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"Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos"

Salmo 57.1

Aurora.

— Lo primero que van a hacer es correr en forma de zig zag sobre esos bloques enormes — dice un chico en medio de la multitud de jóvenes en espera —. Después, irán hacia la cuerda y tendrán que pasar por ella subiendo y controlando su equilibrio.

— O sea...

— O sea que no deben caer. Si es así, tendrán que comenzar de nuevo.

Aprieto los labios. Me limpio el sudor de las manos, pero a la vez rio de lo divertido que es esto.

Tras dos días de estar en el campamento, nada ha ido mal. Después de los cultos de iniciación y de la ministración, hemos comenzado a convivir más gracias a los juegos que nos imponen los líderes del campo. Estamos en una plataforma a tres metros lejos de las cabañas. Nos rodea el bosque y la naturaleza.

Miro a mi alrededor. Hay instrumentos y obstáculos que nos impide llegar a la meta. Observo, hacia los cilindros de fondo, y me río, en parte aliviada y en parte histérica. Me tiembla el cuerpo y me limpio las manos en el borde del short. Tengo que armarme de valor. Debajo de esos cilindros se encuentra una alberca helada, llena de hielo. Espero que no le haga daño a cualquiera de nosotros que vaya a caer. Este es el rally más complicado en el que he participado.

A mi lado, Tania aferra su mano a la mía mientras sus ojos están hundidos en medio de este caos. Pero de momento, me suelta cuando suena el silbato del líder.

No debería sorprenderme, pero todos se han echado a correr uno a uno, manteniendo el orden de equipos y el número de personas dentro de la zona. Me quedo mirando a lo lejos mientras los demás gritan y vociferan sus porras. Aprieto los puños y tomo impulso cuando mi compañero toca mi mano, entonces es cuando corro con todas mis fuerzas.

Primero, he pasado por los aros, después los bloques, las cuerdas, la pila de cilindros. Algo que me ha dado un tremendo susto porque he estado a punto de caer al agua helada. Me tambaleo y me apoyo de un pie siguiendo el paso. Si no domino este juego, ¿cómo voy a superar la vida real allá afuera?; algo que me puso a pensar cuando finalizamos y el líder nos dio este mensaje:

— ¡Ustedes corrieron, se esforzaron y se cansaron! Ahora... imagínense allá afuera, como le hace la gente para alcanzar hasta al más pobre y olvidado del planeta. Que esto les quede grabado y de lección que cuando sufran persecución de verdad, sepan perseverar, no sólo física, sino que mentalmente también. Esto ha sido un juego, pero ha si como se han mantenido diligentes a ser los primeros en llegar, sean así los primeros en llegar a los confines de la tierra para predicar las buenas nuevas.

Cuando paramos a la hora de la comida, me duelen las piernas de tanto correr y saltar y me cuesta estirar los brazos. Los masajeo de camino al comedor. Tania invita los demás de nuestra iglesia y a unos chicos de cerca a sentarse con nosotras.

Muevo las papas fritas de un lado a otro y pienso en Eder. Cuando me despedí de él todo ha ido bien, espero se encuentre feliz y estable; que nada este rondando por su cabeza. Hasta el momento, no he tenido ninguna mala noticia, pero eso no quiere decir que no deba seguir orando y preocupándome por él. ¿Y si tiro la toalla y sucedió algo horrible?

— ¡Oh vamos! ¿Viste al tipo de casi dos metros como salto sobre cada dos bloques? Fue impresionante. Quisiera tener las piernas de ese tipo. — comento Tania en broma.

— ¡Yo no pasaba de la primera fase, soy de pies lentos chava! — menciono otro tipo.

¿Y si ha abierto una puerta al enemigo? ¿Y si surge una complicación que él no sepa manejar?

— Aurora — dice Tania, y chasquea los dedos delante de mí.

— ¿Eh? ¿Qué pasa?

— Te he preguntado si tu viste al tipo de dos metros saltar de dos en dos los bloques — responde—. Bueno, pero... ¿en qué estás pensando? ¿ya te quieres? ¡No me digas que ya extrañas regresar a casa! Estamos súper relax aquí.

— Tania, recuerda que no vinimos a relajarnos, sino a aprender a evangelizar. — dice Oliver en tono firme.

Ya no he seguido dentro de la conversación, me he perdido en mi propio mundo pensando en Eder una vez más. Algo no está bien. Durante un momento me quedo helada, esperando una respuesta.

No estoy segura de que vaya a sobrevivir ante la presión social; él no es tan fuerte.

(...)

La luz naranja de la puesta de sol se refleja en los ventanales de cada habitación y, al mirar a mi alrededor, apenas y puedo distinguir el hermoso amanecer de este momento.

Me toca seguir la oración esta mañana ¿Cómo podré hacerlo después de tan mala noticia? Y cuando llegue a casa, ¿Eder seguirá vivo? Me imagino un cuerpo frio y vacío, suelto sobre la alfombra de su recamara con la sangre escurriéndole por las muñecas. ¿Cuándo se detendrá esta cadena de suicidios dentro de mi círculo social? Y, de ser así, ¿Cómo debo detenerlo?

Orar es algo que me ha costado en estos pocos días que me faltan aquí. Es como si la pereza o la impotencia se apoderara de mi ser y no me dejara hincarme de rodillas.

Que fortaleza tiene Nazaret. La idea me molesta porque, aunque yo también sé que tengo el poder de fortalecer a mi prójimo, esta vez el cansancio me está tomando.

Cierro los ojos y me imagino los de Eder y sus padres. Se me cierra la garganta al pensar en ellos; ¿es porque tengo miedo de lo que pueda suceder en el transcurso?

— ¿¡Por qué Señor!? ¿Por qué?

Caigo de rodillas, entre sollozos. Me doblo más hasta que mis codos tocan el suelo. Cuanto más oro, más hablan las voces. Otra vez esta tormenta me inunda. El miedo se ha disipado pero la ansiedad se ha apoderado de mí. Tania entra corriendo y me abraza con fuerza. Ella también comienza a llorar mientras ora. Mi peor miedo se ha hecho realidad. Eder se ha intentado quitar la vida. 

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora