34. Una noche en la cabaña

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34: Una noche en la cabaña

Caminamos en silencio todo el trayecto hasta la cabaña y se me hace casi imposible no pensar en la infinidad de cosas buenas y malas que pueden pasar esta noche, con Caleb nunca se sabe a ciencia cierta. Él es mucho más impredecible e inestable de lo que imagine y realmente no sé qué tan preparada este para lo de esta noche.

Mente calmada Gia, no es algo especial solo es una noche con el chico que te gusta y el mismo que te causa algo de miedo, pan comido, relájate.

—¿Damas primero?—Me despierta de mis pensamientos la voz de Caleb cuando llegamos a la puerta de la cabaña.

—¿Ahora eres caballero?—Él rebolea los ojos y solo porque sé que le gusta darme la contra abre la puerta y el entra primero, bien al menos sé que sigue siendo el mismo chico al que le irrito de mil y un maneras.

Cuando entramos Caleb se encarga de poner las cajas de vuelta en el almacén e incluso me quita mi pequeña y patética caja y hace lo mismo con ella. Solo atino a quedarme de pie observando todo a mi alrededor, buscando las posibles salidas de emergencia por si enloquece a última hora y decide que después de todo si quiere matarme. Que sano es esto, como comer arsénico.

Reviso las provisiones para ver si se puede hacer algo decente para cenar porque yo no voy a dormir sin tener algo en el estómago. Caleb sigue metido en el almacén haciendo quien sabe qué cosa. Me fijo si la estufa aun sirve y al parecer la suerte me sonríe pues funciona. Pongo lo esencial una tetera de agua, vaya podría acostumbrarme a vivir lejos de todo.

—¿Qué haces?—Me sobresalto cuando escucho a Caleb detrás de mí.

—Dios, casi me matas del susto.—Digo volteando a verlo como es que llego tan rápido del almacén hasta la cocina sin hacer ningún ruido. Y me arrepiento casi al instante de haber mencionado la palabra muerte así que trato se seguir hablando.—Pensaba hacer algo de comer.—Alzo los hombros.

—¿Cómo es que una persona tan pequeña come tanto?—Alzo los hombros, sinceramente ni yo sé la respuesta lo único que sé es que no puedo vivir sin mis tres comidas al día y uno que otro snack.—Como sea, haz lo que quieras solo no incendies la cabaña.

Reboleo los ojos ante su pésima broma pero aun así trato de ser amable.—¿Tú quieres algo?—Pregunto bajando unas latas de sopa.—Tenemos sopa... y... sopa y oh se me olvidaba nuestra especialidad, más sopa.—Digo mientras ladeo una lata de sopa instantánea entre mis manos, él sonríe ligeramente y baja la cabeza para que yo no lo vea pero hey Caleb he mejorado con los reflejos y jamás me perdería esa sonrisa que lo hace ver como un mismísimo ángel, tan delicada, brillante y pura, como si verlo sonreír fuera un milagro divino.

—No, gracias mi comida es diferente a la tuya.—Es su respuesta. Si claro se me olvidaba que es un Blacke parte una familia fundadora que definitivamente no está preparada para comer sopa de lata.

—Tú te lo pierdes.—Agrego mientras comienzo a buscar algunos utensilios para cocinar.

—Deberías quitarte la ropa.—Suelta de la nada y es inevitable volver a sonrojarme. No sé qué decir ni siquiera sé cómo debería reaccionar a un comentario como ese. ¿Porque quiere que me quite la ropa? Cuales son oscuras intenciones respecto a eso, mi cerebro comienza a imaginar más de trece razones una peor que la otra.—Porque esta mojada Steel.—Me siento tonta una vez que termina de decir la frase pero en mi defensa sé que lo hizo con doble intención. No le respondo no me da tiempo porque de un momento a otro se levanta de donde estaba sentado y comienza a caminar hasta mi una vez que esta frente a mí se inclina un poco, oh va a besarme, va a besarme ¿Ya debo desmayarme?

El pacto del amor y el poderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora