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"Porque Dios hizo lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne: Habiendo enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condeno al pecado en la carne"

Romanos 8.3

En otra versión:

"Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no era capaz de hacer, ni podría haber hecho, porque nadie puede controlar sus deseos de hacer lo malo. Dios envió a su propio Hijo, y lo envió tan débil como nosotros, los pecadores. Lo envió para que muriera por nuestros pecados. Así, por medio de él, Dios destruyó al pecado" Versión NTV.

Eder.

Aurora me miraba hipnotizada mientras yo seguía cayendo en la conclusión, una lucha dentro de mí, de lo que realmente era importante.

—Dios se compromete a quemar la paja de tu vida, ¿estás dispuesto a dejar que haga eso con la tuya?

Me estremecí en cuanto ella lo dijo, probablemente porque en mi cabeza estaban las voces hablándome sobre lo que acababa de ver. Yo tenía una idea errónea y perturbada de lo que era "la pasión de Cristo", o al menos pensé que sabía de qué se trataba. ¡Que ignorante era! Pensaba que Cristo era un hombre apasionado que tenía muchas mujeres y su pasión era algo sensual, nada comparado con lo que acababa de descubrir.

Podía sentir una conexión inmediata y fuerte con Jesucristo... no sé cómo, pero ahora entiendo que todo lo que él hizo y sufrió en la cruz, lo paso por mí. El pago toda mi vida llena de pecado, una vida de desastre total. Jesús me llamo para que el fuera mi Salvador con estas palabras que oí claramente mientras estaba sentado en silencio: "Yo te doy una nueva vida, una nueva oportunidad. Borró todos tus pecados, los echo al fuego ardiente y puedes comenzar de nuevo". Mi voz hablo internamente: "Yo deseo eso. Te acepto como mi Señor y Salvador. Te sigo".

—Eh, Eder —Aurora agitó la mano delante de mi cara por enésima vez—. ¿Qué piensas?

Yo parpadee, y me le quede viendo estupefacto pero lleno de alegría.

—Tengo la sensación de que, ahora que he visto todo esto y entiendo, comenzaré una nueva vida.

Ella me miraba hipnotizada con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillantes. Yo me la quedé mirando, preguntándome cuánto tiempo estuvo rezando por una revelación así en mi vida. Imagino que mucho. Pensé en la vida que llevaba Aurora antes de conocerme. En aquel momento, comprendí lo que significaba empezar de cero.

—¿En serio? —me preguntó con los ojos muy abiertos —¿De verdad acabas de recibir a Cristo?

—Sí—me acerqué y le acaricié la cara. No me pude resistir—. Gracias, Aurora.

Aurora se estremeció con mi roce y mis palabras; se llevó las manos a la boca emocionada, soltando un largo alarido que todos los demás se volvieron a nosotros. Salto de su asiento y me abrazo con fuerza.

—Hagamos algo.

—Pero, pensaba que estábamos haciendo algo. Estamos en la iglesia y acabábamos de ver una película, sonsa.

Ella gimió.

—Ya sabes a lo que me refiero. Vayamos a dar una vuelta por la plaza o a los bolos. Le diré a Nazaret la buena noticia, a ver si se anima él y los demás chicos a acompañarnos.

Miré mi reloj de mano.

—Está bien. Pero salimos antes de las diez, mi mama me estará esperando como siempre.

La película había sido increíble, claro que sí, trajo claridad a mi vida. Pero de todas formas me sentía ansioso por la fiesta que me había perdido esta noche. Aun necesitaba distraerme.

En cierto sentido, yo seguía sintiendo que tenía que comenzar de nuevo después de mi crisis. Sin embargo, aún me despertaba en medio de la noche soñando con chicos; iban a verme a mi casa los mismos viejos amigos, tenía los mismos gustos. Era un alivio despertarme con esperanza, pero mi culpa aun me impedía un verdadero cambio. Tenía la fe de que algún día, muy pronto, tendría la sensación de que me gustaran las chicas al cien por ciento. Aurora era de mucha ayuda: iba a los grupos de estudios bíblicos juveniles cada viernes, me invitaba a todo evento, y también me llevaba a la iglesia con ella. Estaba haciendo nuevos amigos dentro de la congregación, y no todos eran como pensaba. Tania, una dulce chica muy bonita me animaba a memorizarme citas bíblicas con letras de canciones seculares que escuchaba antes, Nazaret me visitaba una o dos veces a la semana e íbamos a jugar una cascarita de futbol con sus cuates, y Oliver no dejaba de bromearme en whats app con sus memes. No son aburridos como lo pensé.

Aquel invierno, a días de navidad, me encontraba preparando ensalada acompañada con un rico lomo. Todo resultado de mis clases de cocina con Aurora y su sequito de amigos. Me anime a cocinar cuando Nazaret decidió hacer el estudio bíblico en mi casa, para después, cenar y pasar el rato. Mis padres estaban contentos, ya no estaban lidiando con mis cambios de humor y mi vida loca de antes.

—¿Seguro que no necesitas nada? —me preguntó mi madre por enésima vez.

—En serio, madre, lo tengo todo controlado. Por favor, sal de aquí y haz algo. No sé, lee un libro o ve la tele con mi papa.

Oí su risa tonta a lo lejos.

Casi al punto de terminar la cena, el timbre de la puerta sonó. Mi papá se levantó para recibir a mis invitados, pero mi piel se puso de gallina al oír su voz a lo lejos.

—Huele muy bien —resonó la voz de Carlos al entrar a la cocina—. Hola, ¿cómo estás?

Yo seguía en lo mío, nervioso e impaciente, aún le seguía dando la espalda cuando él se aproximó. El roce de sus labios tocando mis mejillas hizo que tropezara torpemente con la barra de lado. Indiferente, me voltee y revise el lomo dentro del horno.

—¿Qué pasa? ¿Ya no me vas a abrazar y besar como antes? ¿Sigues enojado? —me pregunta insistente.

—Oh, no —dije —. Estoy muy ocupado, ¿que no ves?

—Antes, aunque estuvieras ocupado, tenías ojos para mí.

Para mi suerte, mi papá apareció a continuación con una botella de vino en la mano, mirándonos incómodo y dejándolo sobre la barra. Luego vi a mi ex novio y apenas lo reconocí con su nuevo corte y tono de pelo. Había tardado en darme cuenta que sostenía entre sus manos un ramo de flores.

Me arme de valor.

—¿Qué quiere, Carlos?

—¿Cómo que quiero? ¡Pues sabes que he venido a verte! Tiene rato que no vas a nuestras fiestas y no te topas en mi casa.

—He tenido otras cosas más importantes que hacer —lo desvío.

Suelta una carcajada.

—¡Vaya! Entonces si es cierto que te estas juntando con los aleluyas, mira nada más...

—¡No me junto con ellos, soy parte de ellos! Ellos son mi nueva familia. Y ahora entiendo por qué estoy en esta tierra. Yo nací siendo hombre. —dije en voz alta.

—Te escuchas tan falso que ni rezando por ti te ayuda. Te daré un consejo, no juegues con Dios ni trates de engañar a otros, ¿ok? —dijo, aventando las flores al suelo.

—No estoy engañando a nadie. Esto es algo que descubrí y que amo. Anhelo cambiar mi vida, de verdad. Y tu deberías hacer lo mismo. ¿No te has preguntado a donde iremos cuando muramos?

Carlos no dejo de reírse, era como si le contara un chiste tras otro.

—¡Pero que iluso! Mira guapo, yo soy homosexual y al menos, yo no reniego de mi naturaleza en pos de una religión, que, con el tiempo, verás que todo es falso.

—No es religión, es un estilo de vida... una relación con Jesús.

—¡Ahora te quieres acostar con Jesús! ¿Sabes qué? Suicídate, favor nos harás. Adiós.

Antes de que pudiera irse, lo eche de la cocina con aventones y golpes. Se me escapó una lágrima cuando oí los gritos de mi mama contra Carlos y él se reía sin pena ni tapujos. El temporizador del horno sonó justo cuando Carlos azoto la puerta al salir. Yo me hinqué de rodillas con las manos sobre mi rostro y solté un fuerte gemido de dolor. Esto va a ser más difícil de lo que pensé. 

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora