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"Mi Señor y Dios, ¿Vas a tenerme siempre olvidado?, ¿Vas a negarte a mirarme?, ¿Debe seguir siempre mi corazón siempre angustiado, siempre sufriendo?, ¿Hasta cuándo el enemigo me va a seguir dominando?"

Salmo 13. 1-3

Eder.

Mire el reloj. Faltaba poco para que llegaran mis invitados.

Sabía que mis papas querían ayudar, pero esto era algo que yo tenía que controlar. Estas vacaciones eran diferentes, ahora me la pasaba la mayor parte de mi tiempo en la iglesia o saliendo de paseo con Aurora.

— ¿Estás bien? — me preguntó mi papa por segunda vez desde la puerta.

Lo volteé a ver con la mirada apesadumbrado, asentí con la cabeza enjugándome las lágrimas.

— Si papá, lo tengo todo controlado.

No dejé que nadie entrara a la cocina hasta que todo estuviera limpio. A los pocos minutos oí las risas y voces de mis amigos. De vez en cuando oía carcajeándose a Aurora, seguramente Oliver se encontraba provocando a todos con sus comentarios y chistes.

Y bien, el temporizador del horno sonó cuando terminaba de poner la mesa. A mi madre le brillaban los ojos de verme tan acomedido y alegre, tenía mucho que no me veía así desde mi fiesta del décimo cumpleaños, si no mal recuerdo.

Eché un último vistazo a la mesa antes de llevar el platillo fuerte para asegurarme que todo estuviera en orden. A continuación, serví la crema de chayote y para terminar saqué el postre del refrigerador.

— Huele riquísimo — dijo Tania al ver el refractario lleno de ensalada en la mesa.

— Bien, oremos por los alimentos; ¿Eder? — mencionó Aurora, alzando las cejas.

— Oh, perdón — me disculpé, yo ya había insertado el tenedor sobre la carne.

Todos cerramos los ojos y nos tomamos de las manos. Aurora comenzó la oración de forma amena, terminando con un alegre y agradable "gracias Dios por tu provisión en esta tarde, amén".

Abrí los ojos y ella me estaba mirando, sonriendo. Tenía ganas de abrazarla. Estar sentado en la mesa con todos ellos me hizo darme cuenta que no estaba solo en esto, y que podía superar cualquier crítica de parte de mis "amigos" sin ningún remordimiento. Había olvidado lo que era disfrutar de la compañía de otras personas. Me estaba acostumbrando a todo este rollo de reunirnos cada viernes por las tardes, aunque sea para leer la biblia en el patio trasero o escuchar himnos a la luz de la luna en medio de la noche.

Y en aquel momento, supe que esa sería la primera de muchas cenas compartidas con mis hermanos. Quería instaurar nuevas costumbres con estos nuevos miembros de mi familia, de mi hogar... de mi vida. Soy consciente que mi nueva vida se le añadiría nuevas amistades, nuevos momentos, nuevos lugares por visitar. Ahora creo que lo verdadero es lo que tengo hoy aquí, en mi propia casa.

— Esto me recuerda algo — comento mi papa alzando la voz —. Hace tiempo que mi esposa y yo comentábamos algo sobre las amistades de Eder. Lo veíamos... extraño.

Mi padre frunció el ceño, yo me limitaba a mirarlo mientras comía mis alimentos.

— Entonces yo comencé a preguntarle a Dios que le pasaba a mi hijo, si había algo que yo no veía, que me lo mostrara. Con el paso del tiempo me di cuenta, aparte de sus gustos... ya saben... sus gustos por los chicos, había algo más que lo mantenía esclavizado.

— ¡Papá! — exclamé.

Aurora se inclinó para tomarme la mano y apretujarla. Yo me calmé y lo dejé hablar. Sin embargo, sentía que mi papá estaba llegando demasiado lejos.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora