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"Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan. Y digan siempre los que aman tu salvación: Jehová sea enaltecido. Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú: Dios mío, no te tardes."

Salmos 39. 16-17

Aurora.

Un abismo. Hay un abismo oscuro dentro de esta habitación. Miro hacia la cama, hacia la ventana, y río, de nervios quizá.

Él esta acostado sobre la cama con suero y unas vendas cubriendo sus muñecas. Sus ojos están demasiado hundidos que las pestañas le rozan la piel, y tiene una sombra azul debajo de ellos, durmientes y escalofriantes.

— No me lo puedo creer — dice una voz detrás de mí; pertenece a la de Oliver que está sentado con la espalda encorvada y los ojos hinchados de tanto llorar.

— Por algo lo habrá hecho — responde Jonathan a mi lado.

No sé qué responder a eso.

Tania se aparta para dejarme espacio y yo me acerco al borde y miro sus ojos. La piel se me pone de gallina y hace que me dé escalofríos. El lugar en el que estoy parece tener una presencia extraña y fría.

Entonces oigo un gemido. Vuelvo la cabeza y es su madre llorando sobre el hombro de su esposo, fuera de la habitación, aun así, el llanto se escucha.

— Amor — le dice su esposo —. Amor cálmate. Amor...

En cuanto nos ha llegado la noticia, hemos dejado todo y nos dirigimos hacia el hospital en el que lo han internado. Intento de suicidio. Eso es lo que nos ha dicho Alejandra. Por un momento pensé que llegaríamos tarde, gracias a Dios no fue así. Verlo es lo único que me ayuda a mantenerme fuerte.

Me castañean los dientes de tan solo imaginarlo. Me llevo las manos al cuello y limpio el sudor. Después de unos cuantos minutos, el abre los ojos. El vello de mis pálidos brazos se me pone de punta y trago saliva. Tiene los ojos rojos y saltones. Recuerdo los ojos de Diana. Poco a poco nos dejan solos cuando van saliendo los demás de la habitación.

Clavo los ojos en los suyos y me siento a su lado. Paso mi mano sobre la suya y el me detiene; apretuja mi piel con ternura. Sin embargo, tengo que ser fuerte. Al principio, cuando noto el calor de sus manos, pienso que ha regresado su cuerpo a la temperatura normal, pero no... es que ambos estamos a punto de llorar.

En medio del silencio, lloro.

Nuestras lágrimas corren por las mejillas sonrojadas, las manos se unen y puedo compartir con él su dolor. Puedo sentir el vacío que hay en sus ojos, en lo más profundo.

— No preguntes porque lo hice. Por favor, no salgas con esas babosadas — me dice entre sollozos.

— No pensaba hacerlo.

Él sonríe.

Me limito a decir más antes de que lo ofenda.

— Es como si estuvieras en un túnel sin salida — comentó viendo hacia el ventanal —. Crees que lo que piensas, que lo que dicen esas voces en tu cabeza es cierto, y que no hay esperanza.

Lo escuche sin decir una sola palabra.

— Al principio solo lo pensaba, pero sin darme cuenta... ya lo estaba planeando— dijo en un susurro —. No veo futuro: he aceptado a Cristo, he ido a la iglesia, leo la biblia, hablo con Él. ¿Por qué este sentimiento sigue igual de fuerte o es más constante? ¿Por qué me siguen pasando cosas así después de todo eso?

— Espera... ¿qué dijiste? ¿Qué cosas te siguen pasando? — me atreví a preguntar.

— Si... ya sabes. Uno no provoca a nadie, solo pasan las cosas.

Algo estaba mal. Mi cabeza daba vueltas y aun así no lograba resolver esta encrucijada.

Nos quedamos en silencio unos minutos, hasta que el hablo.

— Si me hubiera muerto, les habría dolido mucho. Después, sabrían salir adelante.

Sentí un golpe en el pecho. ¿Salir adelante? Aun puedo ver el rostro de Diana en sueños. Es difícil pero posible con Dios.

— Si no estás muerto es porque Dios quiso que eso no sucediera. Él no quiere que mueras — dije con firmeza.

— Aun así, me quiero morir — me respondió con rigidez —. Tengo rabia contra esos tipos. Aurora, no tienes una idea de lo que me hicieron.

— Amigo — le apreté más la mano —, recuerda que eso son solo pensamientos... no es la verdad. Conocerás la verdad y la verdad te hará libre. Dios no te está castigando y tampoco te voy a decir que no estas orando lo suficiente. Entiendo lo que estás pasando. Allá afuera hay gente perversa, pero, ¿sabes porque son así?

El negó con la cabeza.

— Se dejan dominar por su naturaleza pecaminosa y hacen cosas que demuestran odio al prójimo. Todo lo contrario, a lo que Jesús nos mandó a hacer. Pero por favor, deja de pensar si es que lo estás pensando; que ha sido tu culpa.

Sus ojos se han llenado de agua, los labios le tambalean y suelta un sollozo. Él se inclina para abrazarme y yo lo envuelvo con mis brazos.

— Te amo — le solté —. Eres mi mejor amigo en estos tiempos. No estás solo, aquí estoy para ti. Vamos a salir adelante. Por favor, no te rindas.

La habitación permaneció en silencio. Nuestros gemidos sollozos resuenan como ecos. He comenzado a orar por él y a decirle que el propósito de Dios es que esté vivo y que proclame las buenas nuevas de Jesús en todo el mundo.

Nos sumergimos en la presencia. Me levanto de la cama, desbloqueo el móvil y doy play a una canción de adoración.

Tengo todo... eres todo lo que necesito. Tú me llevas al lugar donde encontré descanso — canto con voz apacible. —. Renuevas mis fuerzas. Tu guías mis pasos.

Eder me ha seguido al tono de la canción.

Hemos cerrado los ojos mientras cantamos y unimos nuestras manos. Yo me hinco al borde de la cama.

Tuve aquella extraña sensación nuevamente, aquel viento y silencio que llenaba mi corazón de gozo y paz. Sonreí, porque pude percibir la presencia del Espíritu Santo dentro de la habitación, sanando nuestros corazones.

<<Aunque pase por el valle de la sombra y muerte.

Ya no temo, yo confío. Tú estás conmigo.

Y si caigo, o me pierdo; vienes a buscarme.

No me olvidas, y me encuentras... Y nunca te rindes.>>

Cantamos con fuerza aquella estrofa, levantando las manos.

Desde el lugar donde estaba, noté que Eder sonreía y exhalaba aire con mucha tranquilidad. Y me acordé de un versículo: "Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan".

Fue como si Él hubiera pasado por aquí y dejado una marca. Y las ganas de morir se hayan evaporado dentro de Eder. Al fin y al cabo, él dijo que lo había intentado todo; pero no esto.

Salí de la habitación sin despedirme; volvería pronto. No quería llorar porque su madre se volvería a angustiar en cuanto me viera. Pero iba a sentir alegría al contarle a Tania y a los demás la conversación y lo que había ocurrido ahí adentro.

Estaba segura que Eder saldría de aquí con más confianza en sí mismo y ánimos para comerse al mundo. A continuación, una nueva etapa iba a empezar. 

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora