La Guerra de las 57 Tormentas
– ¿Crees que esto nos traerá problemas? – preguntó el hombre alto y corpulento.
– A mí, no. A ti, obviamente sí. – respondió la chica que estaba tumbada a su lado.
– ¿A qué te refieres? ¿Por qué a ti no te acarreará problemas y a mí sí?
– Ahora que la Guerra de las 57 Tormentas ha dividido la Tierra en distritos gobernados por un único gobierno, yo soy la persona más poderosa de este lugar. Soy una buena gobernante, a la gente no le importa lo que yo haga en mi vida privada.
– Entonces, ¿por qué nuestra reunión será problemática para mí si a la gente no le importa lo que hagas en tu vida privada?
– La gente no sabe ni qué es lo que les parece bien y qué es lo que les parece mal. Sé que la gente no se va a tomar bien que nos hayamos reunido, aunque sólo sea una única vez. La gente continúa pensando que los gobernantes de cada distrito únicamente puede relacionarse con personas de clase alta. A mí eso no me importa.
– Y si a ti, que eres la gobernante absoluta del distrito no te importa, ¿por qué a la gente sí?
La chica suspiró ligeramente y se levantó de la cama.
– La gente que habita hoy en día en la Tierra está desesperada. No creen que yo, una chica de 17 años, pueda ejercer mi trabajo con eficacia. No les importa lo que yo piense, si a ellos algo relativo a mi vida privada les parece incorrecto, atacarán como si fueran lobos hambrientos a la caza de algún animal inofensivo perdido entre los páramos.
– Entonces, ¿volveremos a reunirnos?
– Es mejor que no. Si alguien te ve aquí por la noche, en mi habitación, lo más probable es que te maten. Vete ahora mismo y no vuelvas. No vuelvas a dirigirme la palabra si valoras seguir con vida.
Aquel hombre obedeció las palabras de Lauren y se marchó de la habitación rápidamente. Acto seguido, la chica se sentó y observó el cielo teñido de verde de aquella noche en que cuatro lunas flotaban sobre la Tierra. Desconocía la causa por la cual el número de satélites que podían vislumbrarse cambiaba diariamente. Tal vez el smog creado a causa de la contaminación impidiera vislumbrar las lunas que brillaban en aquel cielo en que no se veían estrellas y el negro de la noche cambiaba al verde. Miró por la ventana y observó las cápsulas de poliuretano herméticas comunicadas mediante túneles transparentes de cristal blindado. Nadie circulaba aquella noche por las calles aisladas del exterior, donde reinaba un frío inconmesurable por las noches y un calor insoportable por el día. Apartó la vista hacia las zonas no situadas al aire libre donde el aire era más tóxico que el cianuro. En el cielo no existían nubes ni en los océanos existía agua. Todo aquello había desaparecido tras la Guerra de las 57 Tormentas. Toda la zona cubierta por estructuras artificiales estaba climatizada a una temperatura de 297,15 grados Kelvin que perfectamente permitía la vida de las personas sin pasar demasiado frío ni demasiado calor. A los alrededores de la ciudad se habían instalado laboratorios donde se separaba la humedad del aire y se purificaba con tal de obtener agua potable. Sólo los cuerpos de seguridad estaban autorizados a tener armas en su poder, y únicamente podían emplearse en casos de absoluta necesidad. Un viento permanente reinaba sobre la ciudad y chocaba contra las cápsulas de poliuretano aun sin moverlas ni un ápice. Cuando Lauren observaba el semblante de las personas que se movían diariamente a través de las calles únicamente era capaz de ver ojos cargados de resignación, como si se lamentaran del simple hecho de haber nacido. Parecía que ni siquiera desearan vivir. Suicidarse era una tarea complicada sin tener acceso a sustancias tóxicas ni armas, y aunque el aire del exterior fuera venenoso, las cápsulas se construían sin ventanas para garantizar la seguridad de las personas, de modo que la opción del suicidio a raíz de inhalar al aire tóxico del exterior también desaparecía. Lauren nunca había pensado en suicidarse, ni tampoco había pensado en cómo sería la vida en la Tierra antes de la Guerra de las 57 Tormentas. Aquel conflicto acaecido 400 años atrás no dejaba de pesar en las mentes de las personas que cada día se dejaban ver por las calles herméticas del distrito. Lauren nunca conoció la vida tal y como era antes de la guerra. Sabía que unos 400 años antes de su nacimiento varios líderes políticos enzarzados en una disputa habían empleado un armamento creado a raíz de una aleación ionizada de varios actínidos sintéticos. No conocía bien el funcionamiento de aquel tipo de armas, pero tampoco le interesaba. No le gustaba pensar en cómo había sido la vida en la Tierra o cómo no había sido. No encontraba sentido en lo que decía la gente. Para ella aquella vida no era un suplicio que actuara como motivo de resignación, depresión o incluso intención de suicidarse. La consideraba sencillamente la vida. No había visto nunca ningún otro modo de vida diferente. Lauren tampoco había conocido nunca a su familia. Sabía que sus padres habían sido en el pasado miembros del gobierno del distrito, y que el anterior gobernante, o la anterior, nunca supo nada acerca de aquella persona, les había cedido el cargo. A Lauren no le gustaba nada gobernar; se aburría realizando aquel trabajo, pero por otra parte le gustaban los privilegios de los que disfrutaba como gobernante del distrito, de modo que había contratado a varias personas de su confianza para que llevaran a cabo su trabajo por ella. No le importaba pagar el dinero que hiciera falta, pues su familia ya era adinerada y además el cargo de gobernante conllevaba un gran sueldo. Lo único que hacía Lauren como gobernante del distrito era dictar leyes que debían ponerse en práctica y en ocasiones actuar como mediadora en los conflictos que surgieran entre los miembros del gobierno. En su tiempo libre se dedicaba a la escritura. Había obtenido un puesto considerablemente consolidado como escritora, y sus novelas gozaban prácticamente siempre de un puesto en la lista de Best sellers. Escribía argumentos enrevesados en los que se juntaban diversas tramas. Poca gente entendía a la perfección sus historias, y a muchas personas les parecía mal que, en lugar de gobernar, Lauren se dedicara a la escritura. Además de por no gustarle gobernar, Lauren también era conocida por ser una chica excéntrica. Tenía una cápsula bastante grande para ella sola, y le gustaba decorar cada habitación de un modo diferente. Tenía decorado su dormitorio como si fuera una habitación de la Inglaterra victoriana, todo en color violeta oscuro. Lauren se levantó de la cama alejándose de la ventana y se puso más ropa encima. A pesar de que la cápsula estaba climatizada, Lauren cambiaba la temperatura de su propia habitación para así sentir la de cada estación del año, como si viviera antes de la guerra. Encendió el ordenador que tenía en la mesa y leyó lo último que había escrito en la novela.
"No podía ver nada. La luz cegadora del Sol se extendía ante sus ojos y le deslumbraba. No podía mirar aquel astro; la luz de sus gases en llamas hacía arder su retina. Cerró los ojos para tratar de apartar aquel incesante brillo tan intenso de su vista. Miró sus propios párpados y el espectáculo era grandioso. Una pantalla azul oscura cubierta de estrellas lo rodeaba de forma panorámica y le hacía perderse en la inmensidad del Universo. Aquella mirada hacia el cosmos le hacía marearse. Aquellas imágenes hacían que aquella situación estuviera absorbiéndolo. Todo desaparecía. Incluso él mismo desaparecía."
– Si esta gente supiera hasta dónde sería capaz de llegar con tal de hacer lo que me plazca me odiarían aún más de lo que ya me odian. Si supieran cómo de absurda es la realidad se odiarían a sí mismos. Y si supieran cómo de absurdas son sus opiniones se odiarían a sí mismos y me adorarían a mí. Siempre tienen que odiar a alguien. No saben aceptar nada.
Lauren volvió a configurar la temperatura de la habitación a 24 grados Celsius. Se quitó la ropa y se tumbó en la cama. Antes se había reunido con aquel hombre corpulento en aquel lecho. Nadie debía saber que ella, la gobernante del distrito, había estado hablando con aquella persona. La gente de clase alta lo miraba como un plebeyo, como alguien inferior. A Lauren le asqueaba ese modo de pensar. Le indignaba que incluso en el siglo XXVI la gente se continuara discriminando, aunque tampoco podía hacer nada al respecto. Salió de su habitación y bajó hasta el sótano. No tenía miedo de que nadie la viera, pues vivía sola en aquella cápsula de poliuretano de gran tamaño. En el sótano de aquel extraño edificio guardaba la versión original de todos los libros que había publicado, y había insertado también todas las críticas de jurados profesionales que había recibido. La mayoría eran positivas, pero también habían otras que podían considerarse incluso destructivas. Criticaban todos los aspectos de la novela: desde el argumento hasta la forma de redactar. Decían que sus tramas eran excesivamente complejas, que sus personajes carecían de personalidad, que su forma de redactar carecía de sentido... Lauren leía todas y cada una de las críticas destructivas de sus historias, y le gustaba jugar a recopilar los aspectos más absurdos que criticaran. A pesar de vivir sola, no le costaba relacionarse con la gente de su entorno. Había llegado antes de lo habitual a la universidad, donde era considerada una de las estudiantes más brillantes de la promoción. Estudiaba en la Facultad de Química y había escogido una especialidad basada en el estudio de la composición de la atmósfera. En secreto, Lauren tenía contratado a un grupo de ingenieros a los que de cuando en cuando hacía encargos. Lauren no gastaba mucho dinero en su vida habitual, pero tenía a muchas personas trabajando para ella y a las que debía pagar grandes cantidades de dinero. A pesar de que no era una gobernante que gustara a la gente del distrito, Lauren tenía una vida social considerablemente intensa. Salía por las noches con algunos amigos de la universidad, y en ocasiones bebía y mantenía relaciones sexuales. El hecho de que mantuviera relaciones sexuales era otro aspecto que no gustaba a la gente del distrito. Lauren sencillamente ignoraba todo lo que le dijeran. Ella nunca criticaba a nadie por lo que hiciera en su vida privada mientras no le afectara a ella.
Lauren estuvo durante un rato en el sótano leyendo algunas críticas acerca de sus novelas. Después, subió a su habitación y se tumbó en la cama. Cerró los ojos y no tardó en dormirse.

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8 St-NYU
Ficțiune științifico-fantasticăEn el año 2.532, 400 años después de la violenta Guerra de las 57 Tormentas, la Tierra se ha convertido en un páramo contaminado donde el aire es tóxico y los últimos reductos de la raza humana viven en cápsulas respirando aire en conserva. Lauren...