Capítulo 6. "En ruinas, como Roma"

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— Levanta, pajarito — Murmuró Nate cuando entró a la habitación.

— ¿Qué? ¿Qué hora es? — Me froté los ojos. Todavía no había salido el sol.

— Las cinco de la mañana. Vamos, vaga, levanta.

— No soy vaga — gruñí —, ¿a dónde vamos con tanta prisa?

— Roma nos espera, ¿recuerdas?

— La luna de miel...

— Sí, ¿y qué?

— No nos hemos casado, Nate.

— Lo sé, ¿y?

— ¿Cómo nos vamos a ir de luna de miel si no nos hemos casado?

— ¿Qué más da? Cuando nos casemos ya iremos a otro sitio... Vamos, pajarito, estabas ansiosa por conocer Roma. No querrás perder los billetes, ¿verdad?

Eso era chantaje... Desde que vimos juntos una película que mostraba cada rincón de Roma, había soñado con ir y cuando me propuso que fuera nuestro destino de luna de miel... Solo me faltó dar volteretas por el techo.

— ¿Y mi reposo?

— No te pasará malo, lo prometo.

— No sé...

— Ya tengo echas tus maletas... — Murmuró tentándome.

— ¿Podré dormir en el vuelo? — Nate sonrió y eso es lo último que recuerdo antes de pisar suelo italiano.

* * *

Nate.

Si hay algo en Roma que tienes que ver sin duda antes de irte es la Fontana di Trevi. Y esa era nuestra primera parada.

Aquella fuente veía miles de caras nuevas todos los días y recogía millones de deseos entre sus aguas. Ese día le tocaría a los de Van. Sabía que quería verla desde hacía tiempo.

Tendríais que haber visto su cara al hacerlo. Era increíble; parecía que se le iba a desencajar la mandíbula. No pude evitar sonreír. Podía oír lo que estaba pensando. ¿Por qué Roma es tan bonita?

Llegó el momento que estaba esperando desde que elegí ese destino. Saqué una moneda del bolsillo pequeño de mi pantalón.

—Ven aquí — Murmuré con una gran sonrisa.

La abracé por la espalda y nos coloqué de espaldas a la fuente. Puse moneda en la pequeña y delicada mano de Van y le di un beso en la coronilla.

— ¿Qué? — Susurró ella. Abrió la mano y frunció el ceño ligeramente cuando vio su contenido.

— Es mi moneda de la suerte — respondí—, la llevo conmigo desde que tenía cinco años. Me la regaló mi abuelo; antes de irse para siempre. Aunque ahora que lo pienso también era tu... — No terminé la frase. No me gustaba pensar que Vanessa era mi prima biológica, por lo que eso significaba — Pide un deseo.

Cerré la mano sobre la de ella, sin dar más explicaciones, y me la lleva a los labios. Le di un suave y ligero beso en el dorso de la mano y eché el brazo derecho hacia atrás, por encima del hombro izquierdo. Esa era la única manera de que la Fontana se comprometiera a realizarlo.

Y, entonces, la moneda, uno de los últimos recuerdos que me quedaban de mi (nuestro) abuelo, cayó al agua. Ya no la necesitaba. La había conocido a ella, que aunque no todo fuera cuestión de azar, jamás volvería a tener tanta suerte.

* * *

Vanessa.

Después de la Fontana, vimos el centro de la ciudad. Era increíble, la belleza rezumaba por cada esquina de la ciudad, por cada poro de los habitantes que circulaban por la calle. Todavía no podía creer que estuviera allí de verdad. ¿Quién me lo iba a decir a mí hace un par de años? Lo único que soñaba, cuando me tumbaba en el césped a mirar estrellas, era salir del orfanato. Y ahora ni siquiera estaba en el país.

¿Podría enamorarme antes de una ciudad que de una persona? Porque juraría que estaba enamorada de Roma.

La niña pensó que me había olvidado de ella y se hizo notar dándome una patada con, seguramente, todas sus fuerzas.

— Ah... — Paré en seco.

— ¿Qué pasa? — Nate me sostuvo entre sus brazos para que no me cayera y me acompañó al lugar más cercano donde pudiera sentarme — ¿Estás bien? — Asentí, pero lo cierto era que me costaba respirar. Tenía miedo, no quería que la niña naciera tan pronto, pero estaba claro que ella tenía prisa por conocer este mundo de mierda. Se arrepentiría cuando fuera mayor, estaba segura —. ¿Quieres que llame a una ambulancia? —Miré al suelo y negué con la cabeza—. Van, mírame.

— Estoy bien.

Nate se sentó a mi lado y apoyé la cabeza en su hombro.

Pequeña, por favor, aguanta un poco.

Parece que me hizo caso, porque dejó de moverse. Como si ya que había vuelto a acordarme de ella, pudiera estar tranquila. Me llevé una mano a la tripa. No podría olvidarme de ella ni aunque quisiera, es mi hija, y lo será para siempre.

— ¿Estás mejor? — Asentí — ¿Te parece que vayamos a comer? — Volví a asentir.

No fuimos muy lejos. Acabamos en un restaurante de Vía del Corso.

— Para mí los tortellini de la casa, y para la señorita una ensalada de pasta. Gracias — Pronunció en un perfecto italiano.

— No sabía que hablaras italiano — Murmuré mientras ponía queso parmesano en el pan y me lo llevaba a la boca.

— Hay muchas cosas de mí que no sabes — Ladeó una sonrisa y se hizo el interesante — Todavía.

— Sorpréndeme, Nathaniel.

— Ya tendrás tiempo para descubrirlo. No seas impaciente, que pierde la gracia.

— Tengo miedo, ¿de verdad estoy mentalmente preparada para conocer tus secretos más oscuros? — Bromeé.

— Lo dudo, pero es lo que te toca — Me guiñó un ojo siguiéndome el rollo.

Si algo esperaba de Italia, era que no toda la comida se basara en pasta, porque acabaría un poco harta. Por lo demás todo era perfecto. El clima, la compañía, y si a la niña no le diera por pegar patadas...

— Nuestra siguiente parada es el coliseo. ¿Crees que podrás?

— Estamos en Roma, Nate, no pienso quedarme sentada.

Love (Lies #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora