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"Dios nos ha dado a todos diferentes capacidades, según lo que él quiso darle a cada uno"

Romanos 12.6 (TLA)

Aurora.

El día ha amanecido iluminado y radiante. Los rayos de sol entran ligeramente por las cortinas de la habitación. Mi compañera Luz aún sigue dormida y yo me he levantado a las seis de la mañana con el deseo ferviente de hablar con Dios.

Estoy feliz de estar aquí, pero me siento mal por la situación de Eder. Me pregunto cómo estará el en este momento. Si mi decisión no lo ha desanimado o si ha tomado las cartas sobre la mesa y confiar en lo que Dios hace en nuestras vidas. Dios sabe cuánto lo quiero, pero también deseo hacer la voluntad de Dios.

He leído en voz alta, fuera de la habitación, en el jardín unos cuantos párrafos de la biblia en proverbios y salmos. He memorizado unos cuantos y he declarado palabra con uno de ellos sobre la vida de Eder. << Que Eder sea como un árbol plantado junto a los arroyos. Que llegado a su tiempo dará mucho fruto y no se marchitaran sus hojas, y todo lo que haga le saldrá bien. Pon sobre su cuello la verdad y la justicia, que lo acompañe todos los días de su vida>>, declare mientras me encontraba sentada y con los ojos cerrados en el jardín.

Cuando han dado las ocho de la mañana, todos ya están despiertos y listos para el almuerzo. Laura (una de las líderes del instituto bíblico), nos lleva por unos pasillos camino al comedor. Las paredes son blancas y los ventanales grandes con marcos de madera que dejan entrar la luz natural del sol. Todo el instituto cuenta con aire acondicionado, así que no se siente tanto el bochorno como afuera.

Luz se detiene de repente y choco contra su espalda alta. Hemos llegado a nuestro destino, doy unos pasos atrás, y pongo el equilibrio para no marearme (aún no he logrado despabilarme por completo).

— Aquí es donde almorzamos, comemos y cenamos—anunció Laura —. Los chicos nuevos vayan a la mesa de la izquierda del fondo, la única que está vacía, por favor. ¡Bienvenidos, están en su casa! Por cierto... tomen lo que gusten de lo de enfrente, el almuerzo y comida es buffet para ustedes.

¡Uuuuuh! La mayoría vocifera y se apresuran a tomar un lugar en la mesa correspondiente. Yo me comprimo mientras pasan corriendo a mi lado uno y otros. Luz ya se ha marchado así que me he quedado sola en medio del bullicio que se ha dispersado.

—¡Cuidado!

Grita a mi lado una voz masculina.

— Casi te aplastan — dice, me vuelvo y abro los ojos como platos cuando lo reconozco: es Adrián, el hijo del pastor Samuel del concierto al que asistí—. ¡Hola! ¿te acuerdas de mí?

Lo miro apenada. Me he quedado petrificada al verlo. La verdad, es un tipo atractivo: alto como de uno y ochenta, cabello castaño oscuro, fornido y unos grandes ojos negros que intimidan al fijarlos en ellos.

— No te acuerdas de mí, ¿verdad? — dice sonriendo y tocando mi hombro con su mano.

Asentí, sin decirle aun una sola palabra. Note que las comisuras de mis labios se encorvaron automáticamente.

— Lo siento, creo que te espante, ¿verdad? ¡Qué brusco soy caray! ¡Qué pena!

— ¡No, no! — dije nerviosa—. Solamente me agarraste en curva, yo estaba admirando todo este lugar...

— Pero si te estaban comiendo vida.

Reímos a carcajadas.

Lo observé... su sonrisa era muy simpática.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora