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"Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones"

Filipenses 4.7

Eder.

Sentía un terrible dolor de cabeza, una punzada aguda de esas que te dan por la resaca. Me era reconocible el tipo de jaqueca gracias a todas las parrandas ya hechas en la semana. Pude notar que ya era de día, porque la luz del claro de luna no entraba más por mi ventana. Entonces mi cuerpo lo sentía pesado y apesadumbrado.

Estaba cansado, con resaca y quería dormir un rato más. Además, no tenía ganas de ver la luz del día, no más. Todavía adormilado, cerré los ojos poniendo mis manos en el pecho. Respiré profundo.

Y fue así, como otra vez, su recuerdo llego a mi como ráfaga de viento salvaje. En tan solo un instante me perdí entre mis pensamientos. El rostro de mi madre se hizo presente. Un olor a sudor de hombre me hizo fruncir el ceño...

Abandoné mi casa sin despedidas ni maletas. Me encontraba en la casa de un tipo al que había conocido en el antro, drogado y borracho. Estuvimos charlando y bailando un rato hasta que llegamos juntos a la cama.

Ahora que recuerdo, me vuelvo y él está a mi lado, dormido. Es su olor el que impregna toda la habitación. Estire un brazo en busca de una frazada, pero todas estaban en el suelo.

Abrí por fin los ojos. Me senté, me froté el rostro con ambas manos para despabilarme y observé mi alrededor con atención. Había ropa y libros por todas partes. ¿Qué vida es esta? Aun no entendía que seguía haciendo aquí... oh si, ahora que recuerdo, escapar de mi pasado y ser la persona que siempre quise ser.

Bostecé.

Tenía que prepararme ya para comenzar a laborar en la tienda de ropa Zara dentro de la plaza comercial, era el único trabajo donde lo aceptaron con sus afeminadas maneras de ser. Me levanté y me puse en marcha.

Tenía mucho tiempo para meditar acerca de qué era de lo que pretendía escapar en realidad. Había preparado una muda, roto el frasco de ahorros que tenía escondida en el armario por meses, la gasolina del carro, las llaves. El enlace a otra colonia. El largo viaje por toda la ciudad, buscando algo o alguien. Y luego la quedada en casa de un chico llamado Efraín que su vicio era el sexo y las drogas.

En algún momento deje de pensar en lo que estaba haciendo, y simplemente lo hice. Pensaba que no era gran cosa.

Me encanta esta vida de fiestas, amigos y sexo, ser la persona que quiero ser. Nadie juzgándome o diciéndome que es pecado que me gusten los hombres. Solo vivo y dejo vivir. ¿De eso se trata no? Han pasado meses y estamos cerca de las fechas navideñas. Aun así, no siento esa necesidad de regresar "a casa".

Había encontrado un trabajo de media jornada en la tienda, mientras que mi compañero se puso a atender su propio negocio de ciber y biblioteca y sus clases de escritura y filosofía. Yo decía que era el típico hípster gay de la edad contemporánea.

Mientras tomábamos el desayuno, Efraín recibió una llamada al celular.

— ¡Vientos! — exclamó.

Si algo había conocido de Efraín en mi estancia con él, era que cuando él decía "vientos", se refería instantáneamente en que algo bueno estaba por suceder. Me parecía una palabra muy digan de él.

— Mira, mis amigos organizaron una fiesta en el depa de Sebastián — me informo Efraín — . ¿te apetece que vayamos?

— Solo si hay polvo hasta en la cerveza — disparé.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora