Capítulo 5. "Una montaña rusa"

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Nate llevaba dos horas rechazando mis llamadas. Bloqueé el móvil y me incorporé en la cama. Ese día no tenía que haber terminado así...

No había sabido nada de él desde que se fue y empezaba a ponerme nerviosa. Ese era el tipo de situaciones que el doctor me pidió que evitara. Hablando de el doctor, dijo que iban a darme el alta y aquí no había venido nadie.

Me quería morir. Llegaría el día en el que dejara de fastidiarlo todo... Llegaría el día en el que maduraría.

— Vamos, Nate, coge el teléfono — Murmuré mientras marcaba de nuevo. Comunicaba. Lo había apagado. Vale, ya no me sentía tan inmadura, Nate podía ser mucho más infantil.

Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. En esos momentos me fumaría uno de mis típicos cigarros, pero tenía que evitarlo. 

Aunque, al menos no estaba sola.

Pequeña, tu padre ahora mismo me odia.

La puerta se abrió y le encontré con un Nate en vaqueros y con una mochila en el hombro. Había vuelto a casa para cambiarse.

— Ponte eso — Dijo poniendo la mochila en la cama.

— Nate...

— Cuando estés lista, nos vamos — Sacó el vestido de novia del armarito del paciente y lo colgó en la percha que también había traído.

Yo empecé a cambiarme, pero él ni siquiera me miró. No es que esperara nada, pero Nate... Siempre me miraba.

— Nate, yo...

— Déjalo, ¿vale? — Se arrodilló ante mí y me ató las zapatillas ya que yo no podía doblarme para hacerlo.

— Pero...

— Vámonos.

Lo intenté de nuevo cuando subimos al coche, pero esta vez ni siquiera se dignó en contestarme. La había cagado y lo sabía, pero al menos me merecía que dejara que me explicase, ¿no?

Volvería a intentarlo una última vez cuando llegáramos al apartamento; si no me dejaba seguir dejaría de intentarlo, al menos por el momento.

Aparcó el coche en el garaje y subimos en el ascensor. Él tenía la mandíbula apretada y los labios en una fina línea recta. Creo que no le había visto tan serio en la vida. Pero no parecía enfadado, o al menos no solo eso, le veía decepcionado y eso era lo que más me dolía.

Abrió la puerta y fue directo al salón. Cogió la botella de whisky y a lo que quise darme cuenta ya se había bebido la segunda copa de un trago.

— ¿Te has vuelto loco? ¡Deja de beber así! — Grité.

— Como si te importara lo que me pasara — Dijo apurando la tercera copa.

— ¡Nate, basta! — Forcejeé con él para quitarle la copa que acabó en el suelo hecha trizas.

— Mira lo que has hecho por tus caprichos — Gritó con desprecio.

— Deja de sacar conclusiones precipitadas.

— ¿Precipitadas? Has estado a punto de dejarme en ridículo frente al altar. Si no fuera porque el médico me lo ha negado, pensaría que te lo has inventado solo para no casarte.

— ¿Tan ruin me ves?

— No lo sé, dímelo tú — Eso me dolió–. Te recuerdo que fuiste tú la que quería casarse para demostrar que me querías. Me he gastado un dineral en la puta boda para que todo estuviera a tu gusto y tú ni siquiera querías casarte.

— Sí, fui yo la que quería casarse, pero también recuerdo haber dicho que no tenía prisa por hacerlo.

— No es culpa mía que te quedaras embarazada — Alcé una ceja.

— Claro que no... Si te parece me embaracé yo sola, no te jode.

— Vale, quizá sí tuve parte de la culpa... ¿Pero tenías la necesidad de humillarme delante de todos?

— ¡Iba a casarme! — Sollocé —. Joder, te quiero, Nate, ¿cómo quieres que te lo diga? Pero tenía miedo, ¿vale? — Había empezado a llorar y a hablar por fin, y ahora no podría parar — Tengo 18 años, ¿qué esperabas? No pensaba verme casada y con hijos hasta dentro de unos años, pero aun así iba a casarme contigo. Pero tu estúpido orgullo no te deja pensar con claridad. ¿Es tan raro que tuviera dudas?

— ¿Ibas a decir que sí? — Asentí.

Me pasó el brazo por la espalda y me atrajo hacia él. Me besó. Su lengua sabía a alcohol y aquello consiguió excitar todos mis sentidos.

— ¿Me quieres? — Murmuró jadeante contra mis labios.

— No sé en qué idioma quieres que te lo diga... — Suspiré tragándome aquellas lágrimas que aun luchaban por salir — Sé que la mayoría de mis acciones no lo demuestran, pero te quiero, Nate. Tenía miedo... Soy una cría, es normal, ¿no? Sabes lo mucho que ha cambiado mi vida en poco tiempo y yo...

No me dejó continuar hablando. Me pegó a él, con un movimiento delicado, pero firme y me besó con la misma pasión con la que antes apuraba su whisky, como si realmente lo necesitara.

En momentos así era cuando estaba completamente segura de que la vida con Nate podía ser maravillosa. No solamente por los momentos que compartíamos en la cama (aunque reconozco que ayudaban bastante), sino porque junto a él, mi vida era como una montaña rusa. Pasaba de estar al fondo a alcanzar el séptimo cielo en cuestión de segundos, y nadie había conseguido que sintiera nada parecido antes.

Si eso no era amor, no sabía qué podría serlo, pero yo no quería conocer otra cosa. Y menos sin Nate.

Mi yo interior hizo una mueca de desagrado ante esos pensamientos. Era irónico, un año atrás, me habría pegado un tiro antes de pensar en algo parecido.

Pero cuando una persona se enamora, o al menos, cuando lo que siente le parece que está bien, todo lo que ha pensado hasta ese momento, deja de importar. Al menos, hasta que deja de sentirlo.

Interrumpí nuestro beso, jadeante, y al mirarle a los ojos, sonreí.

Sí, definitivamente podía ser una buena vida.

Love (Lies #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora