dormitorio y un salón para él solo ¿Por qué molestarse?

Su corazón estaba dolido, resentido y en cierta forma más que muerto. Aún soñaba con el beso de Fred, un onírico sueño y luego tenía la pesadilla donde veía a Fred y Angelina junto a los padres de este, con un niño en brazos y sin la presencia de Kendrew ¿Por qué ese cambio radical? ¿Por qué de buenas a primeras le odió tanto? Estaba desolado, así que el escocés recurrió a su único método de satisfacción: El libro de hechizos. En pocas semanas, se sabía casi todas las maldiciones escritas en sus páginas.

Ese verano su madre y él no hicieron el típico viaje de Verano sino que fueron a un...excursión más rústica. Fueron al este de escocia, a los acantilados bañados por el mar Atlántico, salpicado por un millar de islas allí había una casa. Eran grande aunque nada parecido a la mansión McAlvey.

Era una casa escocesa de campo, echa de madera negra, yeso blanco y ladrillo gris. El tejado era de tejas negras, tenía una terraza amplia y varios balcones. El interior era espacioso y sumamente privado. Los muebles, para variar, eran de primera calidad y también la decoración era digna de mención. No había ni blasones familiares ni cuadros de tatarabuelos perdidos. Era un precioso chalé de retiro. Allí celebraron, más o menos, el décimo cuarto cumpleaños del heredero de la familia.

Allí, Kendrew y toda su familia pasó el verano hasta...ese día.

Fred estaba flipando ¡Los mundiales de Quidditch! Toda su maldita adolescencia había querido ir y estaba allí ¡No se lo podía creer! Ganaron los irlandeses, como Fred sabía que pasaría y esa noche sus hermanos, Harry, Hermione y él celebraron como auténticos locos, hasta que se escuchó un grito.

-¡Vaya ruido que están montando los irlandeses!- Gritó Fred.

Su padre salió de la tienda.

Ron no paraba de hablar sobre Viktor Krum

-¡Viktor te amo!- Cantó George, burlándose de su hermano menor- ¡Eres mi amor y mi...!

-¡Rápido, dejad todo!- Gritó su padre, entrando en la tienda- ¡No son los irlandeses!

Todos salieron de la tienda.

El campamento de los residentes que fueron a ver el partido ardía en llamas. Las casetas parecían hogueras, las hogueras parecían piras funerarias y un grupo de altas figuras brumosas y negras como el carbón danzaban entre la multitud, serpenteando las casetas y lanzando bolas de fueron a todo lo que se moviese.

-¡Volved al traslador!- Ordenó su padre mientras sacaba su varita- ¡Fred, George, Ginny es vuestra responsabilidad!

George agarró con fuerza a su hermana y los tres salieron corriendo. Fred miró con terror hacia atrás, los asaltantes hacían levitar a las personas, torturándolas en el aire para luego arrojarlos lejos.

-¡¡¿Dónde está el maldito traslador?!!- Gritó Ginny.

Fred sacó su varita y junto a sus hermanos echó a correr.

La gente se movía frenéticamente, entre el humo y la multitud, Fred apenas podía respirar, todo era tan agobiante.

El pelirrojo chocó contra algo, no sabía qué pero lo que sí sabía era que George y Ginny habían sido arrastrados por la multitud ¡Debía encontrarlos! El chico se levantó y echó a correr hacia...francamente, hacia ninguna parte.

Fred corrió y corrió hasta que se topó de lleno con la entrada de un bosque y un montón de carpas en llamas.

Alguien apareció tras él, era un Auror.

-¡¡¿Qué haces chico?!!- Inquirió, gritando- ¡¡Vete al...!!

-¡¡CUIDADO!!

El hombre se dio la vuelta a tiempo para esquivar un hechizo de uno de los asaltantes.

Fred lo vio de cerca, era una figura encapuchada, grande y oscura. Llevaba una túnica color azabache y un sombrero picudo tan alto como los de los curas de la inquisición muggle, que antaño cazaban magos. Su rostro era cubierto por una máscara de huesos y ante su presencia el aire se heló y todo pareció muerto.

-¡Quédate ahí chico!- Ordenó el Auror- ¡Expelliarmus!

El encapuchado deshizo el hechizo con un simple movimiento de varita pero Fred se percató de que en su mano izquierda quedó una leve quemadura. El Auror siguió atacando repetidamente hasta que la oscura figura pareció aburrirse y le lanzó un hechizo...de la varita surgió un resplandeciente brillo esmeralda que segó de cuajo la vida del Auror.

La figura se movió hacia Fred. Él trató de hacer algo pero el encapuchado le desarmó y el chico quedó estático frente a él.

Era una persona menuda, de alta estatura y su túnica ceñida...tenía las curvas propias del cuerpo de una mujer. De su máscara salían unos rebeldes mechones castaños oscuros y sus ojos eran gélidos pozos azules.

Fred tenía miedo pero se irguió y aguardó el final. El encapuchado alzó la mano y el Weasley cerró los ojos, cuando los volvió a abrir no había figura alguna frente a él pero si estaba el cuerpo del Auror, sin vida.

Fred corrió hasta que encontró a su familia y entonces se percató de mirar al cielo: Una figura esmeralda se imponía en las nubes, una calavera desnuda, con una serpiente saliendo de su boca; Era la marca tenebrosa, los atacantes eran acólitos del-que-no-debe-ser-nombrado, eran seguidores del señor oscuro, eran sus Mortífagos.

El verano pasó y llegó la hora de volver a Hogwarts. Kendrew se dirigió a la estación de tren junto a su primo, Claudle y María McAlvey. Todos los magos les miraban con admiración y no era para menos, según la opinión de Kendrew. Ellos eran los McAlvey, la familia más pura y poderosa de Gran Bretaña al igual que eran el clan más odiado. Usurpadores, incestuosos, nigromantes, magos oscuros...asesinos de muggles.

Edvard se perdió entre una tormenta de chicas que le adoraban y Kendrew vio cómo su primo "disimuladamente" llevaba su mano hasta el trasero de una de Hufflepuff.

Kendrew subió al tren acompañado de Claudle, que llevaba su maleta. El elfo tenía una cara sonriente y pese que los McAlvey fuesen asesinos, nigromantes y todo lo demás trataban bien a su siervo, hasta la madre del clan le daba a Claudle un día libre al mes...mucho era.

Apenas había compartimentos libres, estaba cansado de buscar así que se detuvo y abrió la primera puerta que pilló. Dentro había tres Hufflepuff de tercero y un Gryffindor de cuarto. Todos se tensaron al ver la cara de Kendrew.

-¿Qué esperáis? ¿Un beso?- Inquirió Kendrew- Fuera.

Los chicos recogieron sus maletas y salieron corriendo.

-Amo...¿Eso no es malo?

Kendrew miró a su siervo, serio pero luego le dedicó una sonrisa.

-¿Se quejaron?- Inquirió.

El elfo negó.

-Pues no les molestó- Dijo mientras se recostaba en uno de los sillones.

Claudle asintió, sonriendo y dejó la maleta de Kendrew. Le deseó buen año su señor y se marchó.

Kendrew esperó a que el tren arrancara y al poco a él se le unieron Isaac y Michael que estaban igual que el año pasado.

Hablaron mucho pero Kendrew entrecerró los ojos, medio ignorándolos pero cuando escuchó unos pasos, fuera del compartimento, abrió lentamente sus pozos esmeraldas.

Los dos se miraron, uno con escepticismo y otro con tranquilidad. Ambos habían cambiado, el mayor tenía el pelo como una larga melena roja mientras que el escocés tenía en pelo tan oscuro como su alma y corazón...según la opinión del otro. Ambos se miraron a través del cristal de la puerta: Kendrew McAlvey y Fred Weasley.

Magia en Hogwarts [Saga de Kendrew McAlvey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora