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"Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada"

Lucas 10.42

Aurora.

Es un nuevo día y es de madrugada. Me levanto temprano y diligente para prepararme para el concierto que voy a ir con mis amigos de la iglesia. Ya han pasado nueve meses. He terminado la carrera, pero he decidido tomarme un año sabático, pensar y dirigirme hacia donde Dios quiera llevarme.

Meses antes, cuando ore con fervor y le entregue a Dios mis relaciones, salí de casa decidida, pero sin fuerzas. Estaba harta de tanto drama, y eso me había dejado agotada.

Gracias a la revelación de Dios, me encaminé hacia mi destino. Tenía que poner distancia con el hombre que algún día fue mi mejor amigo, y considere, mi compañero de vida.

Si las cosas iban a ser así, prefería entregárselo a Dios, superarlo y seguir adelante, que fingir que no pasaba nada dentro de mí. Así que lo hable. Lo hable con mis padres, lo hable con mis pastores, amigos y conmigo misma. Cada paso que daba, me invadía una sorprendente sensación de libertad.

Ya había perdonado a Nazaret y lo había soltado por completo. Fui libre desde el momento que lo perdoné, porque comencé a ver la situación como una oportunidad para crecer y para conocer otra persona. Por fin había comprendido que no necesitaba tenerlo cerca para ser feliz. Él no me completaba, porque yo ya estaba completa en Dios. Mi Dios lo era y es todo.

Eso sí, añoraba al antiguo Nazaret. Lo echaba de menos, claro que sí, pero extrañaba más a su recuerdo que a él. Él había cambiado y yo también. Por lo visto, ambos nos estábamos aferrando a una persona que no existía. En aquel día, junto con Dios, decidí ponerle punto final a todo aquel melodrama.

Comenzó dentro de mí, un fuego, un hambre, por la presencia de Dios, que no podía esperar más para servirle, honrarle y amarle. Y si para eso tenía que soltar a Nazaret, que así fuera. Me importa más mi relación con Dios que cualquier cosa o persona.

Preparada y entusiasmada, salgo de mi habitación para encaminarme a la cocina para desayunar. Ya son las siete de la mañana y los primeros rayos de sol yacen de las ventanas. Mi mamá me deja en frente de la casa de Tania. Ahora no puedo esperar para llegar al Auditorio Nacional para el concierto de En Espíritu y en Verdad. Tengo un hondo presentimiento de que Dios me va a hablar ahí.

—Te veo luego —le digo a mi mama y salgo del auto.

Mientras estoy caminando hacia la entrada de la casa de Tania, voy con la mentalidad de concentrarme en Dios y pasarla bien con mis amigos.

Tania, Oliver, Bruno, Alejandra, Eder y una chica nueva – amiga de Bruno, pero realmente es su conquista- ya están listos y desayunados, esperándome en la sala de estar con una sonrisa de oreja a oreja.

Después de que el padre de Tania nos da indicaciones de su coche y le entrega las llaves a Oliver para que él lo maneje, nos salimos al garaje de su casa emocionados y listos para irnos. Pero, me detengo un segundo para mirar por encima del hombro. Efectivamente, Eder ha saltado de su lugar corriendo tras de mí, nervioso. Desde el drama de la fiesta de Bertha, él ha estado muy raro conmigo. Prometió decirme algo importante pero nunca ha llegado ese momento para decirme aquello tan importante. Quizá quería animarme por lo de Nazaret, decirme unos cuantos sermones, pero al ver que yo misma di punto final a la situación y seguí adelante, no vio necesario hablar conmigo de ese tema.

— ¿Lista? —dice, alcanzándome.

— ¡Claro!

Él sonríe y me guiña un ojo.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora