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"Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia."

Santiago 1 1.3

Aurora.

Me quedo un momento mirando a mi alrededor.

Hoy es el día en que decidiremos y nos comprometeremos si haremos el llamado misionero que ha puesto Dios en nuestro corazón. Y mañana, empezaran a seleccionando equipos y estados a los que ir de misión.

— Bueno, hoy es el día— dice Tania apareciendo a mi lado.

— Sí.

— ¿Estás nerviosa?

Podría decirle que llevo semanas esperando este momento. En vez de hacerlo sonrío y respondo:

— La verdad es que no.

— Bueno... ya estamos aquí y hay que hacerlo— dice, devolviéndome la sonrisa.

La iniciación empieza después de comer. Me dirijo hacia el comedor en el gran jardín que está al lado de la entrada del auditorio y me muerdo el labio inferior; no le respondí a su pregunta con sinceridad.

Los pasillos están abarrotados de jóvenes, y a pesar de eso, aun se crea la ilusión de que es un espacio grande. Veo que la multitud trae una energía distinta a cuando vamos a la iglesia o a los retiros juveniles que hacen cada mes, hay demencia y escándalo por todos lados.

Una chica de cabello largo y lacio pasa a mi lado gritando cerca de mi oreja para saludar a una amiga lejana. Ella me empuja ligeramente del hombro, pero se disculpa. De verdad, esto me hace recordar los espacios abarrotados de jovencitos en la preparatoria, solo que estos son más amables y amigables.

Me vuelvo y Tania ya no está. Noto calor en las mejillas y las manos sudorosas. Unas cuantas personas me sonríen al pasar, pero no me invitan a comer en su mesa. Por más que busco, todos los lugares están ocupados. Parecen pequeñas hormiguitas dentro de una madriguera. Dejo de mirar dándome por vencida, y entonces, veo a mis amigos en una mesa al fondo riendo, gritando y jugando. Sonrío y me dirijo hacia ellos.

— ¿Dónde estabas? Te dije que fuéramos a la mesa, camine y cuando voltee ya no estabas. Te perdí de vista, amiga — dijo Tania sonriendo y cediéndome el asiento que estaba a su lado.

— Lo siento. Me quede traumada de ver tanta gente. No imagine que fuera tan grande.

— Uy y eso no es nada— comento Alejandro—. Antes había más jóvenes. Lástima que hoy en día son menos los que se avientan a ser misioneros.

Alejandro era un joven adulto de veinte siete años. Llevaba más años de conocer y de servicio en la iglesia que yo y Nazaret. Y fue a quien Nazaret dejo de encargado de los jóvenes tras haberse ido a Monterrey.

— Antes esto se ponía muy chido — comento Alejandro antes de sorber su vaso de agua.

Minutos más tarde, después de terminar de comer, a todos nos mantienen dentro del auditorio. En seguida, comienza el grupo de adoración a tocar un himno y todos cantando levantamos las manos cerrando los ojos. No me había dado cuenta que estábamos libres de las sillas hasta que la pastora en el micrófono nos pide que sigamos con los ojos cerrados y que nos sostengamos de las manos unos a otros. Noto una punzada en el estómago. Camino lento porque se supone que tengo que hacerlo, pero sin dejar de cantar. Esto es emocionante, como si tuviera una burbuja dentro de mi punto de explotar.

Sin querer abro los ojos, y veo que muchos ya están llorando y otros blancos como la cal, pensando. De momento, un chico junto a otros tres pasa a nuestro lado con un paliacate en mano, aproximándose a cada uno para vendarnos los ojos. Entonces comenzamos un recorrido tomados de las manos. La pastora nos pedía que siguiéramos cantando y adorando mientras caminábamos, y en unos minutos, corriendo.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora